domingo, 26 de julio de 2009

PAREJA


La mañana en que aparecí por Pareja era para el pueblo un día excepcional. Apenas se veía un alma por las calles, y eso, en un fin de semana, no deja de resultar curioso a primera vista.
Con las calles despobladas, como con gente, Pareja es siempre un pueblo hermoso. Nada más entrar, y sobre una pequeña cuesta en el casco urbano, se luce en la pared de piedra un escudo episcopal al lado mismo de la plaza de toros. El escudo corresponde a lo que fuera palacio de los obispos de Cuenca, quienes hasta no hace mucho osten­taron los títulos de señores de Pareja y Casasana; ahora, al parecer, el palacio es propiedad particular desde poco después de que toda la zona se incorporase definitivamente a la diócesis seguntina. La plaza de toros es una particularidad destacable de la villa, desde donde, de vez en cuando, se obsequia al respetable con algún que otro festejo. La iglesia, perfecta y monumental después de su restauración, aco­gía en su interior aquella mañana a gran parte del vecindario. Estaba teniendo lugar en ese momento uno de los espectáculos casi insólitos ya en la vida de los pueblos: en Pareja había boda.
Un grupo de hombres tomaban el sol apoyados sobre la pared de la plaza que mira hacia el mediodía. En mitad, solitario, inmenso, el olmo añoso del que tan cumplida cuenta nos dejara don Camilo con algunas décadas más sobre sus ramas.
-¿Cuántos años le echa usted a ése?
-No sé. No entiendo yo mucho de esto, pero cien, sí.
-Y doble, también.
-No me diga.
-Ya lo creo. Las raíces cruzan todo el pueblo.
Los hombres de la plaza me hablaron de que antes había allí una fuente muy grande, cerca del olmo. Una fuente de la que había que recoger el agua valiéndose de una caña que servía de canal desde el chorro hasta la boca del cántaro. La fuente se mandó a mejor vida cuando arreglaron la plaza y para sustituirla hicieron la nueva que allí está, mínima y relamida, en perfecto desacuerdo con el olmo, con la plaza y con todos juntos.
- ¡Ah! Pues no crea, que también hablaron de cortar el olmo. Claro que si lo hacen, había sido gorda.
En las calles de Pareja uno no se cansa de mirar, absorto, a todas partes; aquí, otro escudo episcopal; sobre aquella puerta, un azulejo cuya leyenda te llama la atención y te hace reír tontamente; más allá, una vivienda que sobre escasas columnas se sostiene, nadie sabe cómo.
-¿Va usted a poner aquí una farmacia?
-No, señora. No he venido a poner una farmacia.
En una calle, que desde aquí se me antoja estrecha, vive don Alejo Bravo. Es don Alejo uno de esos hombres con los que se disfruta hablando y que escucha las noticias de la radio en un transistor metido dentro de una botella de vermú. Don Alejo une a la sabiduría que le dan los años el conocimiento de la vida y milagros de su pueblo, aunque, todo hay que decirlo, no nació allí, sino en Cañaveras, otro pueblo de la Alcarria conquense, más allá del pantano de Buendía.
-Mire: éste es un pueblo sin problemas. Un poco abandonado, pero aquí la gente es buena y pacífica.
-¿Cuál es la población actual?
-Ahora no debe llegar a los quinientos habitantes, pero antes éra­mos dos mil. Yo creo que hemos pasado la peor época y ahora no sólo se mantendrá la población, sino que hasta puede subir. Hay muchos hijos del pueblo que viven fuera y vienen a arreglar sus casas, pasan largas temporadas aquí, hasta el punto de que en verano somos más de dos mil personas.
En las inmediaciones de Pareja se pueden contar hasta diez ermitas, si bien tan sólo una, la de Nuestra Señora de los Remedios, se con­serva en aceptables condiciones. Las otras nueve, situadas en parajes deliciosos, están prácticamente destruidas.
