martes, 22 de diciembre de 2009

ZARZUELA DE GALVE


La tarde lleva entre algodones al viajero en su última salida por estos indescriptibles andurriales serranos que cercan a mayor o menor distancia las faldas del Pico Ocejón. Desde lejos he visto platear a la sombra en su caída la cascada de Despeñalagua, montaraz y bramado­ra, al otro lado de las casas arracimadas de Valverde de los Arroyos, el pueblo, con mucho sobre todos los demás, más lucido y pintoresco de toda la sierra. Los tejados de Valverde destellan con el sol poniente como gigantescos azabaches recogidos en medio de las flores pálidas de los frutales.
Zarzuela de Galve, Zarzuelilla para los serranos y aborígenes, se acurruca al pie solemne del cerro de las Piquerinas, adornándose a sí misma con el blanco primaveral de los manzanos, de los cerezos y de los perales en floración. Para quien esto dice, el sólo hecho de encontrar poblado el caserío con una docena de personas danzando por sus alrede­dores, ha sido una grata novedad.
Recuerdo mal el haber pasado por aquí en mi primera juventud, atravesando a lomos de caballería con el Ignacio, mi amigo entrañable de ­Cantalojas, estas sierras en cruda mañana de Diciembre, allá a princi­pio de los años sesenta. Hoy apenas si reconozco alguna cosa, todo me parece distinto, sólo los altos del Campachuelo, de las Piquerinas y del mítico Ocejón, permanecen inamovibles con su áspera corteza gris rizada por firlachos de nieve aún sin deshacer.
Antes de haber entrado en Zarzuelilla, ya en el ramal que parte hacia la aldea desde la mismas puertas de Valverde, las abejas zumban entre las flores silvestres del biérgol, del cantueso y de las guindaleras, muy cerca de los huertos que hay extramuros donde la gente trabaja. Tres o cuatro mulillas negras pacen en el yerbazal de los baldíos. Los hombres y, sobre todo las mujeres, mueven la tierra humedecida de los huertos con mucha paciencia y con gran sabiduría.
- Buenas tardes tengan ustedes -les he dicho.
- Muy buenas nos las dé Dios -me responden.
- Qué felices y qué tranquilos vivirán aquí.
Demasiado tranquilos. Toda la vida en el mismo sitio. Rodeados de los mismos compañeros de siempre. Los tres cerros por montera. Ahí los tiene us­ted.
- No sé lo que pensarán ustedes, pero, tal y como las cosas andan por esos mundos, esto es demasiado bonito.
- Ah, pues si viniera cuando están las cerezas, todavía le parece­ría mucho mejor. Pero, a pesar de todo, estamos aquí aburridos. Queda­mos cuatro de ellos con lo poco de subsidio que nos dan, y con la mia­ja de patatas y de judías que sacamos de los huertos.
- Creo que no se deben quejar. En cada sitio, por una cosa o por otra, nunca falta de qué lamentarse.
- Ya. Reconocemos que esto es muy sano. Las viviendas se han mejora­do mucho últimamente. Hace cinco o seis años que nos pusieron la luz eléctrica, y el agua ya irá para trece meses.
Don Bernardo y doña Felisa Gordo me cuentan también que en Zarzue­la son hoy de hecho once personas, que no tienen mayor espina que el no tener teléfono y que, cuando en invierno tienen que bajar aposta hasta Valverde para comunicarse con los que viven fuera, hay días en los que la línea está cortada.
- Ayer mismo tuve que bajar para hablar con la familia de Madrid.
- Señora Felisa ¿Qué es lo que hace usted ahora por aquí?
- Pues ya lo ve; quitando un poco de hierba para sembrar patatas.
El señor Bernardo, jubilado ya, es persona sobradamente conocida en los pueblos de la sierra. El señor Bernardo Gordo, a carga de mulo, ha repartido durante media vida como vendedor ambulante la buena fru­ta de Zarzuelilla y de Valverde: manzanas, nueces, castañas, peras, pe­rillos y perejones, entre collados y barranqueras por toda la comarca. Hoy, como tantas cosas, la venta ambulante a casco de acémila es un ca­pítulo insólito que la Historia se tragó de manera cruel.
