jueves, 28 de mayo de 2009

MEMBRILLERA


-Desde las Casas de San Galindo y toda aquella parte del alto, se asomaba la gente por las noches cuando íbamos al cementerio en procesión con las velas encendidas. Dicen que era muy bonito.
Se encuentra el pueblo como perdido a lo lejos junto a una man­cha verde de vegetación en el valle del Bornova, cerca ya de su confluencia con el Henares. Cuando los viajeros de la carretera de Soria se van aproximando a las cuestas que desde su cerro redondo vigila el castillo de Jadraque, Membrillera se divisa solo allí, asentado en la hoya de la vega, detrás mismo de las tie­rras llanas que riega el Bornova. Es éste un pueblo al que se lle­ga siguiendo un ramal de carretera que sube bordeando las tapias del cementerio y de la ermita de la Soledad en las afueras. Membrillera tiene una plaza hermosa de pueblo grande, una plaza luminosa y señorial que preside desde su parte más noble el edifi­cio del ayuntamiento. En ambos flancos de la Plaza de España están la fuente pública y el frontón recién estrenado. Dos vendedores, uno de frutas y otro de retales, tienen extendidos sus estableci­mientos ambulantes bajo los soportales buscando el refugio de la sombra. A la plaza de Membrillera acude la gente de buena mañana por el simple placer de ver lo que pasa, un deporte saludable y ho­nesto que en su propio perjuicio la vida moderna se obstina en no reconocer. Sobre la pared encalada del ayuntamiento hay una placa de mármol en la que dice: “En memoria de nuestro insigne y querido maestro D.Modesto Sanz y Santos, sus discípulos de Membrillera, 28-6-81".
- ¿Qué le parece a usted? Como ese no se pasea otro por el pue­blo. Ese hombre hizo aquí más bien que nadie.
- ¿Usted lo conoció?
- Sí señor, yo fui con él a la escuela y mi padre también. Se pa­só sesenta años ejerciendo aquí. Era un hombre muy recto, muy serio y muy bueno. Don Modesto hacía siempre la matanza en vacaciones pa­ra no perder un día de escuela, y mientras barrían nos enseñaba la doctrina. De esos ya se ven pocos.
El Tío Macario viste de pana y lleva una boina roída que ha per­dido el color con los años. El Tío Macario sabe mucho, ha leído mucho. Según él, todo se lo debe a don Modesto.
- La Historia de España la tengo toda metida en la cabeza, y a la gente, ¿sabe usted?, la dejo abollá en cuento hablo porque siempre he ido con la verdad por delante. Cuando lo del puente, yo fui en persona al gobernador, y siempre dando la cara.
Me contó el Tío Macario, subidos loe dos en el poyo de la fuente, la historia de Guzmán el Bueno con la hazaña completa de Tarifa.
- Un hombre valiente, sí señor, muy valiente, que luego se repi­tió en el Alcázar. ¿Usted sabe quien fue el culpable de lo de Guz­mán el Bueno? Pues fue un cabrito que se llamaba don Juan, si señor, aquel tuvo la culpa de todo, y nada más que aquel.
- ¿Qué es para usted lo mejor de la Historia, Tío Macario?
- Hombre, lo de América estuvo muy bien, y lo de Felipe II, pero lo mejor es lo del caudillo lusitano. Viriato no ha habido más que uno. Lo peor han sido los ingleses. ¿A que no sabe usted por qué han ido muchas veces las cosas mal en España?
- Vaya usted a saber, son tantas cosas.
-Nada de eso. Aquí es que a la gente no se le puede decir, pero de los males que pasan en España, siempre han tenido la culpa los in­gleses, siempre, que se lo digo yo.
En Membrillera, los fines de semana aparecen las calles plagadas de coches. Se adivina en seguida que el pueblo tiene una importante colonia viajera que acude al pueblo con puntualidad cada sábado. Los vecinos sacan periódicamente una revista de ambiente y contenido local que se llama "Bornova", donde hablan un poco de todo y colaboran con la mejor voluntad, contando sus nostalgias y subrayando sus proyectos en bien del municipio, los hijos del pueblo que allí viven y aque­llos otros que, en época de éxodo se marcharon un día a clavar raíz en tierras ajenas y ahora vuelven de escapada a buscar la paz y el aire con olor y sabor a cuna.
- Oiga: ¿No irá usted cobrando la contribución o apuntando algo de las casas?.
- No, no señora. Yo no voy cobrando nada, ni apunto nada de las casas tampoco. Puede usted estar tranquila.
- Es que ya nos vamos a Madrid, y como lo hemos visto escribir en la libreta...Perdone usted, pero es que ahora desconfía una de todo.