-La Virgen de los Remedios, que es nuestra patrona, se sube al pueblo el último domingo de agosto y es una romería muy bonita, a la que se suma todo el vecindario. Luego, la fiesta es durante los días, 9 y 10 de septiembre.
- ¿Se conserva alguna tradición todavía?
-No. Aquí se cantaban los "mayos" a las mozas y se perdió la costumbre. Había mucha afición al juego de pelota y teníamos buenos campeones, pero ahora se juega alguna vez de tarde en tarde. Entre los buenos platos de Pareja ha estado siempre el morteruelo de matanza, que también va a desaparecer, porque en el pueblo no hay ya quien quiera criar cerdos. En fin, y así muchas cosas que ya no se hacen.
- ¿De qué vive el pueblo?
-El pueblo vive de la jubilación, en su mayoría. Habrá unas tres­cientas hectáreas de regadío que están abandonadas por falta de mano de obra. Aquí se produce el cereal, el olivo y el mimbre americano, del que se sacarán casi medio millón de kilos al año. La cosecha de aceituna no irá más allá de los cien mil kilos, cuando aquí se han cogido hasta un millón. No hay que olvidar que el pantano se llevó las mejores tierras y la gente se tuvo que marchar.
Pareja, como decía don Alejo, es un pueblo sin mayores problemas, incluso en lo económico, pues la aportación de las urbanizaciones hace que las arcas municipales funcionen con cierto desahogo. En el pueblo hay en la actualidad médico, enfermera, veterinario, sacerdote y tres maestros.
La plaza era, poco después, un ir y venir de gente vestida de fiesta. Había varios coches de invitados a la boda que salían hacia el restau­rante de alguna urbanización próxima. Con su sonrisa habitual, con la delicada amabilidad de su trato, me encontré a don Antonio, el mé­dico. Don Antonio López Muñoz está en Pareja desde hace once años y presta sus servicios, además, en Casasana, Tabladillo, Alique, Chilla­rón del Rey y Mantiel, aparte de dos urbanizaciones. Al momento de saludarle estábamos en las instalaciones impecables del Centro Médico, donde una placa sobre la pared de entrada recuerda el día, todavía reciente, de su inauguración -17 de julio de 1978- por el ministro en persona, señor Sánchez de León.
-Aquí esto era necesario. Hay veces que me junto con cerca de cien visitas en un día y debe haber un sitio y unos medios para atender a la gente como se merece.
El Centro Médico tiene una sala de espera espaciosa y cómoda. Otras habitaciones contiguas cuentan con toda clase de material facul­tativo para urgencias y rehabilitación, dispuesto, claro está, a ser uti­lizado en cualquier momento.
-¿Suele emplearse todo esto con frecuencia?
-Sí, sí. Como despacho de consultas, siempre, y en cuidados espe­ciales y de urgencias, también lo usamos bastante. Aquí, con la ayuda de la enfermera, hemos atendido accidentes graves y podemos preparar perfectamente a cualquier paciente que tenga necesidad de salir con urgencia para ser intervenido.
El médico de Pareja es un hombre visiblemente enamorado de su profesión y habla de ella con entusiasmo. Se conoce a la perfección todas las carreteras de la zona, que diariamente recorre por una u otra causa, visitando a los 250 habitantes, poco más, que suman juntos entre sus cinco anejos. Al médico de Pareja, saqué como conclusión, le gusta hacer las cosas bien y exige medios para conseguirlo. Nada, por otra parte, más de acuerdo con la honradez profesional, precisamente ahora en que aquello del bien hacer no está atravesando su mejor época.
No fueron más de dos horas las de mi estancia en aquella villa de la Alcarria. Demasiado poco, ya lo sé, para conocerla medianamente; pero es que Pareja, como tantos otros pueblos que tenemos ahí, a una hora de camino, merecen más atención y más tiempo. Tiempo y aten­ción que yo, al menos, le espero dedicar en otro momento.

(N.A. Marzo, 1980)

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