- Así es, sí señor. El tiempo se va y todo pasa. Ya casi nadie hace caso de la fruta. Necesita que se la cuide y no hay gente dispuesta pa­ra eso. Los pocos que quedamos en los pueblos no estamos en condiciones.
- Como en todo -le digo-, habrá años mejores y otros peores. Por el clima en estas sierras, pienso yo que las buenas cosechas de frutal serán contadas, ¿no?
- Eso depende. Ahora hemos tenido dos años de fruta bastante buenos. Todo depende de que los hielos vengan tardíos o no.
Mi amigo, el señor Bernardo, ha tomado del ramal las dos mulillas que pastaban en el prado y me invita a que le acompañe hasta su casa y dar después con él una vuelta por el pueblo. Les da de beber a las mulas en un re­manso de la reguera. El agua corre por la orilla de la senda sonando a nuestro lado. Para llegar hasta la casa de mi amigo tenemos como fondo, callejón abajo, la cumbre del Ocejón, el más sonoro como sabido es, es­pectacular y legendario, de todos los cerros de la provincia, que no el más alto.
La vivienda pueblerina del señor Bernardo tiene un patio exterior donde se dejan los aperos de las mulas, los trastos inservibles, los leños para el fuego y las latas habilitadas para tiestos. Doña Flora Chicharro que llega tan a tiempo, me pone al corriente de la variedad vegetal que engalana entre colores limpios y olor a campo, el exquisito vergel que hay en el patio.
- Pues nada, aquí tiene usted de todo: alhelíes, perejil, rosas, cla­veles, pensamientos, geranios, gladiolos, siemprevivas, tulipanes y menta. Aún hay por ahí más cosas. Nacen solos y se crían sin sembrarlos. En estos pueblos nos gusta a la gente tener buenos tiestos.
- ¿Es usted de por aquí?
- Sí, soy de por aquí; lo que pasa es que sólo vengo a temporadas. La mitad del año lo paso en Guadalajara.
En el patio trastero de su casa tiene el señor Bernardo todo un taller de carpintería y herraje tirado en el suelo. Lo más imprescindible para salir del paso anda por allí. Herramientas precisas para resolver en un momento cualquier eventualidad. Conviene estar prevenidos.
- A ver, qué remedio -me dice. En estos pueblos tenemos que hacer de todo. No hay carpintero, ni fragua ni nada. Con la madera todavía nos valemos, pero con la cosa del hierro nos vemos peor.
El mal de los olmos no tuvo piedad durante los últimos años con los que sombrearon en otro tiempo el llamado Barranco del Lomanillo. Al otro lado, los robles y los castaños recubren la ladera. Entre aquella explo­sión de vida vegetal, son los frutales los que en estas fechas de adelantado mayo, atraen con justicia la atención del visitante. ­
- Ah, pues ahora se están plantando todavía más frutales. Cuando los castaños se ponen en flor, sube hasta el pueblo un olor que lo llena todo.
La Historia registra cómo la aldea de Zarzuela, lustrosa todavía y risueña bajo techumbres de laja de pizarra, perteneció desde el siglo XIII al Señorío de Galve, villa no lejana a la que separan extensas superficies de pinar, y serpentean más al norte conocidos arroyos serranos.
Nos falta conocer la pequeña iglesia del lugar. Una iglesia dada de yeso y sin valor artístico alguno, construida sobre la anterior que tuvieron que demoler y levantar de nuevo, por haber quedado dañada seriamente durante la Guerra Civil. A pesar de su dimensión escasa, y de que dentro de sus muros no se respire el ambiente acre que dejan los siglos, es una iglesia bonita. Que invita al recogimiento, nido de calma y de bienestar al amparo de aquellos tremendos volúmenes de roquedal que rodean al caserío. En el presbiterio tiene un retablo modesto detras del altar mayor, modesto tam­bién, y a cada lado una imagen de Nuestra Señora, hermosas las dos, correspondientes a distintas advocaciones. Bernardo me cuenta el porqué.
