lunes, 13 de abril de 2009

HENCHE


Por conveniencia personal, más que por obligaci6n, tomé para ir a Henche la pista de tierra que sale desde la nuclear en los aleda­ños de Gárgoles. Hay tramos en los que es preciso cruzar a dedos, pero al final se llega. Cuando uno se dirige a los bajos de Henche, de ja a su espalda en única visión las Tetas de Viana y las torres gemelas de la central de Trillo; las primeras ensalzan, las segundas rompen impíamente el solemne espectáculo de la Alcarria. Al bajar de una cuesta sorprendemos al pequeño burgo tumbado al resol, al pie del ce­rro pedregoso de la Era Alta, la espadaña solitaria tras el ábside circular de la parroquia y sobre los peñascales del poniente, huecos dicen allí y con agua dentro, el repetidor de la televisión. En la veguilla a punto de revivir zumban las abejas. Las yemas de los fruta­les se abren lujuriosas a la luz del día esperando el milagro de la floración, y en la ermita de la carretera se hace verdad aquello del silencio de los muertos que dijo el poeta.
Junto al olmo del mesón hay dos o tres personas sentadas a la puerta de la antigua posada de carreteros.
- Hermosa vega.
- Ya lo creo, pero muy seca. Aquí aún arrastramos la falta de agua.
- Parece mentira, con el año de lluvias que va.
- Pues aquí, para beber y gracias. Lo de riego, a cubos.
- Y el olmo, que se muere. Con la vejez y el mal no lo cuenta.
- Pues ya ve. Es donde se reúnen los viejos del pueblo en invier­no. Antiguamente, hace muchos siglos seguramente, se hacían las jun­tas de ayuntamiento debajo del olmo. Cualquiera sabe los años que tiene ese. La primera vez que le cortaron las ramas, hará setenta años,­ sacaron de los troncos gamellas para los cochinos.
El hombre y la señora que estaba con él, primeros vecinos de Hen­che con los que hablé, son don Juan Eusebio Pérez y doña Antonia, su mujer. Luego apareció Modesto Adalia con su gorrilla de anuncio publicitario; uno de los hombres más simpáticos y pintorescos de la Alca­rria.
- Pues, por lo que se ve, aquí no quedan cuatro gatos.
- Los gatos los tenemos sin censar, pero lo que es personas, de continuo quedan quince. Yo vivo en Guadalajara y voy y vengo.
- Cuantos menos sean también reñirán menos; digo yo.
- De cuando en cuando reñimos, pero nos entendemos bien. Ayer mis­mamente comimos chorizo de jabalí y vino del porrón todos juntos.
- ¿Qué oficio tiene usted en Guadalajara'?
- Ninguno. Me jubilaron hace ocho años cuando lo del accidente. Un ojo lo tengo perdido y con el otro veo poco. De lengua ando mejor.
Mientras que Modesto se marchó a por vino de la cueva y un troncho de chorizo de jabalí, los dueños del antiguo mesón me conta­ron que él, el señor Juan Eusebio, es el alcalde de Henche y su seño­ra es concejal; que como son pocos casi todos tienen cargo y que el de allí es ayuntamiento propio, sin que tengan que depender de nadie. Al rato se presentó Modesto con el avío y nos sentamos a echar un bocado debajo del olmo.
- Pues, dice usted, desde que se abrió la veda ya llevamos trin­caos catorce jabalíes. Son unos bandidos estos bichos, se comen las viñas y todo lo que les sale a pelo.
El segundo traguillo de vino fresco con sabor a cueva hizo a Modesto escapar por peteneras:

Solanillos en un llano,
Picazo en una ladera,
Valdelagua en el barranco
y Henche en medio la vega.

