miércoles, 24 de junio de 2009

NEGREDO


Existe otro Negredo más en la sexma serrana del Macizo de Ayllón por tierras de Segovia. Negredo, el que hoy nos ocupa, es un lugar de población escasa y buenos campos que extiende el ala de su medio cen­tenar de viviendas a doscientos metros, algo más, de la carretera de Soria, al poco de pasar Jadraque en viaje de ida. Igual que los Cendejas, Negredo se ve agazapado como un lebrato, con la oreja tiesa de su espadaña al poniente, siempre ojo avizor, en las ondulaciones aradas del labrantío.
Saludo a Negredo con el apacible sol del invierno en contraluz desde las eras donde queda la hundida ermita de la Soledad. La visión es desde allí al caer de la tarde de una placidez inusitada. A cierta distancia las tierras oscuras de la barbechera en labor de inminente siembra. Mas lejos aún, y más al norte, en lontananza azulina y de co­lor de plomo, se recortan las sierras del Santo Alto Rey con algunas nubes algodonosas sobre la cresta.
El nimio y solitario camposanto se adorna a nuestros pies con flores artificiales cogidas a las cruces de las sepulturas. Siete cipreses de buen tamaño apuntan hasta el cielo en derredor, por donde uno pien­sa que vienen y van a su antojo las almas de los muertos. Muy cerca se alcanza a ver un señor, calzado con polainas de goma hasta la rodilla, que limpia a golpe de escobón el estanque del lavadero. No lejos de mí ladra un perro encerrado en una nave. Los ladridos del perro llegan ate­nuados, como balidos de ultratumba y por extrañas artes. Me decido al fin a saltar de dos zancadas terraplén abajo, hasta la fuente del lavadero. La ropa de invierno con el ejercicio violento de la carrera da calor. Entre los dos caños del muro frontal que manan de la fuente ha­ce constar que se levantó en 1931.
- Qué fuente más bonita -digo al señor que limpia la alberca.
- Bonita y santa -me responde. Aquí le decimos la Fuente Santa. An­tes del año 31 estuvo un poco más abajo.
- ¿Limpian el lavadero con frecuencia?
- Con frecuencia no. Lo ando limpiando yo por pasar el rato. Ya no lava nadie aquí. Se han vuelto todas señoritas y prefieren lavar en casa con esos aparatos que dan vueltas. Eso no le quita para que esté limpio y como Dios manda ¿No le parece a usted?
- Claro que me parece. Lo que pasa es que, así como usted, hay muy pocos que trabajen sin que nadie le obligue, por amor al arte.
- Ya lo sé. Pero en el mundo digo yo que hace falta de todo.
Don Valentín Bravo, mi amigo de Negredo, como no estaba a órdenes de nadie ni parecía tampoco tener demasiadas prisas, dejó los bártulos de limpiar junto a la fuente y se marchó conmigo que, en sitios como éste donde la población escasea, es casi una obra de misericordia.
- Nada, no señor. No tiene que agradecerme nada. Lo que no se hace ahora, ya se hará mañana. ¡Faltaría más!
Se empeña don Valentín en que veamos el cementerio desde la puer­ta. La verdad es que con una tarde así resulta gratísimo andar por el campo. Desde la fuente hasta el cementerio hay cincuenta pasos escasa­mente. Entre lo uno y lo otro se ven hermosas las matas de col.
- Dice usted, yo he tenido que pasar mucho con lo de las hemorragias por la nariz. Llevo catorce años echando sangre. La primera vez se me salieron casi cinco litros, me quedé sin gota. La gente no daba por mí cinco duros. Hace poco me operó el doctor Herrera Casado y me dejó ca­si nuevo.
El camposanto lo tienen en obras. Las lápidas de mármol, blancas y negras, se ven como escalonadas en montones de tie­rra; algunos de los fosos están cubiertos -pienso que vacíos- con planchas de uralita. La tierra removida hace pensar que están trajinando­ en ello.
- Es que ahora cada cual compra su trozo, y por ello andan de arreglos. Lo queremos ensanchar un poco más por aquella parte.
.- Pues yo creo que caben sobradamente todos los que son en el pueblo ¿Cuántos son en total?
- De fijo, diecinueve. Luego hay muchos que viven fuera y que, para estos efectos, también se consideran de aquí.
Casi al final de la cuesta nos hacemos presentes en la entrada de Negredo. A nuestra derecha hay un chalé cerrado que se llama “El Gran Chaparral”. Junto al chal-é está el transformador de la luz y unos palitroques con cuerdas y ropa tendida.
- Aquí vivo yo. Si tiene necesidad de hablar por teléfono, lo tenemos en mi casa.
- Muchas gracias. ¿Dónde pasan el rato cuando terminan los trabajos?
- Pues en casa, o en la calle, o donde nos parece. Hay un poco de bar pero no lo abren a diario. Suele funcionar los sábados y los domin­gos. No somos casi nadie y tampoco lo echamos mucho de menos.