- Si, es que la cosa tiene su historia. La verdadera imagen de la Vir­gen del Buen Suceso desapareció cuando la guerra. Bueno, pues luego se pensó en comprar una que sustituyese a la que había, y que fuera por lo menos lo más parecida a la anterior. Yo no sé lo que pasó, pero se debie­ron equivocar al mandarla y nos trajeron ésta, que es la patrona de Cataluña, la Virgen de Montserrat. Entonces, el sacerdote que había dijo que era muy bonita, que para qué la íbamos a devolver, que Montserrat quiere de­cir “monte y sierra” y eso a nuestro pueblo le iba muy bien. Total, que nos la quedamos aquí. La otra, la del Buen Suceso, la compramos después, esa sí que es nuestra Patrona, a cuál de las dos más bonitas.
- A mí eso me parece muy bien. Así tienen patrona por partida doble, y si quieren pueden hacer dos fiestas. De todas formas, el sacerdote de en­tonces no debía ser catalán, porque, si no estoy en un error, Montserrat quiere decir “monte serrado o monte cerrado”, que no es lo mismo. ¿Para cuándo celebran la fiesta del Buen Suceso?
- En Septiembre. Siempre al domingo siguiente a la fiesta de Tamajón.
En Zarzuelilla, tanto o más que en otros lugares vecinos de la comar­ca, surgen a cada paso rincones pintorescos, de oscuro mate como la piedra, tejadillos cubredintel y rústicos balconajes que cantan en su vejez las gracias y desgracias de aquella otra manera de vivir, la de los pasto­res trashumantes de primeros de siglo y décadas inmediatamente posteriores.
- En esta casa mismamente se crió la Pauli. Seguramente que usted no la conoce.
- Pues no. Si usted no se explica un poco más...
- Es una chica de aquí que está de doncella con la reina Sofía.
- Tenía idea, sí señor; pero pensé que sería de Valverde.
En Zarzuela suena el agua de los regatos por cualquier parte. Con el característico color de sus viviendas, el ambiente sin polución de su aire y el momento florido de los árboles, convierten el atardecer en un inimagi­nable paraíso.
- Cuando vienen los estudiantes de Madrid a ver lo de las viviendas ne­gras, se vuelven locos con estas casas antiguas.
Por la calle de la Fragua se remojan en la chorrera dos haces de mim­bre debajo de un viejo peral. El señor Bernardo me da a entender que como no salgamos al campo, lo que es en el pueblo está casi todo visto. La tarde se deshace eso de las siete como acristalándolo todo.
Uno, que sabe muy bien que con este viaje pone punto final a nueve años de camino sin pausa por toda la provincia, se siente invadido por recuerdos y por nostalgias. Desde el bellísimo caserío de Zarzuela, en plena sierra del Ocejón, quien tanto viajó, y escribió, y aprendió a que­rer a Guadalajara por el sistema del personal contacto, desearía envol­verla entera, sin preferencias ni distinciones, en el celofán de este cielo serrano para hacerla más viva y perdurable.
Permíteme lector, que a ti que de alguna manera me seguiste durante todo ese tiempo como compañero de viaje, te dedique un fuerte abrazo final como en las cartas de amigo. A quienes por esos mundos de Dios me acogieron siempre con caridad y con benevolencia en los 432 pueblos que visité, vaya mi perpetua gratitud y mi amistad más leal. Algunos ya han fallecido, que descansen en paz. Creo que todo ha merecido la pena. Gracias, amigos, de corazón.

(N.A. Junio, 1988)

2 comentarios:

carol dijo...

Muchas gracias por este blog. No se imagina lo que me ha gustado conocer cómo eran estos pueblos entonces, ya que yo los he conocido recientemente, y me he convertido en residente de fin de semana, de momento

Quique dijo...

Zarzuela es el pueblo de mi familia materna. Ha sido una sorpresa muy agradable toparme con su relato. Describe muy bien el pueblo, la iglesia, las casas, la vida que allí se llevaba. Me ha gustado mucho. Por cierto, Bernardo Gordo era hermano de mi abuela, murió por aquel entonces, de un infarto fulminante. Desgraciadamente falleció joven para lo que es la costumbre allí, donde lo normal es irse al otro barrio con 90 ó 100 años.
Saludos.