miércoles, 20 de mayo de 2009

MANTIEL


He decidido, contra viento y heladas, partir hacia las en­trañas de la Alcarria, cuando la comarca, sin duda la más carac­terística de la provincia, no se muestra precisamente a punto pa­ra dejarse ver. No es esta de hoy la Alcarria de buhoneros y de cambistas, de viajantes de comercio en bicicleta ni de mujeres sentadas a la sillita 1a reina sobre el espinazo de algún entero rocín, al ­son de las chicharras, que dicen pateó don Camilo. La Alcarria pintada por la literatura está muy lejos de donde yo estoy, de estos campos garduños con áspera piel en donde he venido a caer en ­tarde infernal por servir a quienes, tan gentilmente, tienen la santa paciencia de seguirme de cerca en nuestra ya larga peregri­nación guadalajareña.
Atrás Sacedón, hay un instante en el que la carretera de Pare­ja comienza a correr señalando en su curso los caprichos del pan­tano. Terraplenes ocres de arenisca y de espejillo comparten su soledad con urbanizaciones en las que nadie habita; residencias lujosas con nombres marinos y paradisíacos que aguardan, ignoro si con paciencia o sin ella, la fuerza vital del calor del mes de junio. La tarde es una de las más crudas de este invierno tremendamente frío. Un cementerio de automóviles habla en la umbría de colapso, de inacción y de muerte. Al otro lado del barranco, encendidos por el sol de las cuatro, los edificios modernos y voluminosos que plantó a la vera del embalse la civilización pudiente, ávida de esparcimiento, se elevan por encima de la llanura como una pro­fanación a estas tierras vírgenes.
Con la nueva ermita de Durón como testigo en la ribera opuesta, encrestada sobre romántico promontorio que se mira en la ca1mosa paz de las aguas, tomamos el desvío que nos acercará hasta Mantiel. El monte es pobre y quebradizo, bordeado por un desconcierto de marañas, de olivos, de zarzales y de escaramujos, que va subiendo hacia la ruinosa ermita de San Roque, ya en las afueras de la mínima ciudadela que hoy nos debe servir de estación términi. He­mos dejado a nuestra espalda la luz enfermiza de la media tarde y el remanso delicadamente azul del embalse de Entrepeñas. Mantiel está arriba, cortavientos apenas en la cumbre casi de estas colinas plagadas de aliaga y moribundas.
He visto al pasar a un campesino ordeñando un olivo. El hombre viste panta1ón y chaqueta de pana vieja y recubre su cabeza con un áspero pasamontañas tejido de lana. He sentido la tentación de hacerle unos minutos de compañía tirando de las ramas como é1 y ayudarle un poco en su trabajo. Va echando las pequeñas bolitas arrugadas que desprende en una cesta que lleva colgada al cuello con un cordel de esparto.
-¡Pero, hombre de Dios! ¿A quién se le ocurre estar en estos altos con las manos al aire? –le he dicho.
-Pues, mire usted, no me pongo guantes porque hay que apretar mucho más y la aceituna se destroza.
-¿Cómo pintó el año?
-Bien. Con estos hielos, el aceite que llevan dentro se queda como seco. Es una barbaridad el frío que nos trae enero.
-Luego, Con el pueblo a estas alturas, más frío aún.
-Ya lo creo que le pega más. A esto le decimos aquí Las Ace­quias, y San Roque también se le dice. Como está ahí la ermita...
Por el Cerro de la Quintina suenan ahora los disparos de un ca­zador.
-Más allá del pueblo está Cereceda a la caída. Hay un alto por esa parte que le decimos la Cola Larga, que es el mayor de todo esto. Al hombre del olivar -Vicente Delgado Alcalde- le lloran los ojos con el frío. Tiene la barba descui­dada y por el remate del pasamontañas le asoma un hosco mechón de pelo rojirrubio.
-Aquí teníamos el mejor molino de aceite que había en la contorna. ¡Ojala no lo hubiéramos vendido!
-¿Ah, sí?
-Cuando aquello de que se fue la gente se lo vendimos a un inglés y se hizo un hotel. Fue una lástima. Al principio funcionó con el tiro de las caballerías, pero luego lo hicieron eléctrico y funcionaba solo. No había Cosa mejor.
-¿Qué hacen ahora con la aceituna?
- Se la lleva uno de Tendilla. No sé lo que hará con ella.
-¿Tiene usted que recoger toda, sin que le ayuden?
-Qué remedio. Tengo cincuenta y tres años; mi padre se murió, mi hermana está en Madrid y mi madre es vieja. A ver ahora qué precio le ponen a esto. El aceite va caro y no creo que nos quieran conformar con cuatro perras. Ya veremos.
Sin haber entrado de hecho en el pueblo de Mantiel, nos sorprenden en la lejanía las torres gemelas de la central de Trillo. Ahora acabo de llegar a una plazoleta pequeña y cuadrada casi con meticulosidad geométrica. Cuando me ha visto descender del coche, un niño se ha puesto a gritar a su madre que ha venido el secretario.
-Es que se parece un poco a usted y se ha confundido el chico.
En la plaza se ven otros dos automóviles aparcados de cara a la pared y un carromato que sostiene una barca.