Don Valentín y yo nos vamos ahora hasta la iglesia. Mientras que el se encarga de buscar la llave, yo me entretengo mirándolo todo en el sombrío atrio que queda entre las dos arcadas de sillería. Resulta en­trañable y romántico el acceso a la iglesia parroquial de Negredo. Un leve tejadillo salpicadero de lluvias, con alerones de piedra como so­porte, acarreados de la ruinosa ermita de la Soledad, nos acerca al in­terior del templo. Es una iglesia bonita y bien cuidada, muy limpia y con todas las cosas en orden. La mano bienhechora de don Juan José, hi­jo del pueblo y párroco de San Nicolás de Guadalajara, se deja ver se­mioculta por todas partes. Una moderna mesa de altar y ambón con dora­dos haciendo juego, dan a la única nave un aire lejano de elegancia. El retablo por su parte no es real; se simula con formas de yeso en cuyas hornacinas pueden contarse las imágenes de santa María Magdalena, de San Benito, de San Isidro Labrador y del Corazón de Jesús. El altar está separado del muro del ábside por una verja de hierro, en tanto que el presbiterio se cubre con bellísimo artesonado en formas mudéjares.
- Oiga ¿Qué Virgen es esa?
- La del Pilar de Zaragoza.
- No, me refiero a la de la otra parte.
- Ah, pues no caigo. La Carmen o la Isidra seguro que lo saben.
- Claro que sí -dicen ellas. Es la Inmaculada Concepción.
La verdad es que a uno le cuesta trabajo reconocer a la Purísima con aquellas melenas postizas, lacias y desgreñadas, tan lejos de las convencionales a las que nos tienen acostumbrados los artistas del ba­rroco.
- A veces la han peinado.
- Ya. No debe ser fácil, pero es que así está un poco fea ¿no?
En el otro extremo de la nave, separados del altar por once bancos de madera para los fieles, destaca el coro con cuidado balaustre y una pila bautismal de románica traza.
- Pues nuestro patrón es san Benito. Ahí lo tiene usted. Antiguamente se celebraba en septiembre, el día once, y más antiguamente aún era el veintiuno de marzo. Lo tuvieron que trasladar porque casi siempre caía en cuaresma, y la juventud se quedaba sin baile.
- Ah, claro ¿Ahora cuándo es?
-Ahora la hacemos en el mes de agosto. Aprovechando que están de vacacio­nes los que viven fuera del pueblo.
En la plaza donde está el frontón, suena con largos pitidos el cla­xon de su furgoneta el pescadero de Mandayona. Al momento, la escena es bien conocida, un grupo de cuatro o seis señoras rodean al vendedor esperando su turno
- Ya lo ve, nos tenemos que ir arreglando con lo que nos traen de fuera. En las capitales es otra cosa… ¿No le parece a usted?
Desde el final de la Calle Arriba vemos cómo se alza sobre todo Negredo el airoso campanario con espadaña a pico, mirando por su do­ble vano la silente puesta de sol en las sierras. Al cabo aparecen otra vez las eras, en esta ocasión las del barrio alto y el depósito de las aguas un poco más arriba. En el hoyo se suceden, tal y como me explica mi acompañante, el barranco de las Conejeras, la Fuente del Monte y la Cuesta de la Olla, repleta la última de encinas menudas con dirección a los términos de Baides y de Huérmeces, más hacia la comar­ca seguntina.
- Tinajas de vino. Curioso ¿verdad?
- Es que antes se hacia el vino aquí, mucho y bueno. Se dejó, y cuando lo de la Concentración se arrancaron las cepas porque, por lo visto, nadie las quería trabajar.
Por las eras de arriba anda Felipe con su manada de ovejas y de cabras al pasto. Felipe gasta bigote, se cubre con gorra y tiene una ma­nera extraña de vestir, así como los antiguos magiares de la caravana circense de cuando niños. Para descansar, Felipe se apoya en su cayado de madera de fresno.
- Buenas tardes.
- Hola, buenas.
El paseo por los alrededores de Negredo con don Valentín es completo. Ahora pasamos por corralones y escombreras donde hay olmos muertos por la enfermedad, montones de leña de encina y perros vagabundos que olfatean entre los desperdicios. Una perra bigotuda y de mala inten­ción nos ladra enfadadísima. A la caída hay un arroyo sin nombre, y sin agua que es peor. Al otro lado del arroyo se levanta una ladera interminable de bosque bajo.
- Pues mire, si toma usted sin parar esa cuestecilla del monte, se podía poner en Cendejas antes de que se haga de noche, seguramente.
Se adivina sin lugar a errores que Negredo, pese a su escaso tama­ño y población, vive principalmente de la agricultura. Lo dicen los almacenes de las afueras; los aperos extendidos por los llanos de extramuros; los tractores que caminan rectos de un lado para otro en los visibles campos del término; el porte abierto y sin prejuicios de cuantos salieron a nuestro paso, mujeres casi todas, porque los hombres deberían andar en plenas faenas de sementera, aprovechando la bonanza excepcional de la tarde de invierno.

(N.A. Febrero, 1987)

1 comentario:

ABRAHAM LÓPEZ MORENO dijo...

Hola, compañero.
FELICIDADES POR TU TRABAJO EN ESTE BLOG.
Soy el creador de “Panorámica Cazorlense”, entre otros blogs, y he entrado al tuyo para invitarte al “I Evento Blog Rural Ciudad de Cazorla”. Quisiera comunicarte que estoy organizado dicho Evento Blog, en Cazorla (mi pueblo). Espero que me comentes y estés interesado en formar parte de esta iniciativa, donde podremos exponer nuestros blogs, libros, fotografías, creaciones propias, etc. y además pasar un fin de semana en contacto con la naturaleza.
Espero tu contestación, y si no es mucho pedir, hazlo saber a tus contactos que pudieran estar interesados.
Un cordial saludo, y muchísimas gracias.

(Pd. Si quieres puedes destruir este mensaje una vez leído)