lunes, 25 de mayo de 2009

MAZUECOS


Para llegar a esta zona baja de la provincia, creo que cada vez he tomado un camino diferente. En esta ocasión lo hice bordeando desde Aranzueque las aguas del Tajuña hasta Mondéjar.
Mazuecos es a su entrada una pequeña ciudad en obras. El Mazuecos de siempre, el que conocí hace una docena de años, se verá dentro de poco rodeado de un cinturón residencial, como un anillo de hote­litos y de jardín que los hijos del pueblo, ausentes en buena parte, se encargarán de colocarle con el paso del tiempo. Mientras tanto, la villa tal y como está, todavía conserva, en medianil con la casa de nueva planta, el rancio señorío de sus mansiones viejas, el en­canto añejo de sus paredones engalanados con herraje de la mejor factura, la gracia venerable de sus aleros ennegrecidos por el sol y por los vientos de toda la historia que guarda escondida bajo sus tejas.
La Plaza del Coso ocupa una considerable extensión en la zona más noble del pueblo; es una plaza con sólo tres caras que se ador­na con artísticas rejas, con balcones floreados y con parras en vísperas de retoñar. Una plaza monda y lironda sin nada en el centro conque tropezarse.
- Pues antes había un rollo de esos ahí en medio. Lo quitaron para arreglar la plaza, y no se yo ahora que pensaran poner. Como si hubiera oído que una farola o no sé qué.
Era don Cándido Langa, que en aquel momento se entretenía en lim­piar con un cepillo de metal la parte de calle que corresponde a su vivienda, todavía sin concluir, en la Plaza del Coso.
- Me he hecho esta casilla en el pueblo, ¿sabe? Yo vivo en Madrid desde hace muchos años, pero vengo con frecuencia y me gusta tener esto limpio.
- Ya. Al calorcillo de la patria chica, claro.
- Pues sí. Desde luego, si usted quiere ver el pueblo bien, lo mejor es desde lo alto del Cerro Redondo. Se ven unas vistas muy bonitas. Si quiere, yo le acompañaré por ahí. Me ha cogido con el mono puesto, pero en el pueblo da igual.
Por la Plaza del Coso cruza, con la megafonía a tope, la camio­neta de un chatarrero pregonando alambre y hierro viejo. En una es­quina de la Calle Mayor hay un gitanillo de cara sucia que canta por colombianas sentado sobre el bordillo de la acera.
- Una limosna señorito, que Dios se lo pagará.
Veo venir por la calle de la Iglesia a una señora pequeñita, ex­traordinariamente amable, se llama Feliciana y lleva dos barras de pan dentro de una bolsa.
- Pues sí señor. Vengo de por más pan porque han venido los de Alcalá y he tenido que coger estos colones.
- Parece que tienen buena cara.
- Este es buen pan. Lo que hacen aquí bien son los mantecados. Esos tienen fama.
-¿Hay frutería y de todo?
- Sí señor; tenemos frutería, carnicería y tiendas. La carne nun­ca está de un día para otro, la traen todas las mañanas.
La iglesia de Mazuecos es un monumento espectacular, rodeada de jardín en la parte alta del pueblo. Es una iglesia bien cuidada, con las puertas abiertas de par en par y un grupo de señoras que a buen seguro estarían de limpieza.
La Virgen de la Paz está sobre una carroza adornada inteligente y generosamente. La patrona de Mazuecos en su trono de rosas, de gla­diolos, de claveles y de azucenas, es una de las imágenes más bellas de Nuestra Señora que recuerdo haber visto en los últimos tiempos.
- Es bonita, ¿eh?
- Y que lo diga. Aquí la queremos mucho. Las flores que llevan se las traen para la fiesta los hijos del pueblo que viven fuera, y co­mo no cabían tantas en la carroza, las hemos tenido que ir repartiendo por los altares. Lleva flores de Madrid, de Guadalajara, de Alca­lá, de Leganés, de Valencia, de todas partes donde hay hijos del pueblo.
- Qué bonito, ¿verdad usted?
- Y brazos de cera y piernas y de todo eso, mucho. Los quitaron, pero quien tiene un ofrecimiento, lo hace.
La Virgen de la Paz está directamente relacionada con la batalla de Lepanto, donde, al parecer, lucharon valientemente algunos hijos de Mazuecos. Tras el gesto heroico de uno de ellos, cuenta la tradi­ción, que la Virgen de la Paz le libró milagrosamente de la amputa­ción de un brazo, por lo que, poco después, tan pronto como les fue posible y en agradecimiento, una escuadra de guerreros vino a darle escolta en la procesión solemne del 24 de enero. Se siguió desde fi­nales del XVI repitiendo la escena cada año con hombres del pueblo provistos de trajes y armamento de la época en la famosa "Soldadesca”, que como tantas cosas, -pienso que en su día la historia pedirá cuen­tas-, quedó reducida a un abanderado y un botarga, pobre caricatura de una gesta encomiable, que tan bien dice del honor y de la bravura de sus hombres.
Los mozos enamorados tienen en Mazuecos el corazón en el mismo lugar que los hombres lo han tenido siempre. En una época hostil, agresiva, desalmada, cuando sus valores más genuinos parecen al hombre materia tabú, en la calle de la Iglesia a uno le da por disfrutar tonta­mente, un poco románticamente, delante de una pintada decimonónica que habla de amor:

Quitarte de que me hables
te han podido de quitar,
quitarte de que me quieras,
ni han podido ni podrán.

Hay gente que toma el sol en pequeños corrillos sobre la acera de la Calle Mayor. El bar de Justo es un establecimiento acogedor, sin demasiadas pretensiones, donde uno se encuentra como en su pro­pia casa delante del vasito de cerveza y al lado de las fuerzas vi­vas, con las que casualmente me encontré allí.
- Pues, qué le voy a decir yo, en Mazuecos hay un vicio que es el dinero y una virtud que es el ahorro. Como consecuencia, la gente aquí vive bien. Yo le diría que, sin grandes lujos. No habrá en el pueblo ni una sola casa que no tenga sus servicios, su bañera, su ducha y demás.
El alcalde de Mazuecos es un muchacho atento, tal ve z un poquito falto de espontaneidad en las cuestiones que atañen a la vida municipal y a sus problemas que nunca faltan, y en su pueblo, naturalmente, tampoco.
El problema es aquí el agua. Tenemos toda la que nos hace falta y nos sobra mucha más, pero hay que traerla del Tajo, y sólo subirla nos cuesta muy cerca del millón de pesetas cada año.
- Si ahora no lo es, por lo menos Mazuecos antes fue un pueblo grande, ¿no?
- Hombre, desde el año cincuenta nos hemos quedado en la mitad, pero aún estamos 600 personas, si es que no pasa, y esto parece que se ha estabilizado ya.
- Supongo que el medio de vida será la agricultura, como en toda la comarca, claro.
- Sí; pero no sólo los cereales. Es posible que de la vega del Ta­jo se saque tanto o más que de la labranza. En el Tajo casi todos los vecinos tienen huerta, y se produce remolacha, patata y girasol principalmente. Ahora se pone girasol algunos años para compensar, según las necesidades del terreno.
- ¿Y proyectos inmediatos como corporación, señor alcalde?
- Hombre sí; todavía nos faltan varias calles que arreglar; tene­mos que adecentar la plaza con otra picota o algún monolito con faro­las y poner bancos. Luego, tenemos concedido ya un parque, que pen­samos ordenarlo para los niños, bancos para los ancianos, y lugar de recreo para todos. Eso, creo yo, que podremos hacerlo pronto.
Sin otro accidente geográfico más destacable en sus cercanías que el cabezo semiesférico del Cerro Redondo en mitad de un campo llano, queda el pueblo blanco, el pueblo en obras, donde uno pudo saborear, más que en cualquier otra parte, la diversidad real de esta Guadalajara de contrastes, tan única y tan diferente de Norte a Sur, de Es­te a Oeste.

(N.A. Marzo, 1981)

1 comentario:

c.g.r dijo...

Simplemente precioso...me he emocionado al escuchar la descripcion tan bien acertada del pueblo de donde era mi padre y en el cual me crie..gracias porque mientras que estaba leyendo el relato me imagine alli recorriendo sus calles, saludando a sus gentes, visitando a mi virgen de la paz,sintiendo esa tranquilidad que me da mi pueblo...Gracias de todo corazon.