- Pues yo, aquí donde me ve que no valgo dos duros, he sido de to­do: alguacil, enterrador y de lo que me echen, pero siempre sin cobrar una perra. Por dinero, nada, que se lo diga el señor alcalde. El año pasado, para San Bartolomé, me vistieron de mujer y fue la risión; que si el baile, que si las bodegas, se lo puede imaginar.
Dejamos luego el tranquilo rincón de la olma y la paz de la vega para dar por el pueblo la. vueltecilla de rigor. En Henche se conservan como hace un siglo las recias casonas de adobe y entramado, junto al escombro de las que ya vieron su fin y las mansiones reconstruidas. Subimos hasta la plaza por una calle en cuesta sin otra pavimentación que la rústica de tierra y el canto de otros siglos.
- Cuando llueve, esto de por aquí se pone imposible.
La plaza es pequeña. El edificio concejil de balcón corredizo y el reloj con esquiloncillo en lo alto nos ponen en aviso de que aque­lla, sin más, es la casa ayuntamiento. Cuando llega el instante pre­ciso, el reloj municipal recorta por el valle a son de bronce las ho­ras del pueblo.
- Henche, como verá, es pequeño, pero los hay peores.
La portada protogótica de la iglesia merece una visita a este encantador lugar de la Alcarria. La severidad del arte románico en decadencia y el arco en ojiva, se conjugan en aquella soledad apabullante del atrio encendido por el sol. Entre la hierba se pudre a la intemperie un artefacto de palitroques con olor a sacristía.
- Aquí es donde guardaba la ropa de la iglesia el señor cura. Cuan­do llegaba la Semana Santa, nos metíamos los chavales dentro con las carracas, y armábamos tal escandalera que el cura se tenía que ir. Abajo se ve la continuación de la primera vega. Un vallejuelo im­ponente, que se abre con el Barranco de la Rueda y sigue campo abajo con cuartelillos de erial y choperas desnudas.
- En esta era que estamos ahora -me dice Modesto-, estuve yo de agostero cuando tenía ocho años. Me pagaron nueve duros por los tres meses. Luego cambié de amo hasta que estalló la guerra.
Por la bajada al Calicanto la señora Aurelia tiene tendida al sol de su patio la ropa acabada de lavar. Hay un montón de nueces rancias tiradas entre las matas. En la calleja que corre paralela a la vega, los ternascos de membrillera pintan su primer color en hojas imperceptibles. Luego bajamos hasta la fuente. Es la de Henche una de las tradicionales fuentes públicas levantadas a base de sillar, abrevadero y un caño donde las mozas acudían al atardecer al pie de la chopera.
- Y que lo diga que era así. Aquí esperábamos a las novias por las tardes cuando bajaban a por agua. Y buenos bailes por todo esto a la sombra. Aún está en el ayuntamiento el pianillo aquel de manivela que nos hacía la música. Venía el confitero de Trillo, invitábamos a las mozas a almendras y quedábamos muy bien.
Desde la chopera del Pradillo, subiendo otra vez por el olmo, nos colamos a las bodegas del Cenacho. Allí veo salir con la goma al cuello y la vela encendida en la mano izquierda a Paco Cerdán, profe­sor en Guadalajara y amigo de siempre. La bodega es la de don Juan Eusebio, el alcalde, tío de Asunci6n, la esposa de Paco y también profesora, que habían acudido a su pueblo a pasar el fin de semana. Cuan­do Modesto vio el porrón y se dio cuenta de que allí había ambiente, agarró la vara como un laúd y se puso a bailar en mitad de la bodega sobre un pie solo:

Yo tenía cinco duros
pa comprar una mujer,
los eché en una borrica:
lo mejor que pude hacer.

La verdad es que no sé bien cual es la gracia o la desgracia de estos vinillos frescos de la Alcarria que, con su sabor a cueva y con su aquel de la tierra, tienen la virtud de poner a la gente en su sitio sin llegarla a traicionar, salvo en contados casos. Usted ya me entiende.
- Tienen… eso: “usía” -dice Modesto. Cuanto más bebes más te espabilas. A mí, por lo menos, me pasa eso. Ahora, en las bodegas hay que estar de pie. Como te sientes a beber, al final la pringas.
Dice Paco que la bodega del Tío es la Secretaría, que la prime­ra visita cuando llega a Henche es siempre a la cueva. Un traguillo acabado de sacar hace ver el mundo de distinta manera.
- Es lo que mejor va. Cuando veo la puerta abierta le digo a la Tía que me prepare un huevo frito, mojado con pan, y yo derecho a la oficina. Un vasico, o dos como mucho, y fuera.
Luego visitamos la bodega vecina de don Rafael Pérez, con un me­dio rosadillo que se las trae; y la de Serafín, el de Teléfonos, y al final la de Modesto Adalia, en la calle de la Iglesia. Me hizo Modesto bajar con él hasta el fondo de la cueva a llenar el porrón. Las garrafonas de cristal duermen el sueño gélido de los años en sus rinconeras picadas bajo roca, dicen que por los moros. Modesto tiene una habilidad especial para chupar de la goma sin que se le vaya una gota a la boca y apuntar después al cuello del porrón sin perder ti­no. Yo, me limito a sostener la vela y a seguir la operación atenta­mente.
- No tiene importancia; eso es fácil. Al salir tenga cuidado no se dé con la viga en la cabeza. Una vez se dio un cura al bajar y ha­bía que oírlo.
Al salir a la luz el sol duele en los ojos. Ya estaba fuera Asunción con una tortilla de patatas para picar y rodajillas de chorizo. Modesto disfrutaba de lo lindo al oír que
Su vinillo de cuatro años también tenía “usía”.
- ¡Pues, hala, que no pare! Entre un pastor y un garrote dicen que el porrón no paraba. Si nos ponemos en forma, tal día hará un año, como dice el otro.
Lo cierto es que al final uno se hace un lío. A la hora de cata­logar los pueblos y las gentes de la Provincia, cuando son cientos de ellos ya los que uno conoce, acaba sin saber a qué carta quedar­se. También el buen humor y el sentido de la hospitalidad son virtudes a tener en cuenta, muy extendidas aún en nuestra tierra. Las consabidas circunstancias por las que atravesamos invitan, casi aconsejan, a no ser así, cosa que en muchos pueblos de esta abierta comarca alcarreña desconocen y por lo que yo levanto con gran júbilo mi porrón de transparente clarete en una bodega de Henche, brindando, vaya que sí, por nuestros ancestrales valores que se resisten a de­saparecer y que en el fondo no son sino un circulo de virtudes heredadas que, como castellanos de Castilla, debemos defender a toda costa.
(N.A. Mayo, 1985)

1 comentario:

Rob dijo...

Tengo familia en Henche, me podia decir de que año es la foto y quien son los que aparecen en ella?
Gracias