Un madrileño de luenga barba está cavando ajos en un cuartelillo que hay a la caída del Val. Unos niños juegan entre los troncos de la chopera, más allá del lavadero. La calle del Val queda orientada al mediodía. Es para mí, con mucho, la calle más antigua y pintoresca de Membrillera. La iglesia coge a un paso de la calle del Val. Desde las piedras del pretil se domina una extensión inmensa de campo llano, verde casi todo él. Son las tierras de la vega, por donde baja el Bornova encajado entre una carrera natural de chopos y de cañizo que viene siguiendo el cauce en su curso bajo. Llegan de la sierra vaharadas de un vientecillo fresco que obligan a buscarse refugio en la solana. Tres hombres están sacando del cementerio carretillas de tierra que amontonan a la sombra de la pared.
- Eso es que se hundió un cacho de muro y lo están arreglando.
La actual iglesia de Membrillera data de 1810. Sustituye a la primitiva de la que apenas se conocen más detalles que su derrumba­miento fortuito el día de Navidad de 1787, según nos recuerda en su libro “Membrillera, historia y tradición” el joven periodista José Andrés Riofrío, a quien, en mi viaje al pueblo tuve ocasión de saludar. En este interesante tratado de historia local nos cuenta Riofrío que, con anterioridad a la contienda de 1936, fue la de Membrillera una iglesia excepcionalmente rica en obras de arte. Des­de esculturas valiosísimas y orfebrería del siglo XII, pasando por vasos sagrados y ornamentos litúrgicos de importante valor, hasta varios lienzos de Claudio Coello, y un sinfín de utillaje proceden­te del paleolítico o periodos inmediatos de la historia antigua, fue el tesoro parroquial de Membrillera a modo de arsenal o cofre de judío del que el acervo cultural de la provincia jamás consegui­rá reponerse.
En las proximidades del lavadero suena incesante el murmullo de las aguas que casi nadie emplea. El lavadero se abastece de una fuente contigua, muy fresca, que hay en la misma ladera del Val.
Una señora está aclarando un balde de ropa acabada de lavar. La se­ñora disfruta tirando a la superficie limpia del estanque y volviendo después a restregar en la losa, las prendas empapadas de jabón.
­- Pues para que vea usted, tanta agua y tanta tranquilidad, y to­davía no estamos conformes. No me diga que no es una, envidia poner se a lavar aquí.
- Ya lo creo.
- Antes, teníamos que ir a Valsabín a lavar la ropa y los menudos. Ahora, ya ve, a un paso y mucho mejor.
- Pero la culpa de que no venga la gente la tienen las lavadoras y toda esa historia, ¿verdad?
- Hombre, claro. La gente se hace cómoda y nada más. Eso es lo que pasa. Pues aquí ya ve usted si da gusto.
- ¿Dónde nace este agua?
- Esta viene de la Fuente de los Enfermos. La del pueblo dicen que la suben con motores.
- ¿Es usted de aquí?
- Sí, soy de aquí, pero vivo en Guadalajara. Tenemos casa en el pueblo y hemos venido a hacer una miaja de obra. Para el verano, ya sa­be. Todo el mundo está arreglando las casas, y luego, cuando se pa­san las vacaciones, todos otra vez a sus sitios y a sus trabajos. En Membrillera puede que no queden en invierno más de ochenta personas.
- ¿Cómo se llama usted?
- Yo tengo un nombre muy feo, me llamo Celedonia. A mis chicas no les gusta. Siempre me están dando la lata. Y como yo digo, si no tengo otro. ¿No le parece a usted?
Las calles de Membrillera son al hilo del medio día un ir y venir de niños en bicicleta y de señoras recién llegadas que se salu­dan junto al quicio de la puerta. Es el mismo escenario donde se si­gue representando, con arreglo a los tiempos, la historia del pueblo; las mismas calles en que los mozos acostumbraban a correr, ataviados éstos con mantillas y espejos la víspera de la Nochebuena, los cabros que se comerían durante las fiestas. Calle Real Alta, Real Baja, calle del Trabuquete, de San Andrés y de los Pajares. Todo un marco ideal, donde se asienta desde muy antiguo este simpático pueblecito ribereño en el que uno se encontró francamente bien, con gentes abiertas y amigables, en horas de solaz y de feliz recuerdo.

(N.A. Mayo, 1982)

1 comentario:

RaqueLuna dijo...

Me presentaré, me llamo Raquel y soy natural de Membrillera desde el 1962. Me ha emocionado leer este artículo sobre, de mi Membrillera del alma. Cuánt recuerdo, momentos vividos, y sueños allí. Muchas gracias.