Mantiel es pueblo de casas viejas, bello sin duda en tiempos que nadie recuerda. Los callejones estrechos y limpios por donde camina­mos, nos dan idea de un rusticismo encantador. Callejas angostas, recorri­das por parras desnudas que deben encontrar su verdadero apoteosis en los granas atardeceres del verano. Un poco en las afueras, no le­jos de la plaza está el lavadero público, de dos albercas, y la fuente redonda. La fuente está atascada por un bloque de hielo espesísimo, que ocupa en su totalidad la pétrea palangana del pi1ón, junto al ba­rrio silencioso y quedo de extramuros. De vez en cuando, el viento del poniente pasa la cuchilla por Mantiel y tiemblan las ramas de los árboles. Callejuelas estrechas, casonas centenarias de entramado y calicanto, aleros oscuros de los que pende algún chuponcillo de hielo. Sobre el tejado, al sol de una corte, gime lastimero un gato pardipintado. Debe ser por el frío.
La sorpresa visual, en imagen nada fácil de que se repita, ha sur­gido al término de la Calle Mayor, a cuatro pasos del campanario. Hay un cerdo enorme, abierto en canal, que cuelga de la cruz de una aca­cia. El cochino debe andar a bien con las dieciocho arrobas. Bajo la caldera de cobre donde humea el agua caliente, arden los troncos de leña dejando un rescoldo revitalizador. Mientras me caliento las manos, un perrillo lame desde abajo el hilo de sangre coagulada que cuelga del hocico del gorrino. Me ha visto un chavalín desde la puerta de su casa y se viene adonde yo estoy.
-¿Es tuyo?
- Sí. Yo no quería que lo mataran.
-Claro.
-Le han clavado un gancho en el cuello y no veas cómo chillaba.
- Eres un chico muy simpático ¿Cómo te llamas?
-Oscar Mazarío. Yo tengo seis años y vivo en Madrid.
-¿Sabes cuál es la casa del alcalde?
-Está por allá abajo. En la casa de Correos.
No había llegado aún cuando me sorprendió, adosada a la pared de una vivienda con balcón que hace esquina, la placa que recuerda a quien por allí acudiere que en aquel sencillo habitáculo nació el insigne pedagogo y escritor don Rufino Blanco y Sánchez, di­rector que fue de la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio, consejero de Instrucción Publica, presidente de la Federación de la Prensa y redactor de ABC, gobernador civil de Segovia, autor de va­rias publicaciones sobre Gramática y Caligrafía, figura destacadísi­ma de la Pedagogía española del presente siglo y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y políticas, quien, en el discurso de ingreso, resumió su magna personalidad con aquella conocida frase que descubre la sencilla condición de su persona: "Yo no soy más que un maestro de escuela". Sus paisanos le dedicaron en 1975 un homenaje cá1ido, que perpetúa una lápida de mármol con su nombre y las fechas de su nacimiento en Mantiel y de su muerte, víctima del odio en aquella España deshecha: 1861-1936.
El alcalde tiene en casa unos invitados cuando yo voy y me recibe en el pasillo para ser más breve. Me invita a entrar y por cortesía no acepto. El alcalde se llama Teodoro Navajo Pérez. Me habla de la escasa población de Mantiel y de que los pocos que quedan se dedican a la agricultura.
-Eso los que pueden trabajar, porque muchos son viejos. En el pueblo vivi­mos unas cuarenta personas en invierno.
-En tiempos tuvieron un buen balneario en la vega, ¿no?
-Era estupendo. De la categoría del de Alhama de Aragón, y venían gentes de todas las regiones de España.
-También fue fatalidad que se perdiera.
-Pues sí que lo fue. Las aguas, por lo menos, yo creo que se hubieran podido aprovechar. Para cosa de reumas iban muy bien. Lo inundó ­el pantano y nos quedamos sin él.
-¿Se notó en el pueblo la pérdida?
-Ya lo creo que lo notó. Tenía casa de hospedaje y cuarenta baños de agua caliente. Todo su bienestar económico lo perdió Mantiel allí. También nos quitó el pantano las mejores tierras, y la gente no tuvo más remedio que emigrar.
Como el tiempo atmosférico no invita a contemplaciones, busco el postrero sol de la tarde junto a las tapias del cementerio, adosado a la iglesia. En la calle de la Fuente se oye cantar a una señora que viste batín de guata. La fuente abrevadero está en una explanada le­ve, debajo de una higuera acabada de podar. El sitio, a la sombra de los árboles, se me antoja ideal para los atardeceres del mes de julio.
Pisando en el duro terraplén que sostiene el camposanto, se divi­sa a nuestra derecha la confluencia de las dos vegas, la del Tajo y la del Solana que baja desde La Puerta. Al frente, casi al contraluz, la ermita de Durón vuelve a surgir en el alto; las aguas del pantano al pie, entornadas por vertientes plomizas de matorral; y Sobre todo ello, sanguino y oro puro con el sol último de la atardecida, el cie­lo limpio de la Alcarria.
Las gentes del campo se recogen, aupados por la hora, y Mantiel se dispone a recibir a la noche en silencio.
(N.A Febrero, 1985)

2 comentarios:

mantielero dijo...

Buenas tardes,
He leído el texto y he disfrutado mucho con ello. Conozco a Oscar y sospecho quién podría ser la persona que recogía aceitunas.
Me llamo José María y mantengo la web: http://mantiel.wikidot.com
Me gustaría incorporar dicho texto en la web haciendo referencia tanto a usted como a su blog.
Para contactar conmigo:
http://mantiel.wikidot.com/contact
Un cordial saludo y enhorabuena por el texto,
José María

Mirna dijo...

Como estaba preparando un viaje a Mexico me interesa el hecho de poder ir a disfrutar de las ciudades de dicho país. Sin embargo este año quisiera agregar a mi viaje anual por el país Azteca, una visita a EEUU, y por supuesto espero poder conseguir Hospedaje económico en Las Vegas