La impresión que el pueblo produce a quien por primera vez se acerca a sus alrededores es de grandiosidad, de una recia raíz antigua que ha venido prevaleciendo y prevalece aún a través de la piedra. La gente de a pie ni siquiera habla de esto, no sabe nada, acabó por habituarse a convivir en la penumbra de tantos candelabros de la historia como si tal cosa hubiese existido, teniendo siempre enhiesta, eso sí, la gracia volátil de su giralda como remate a la torre más hermosa de la provincia.
- Qué quiere usted que le digamos nosotros, aquí todos estamos en que es la mejor. Ahí está para quien lo quiera comprobar; pero, a lo que no hay derecho es a lo que nos han hecho con la Giralda. Se llevaron los cuartos, y ya ve lo que nos han puesto: un espantajo.
- ¿No es ésta entonces la que han tenido siempre?
- ¡Qué va! ¡Ni mucho menos! La de antes era de madera negra. La sacaron del corazón de una sabina, y allí estuvo hasta que ardió. Aquella, en cuanto soplaba un poco el aire se ponía a bailar. Esa, mire, además de fea, ni se mueve la condená.
- ¿Y cómo fue para arder?
- Fue hará dos años. Una chispa que cayó la víspera de la fiesta y no dejó ni rastro. Ahora han puesto un pararrayos que guarda todo el pueblo. A buenas horas.
Visto desde las primeras casas en que el casco urbano se abre a la vera de las huertas del Toril, Escamilla aparece como un pueblo original, extraordinariamente bello, cuya estampa se comienza a diluir entre la bruma mañanera -entre la calina, como dicen las gentes de la Alcarria- del mes de mayo. Un pasadizo estrecho, horadado en la pared, permite subir enseguida hasta el pie de la torre por unos callejones con escaleras. No se ve nadie en la Plaza Vieja. Sentado en una silla de mimbre hay un señor acariciando a un gato a la sombra de un portalón que sirve de almacén de frutas. La Plaza vieja es rectangular, más bien alargada, un poco en cuesta. En la Plaza Vieja hay casonas nobiliarias que parecen de familias ilustres de hace dos o tres siglos, de cuyo origen, la señora Fabriciana, la tendera, no me sabe qué decir.
- Qué se yo. Es una casa antigua Que no vive nadie. Están siempre en Guadalajara.
- Pues el aspecto es de palacio. Por dentro debe de estar muy bien.
- No señor. El palacio está más arriba, subiendo por esta calle. Lo que pasa es que está del todo en ruinas.
El palacio de Escamilla es un viejo castillo derruido del que apenas queda, también en lamentable estado, la torre del homenaje. El resto de la fortaleza se emplea hoy como trastero o almacén, donde los dueños guardan los aperos y las maquinarias del campo.
Bajo una tapia del castillo está tomando el sol por la calle del Arrabal un anciano sentado en el suelo, como Buda. Es un señor simpático que se llama Florencio, Florencio Cano Tierraseca. El Tío Florencio, que muy pronto vio la intención del forastero y adivinó que parecía hombre de bien, me sometió a un curioso interrogatorio y me fue llevando, poco a poco, a su terreno, como a novillejo dócil y sin experiencia.
- ¿Tú eres de aquí?
- No señor. Vengo de Guadalajara.
- Pues esto es de la provincia de Guadalajara.
- Ya.
- Aunque los tractores y eso los compran en Cuenca.
- Ah, pues eso no lo sabía,
- ¿Tienes familia?
- Sí señor, claro que tengo familia.
-¿Cuántos?
- Tres.
- ¿Todos chicos?
- No; son dos chicos y una chica. Ya mocetes, ¿sabe?
- Ah. Pues tú no eres viejo. ¿Cuarenta?
- Y dos más.
- ¡Vaaa! Eso no es ná. Yo tengo ochenta y dos. Te saco la metá.
Yo he trabajao en mi vida más que un borrico, y con poco que comer. Ahora se come mejor, pero más artificial. No he estao malo nunca, lo que pasa es que a estas edades ya no vale uno ná. Yo no he sío persona de suerte. Me mató una cosechadora a un hijo de veinticinco años, y otro se cayó por un zopetero con el tractor, le hizo un agujero en la sien y ha perdio la vista. Aun se va valiendo, pero mal.
-¿Es verdad que todo esto era un palacio antes?
- Mia, que se yo. Eso le dicen. Era del ejército. Antes había aquí tropa, pero ahora es de un particular. Ese está igual que yo, que no se tiene.
Como el palacio, y como mi amigo el Tío Florencio, Escamilla es un pueblo viejo, saturado de motivos admirables a la vista y de otros que, quizás más escondidos, están ahí, en el familiar comportamiento de sus gentes, o en la historia misma, perdida ya de los que allí fueron y cuya huella es hoy razón suficiente de para ser admirada sin condiciones. Don Ricardo Fernández me sorprendió observando desde la Plaza de la Fuente el complicado chapitel de la torre. Don Ricardo sabe mucho, es un guía estupendo para recorrer sin prisas las calles de Escamilla.
- La cosa es que el señor cura me parece que no está, pero seguramente que la Eduarda nos puede enseñar la iglesia.
Con la gorra en la mano don Ricardo, y yo sin quitar la vista de todas partes a la vez, como queriendo abarcar todo con una sola mirada, fuimos recorriendo una por una las tres naves que forman el templo.
- Lo van a reparar todo. No sé cuanto dinero han concedido. Mucho La patrona del pueblo es la Virgen de la Escala; que se celebra el 2 de julio. Al día siguiente es Santa Isabel, que también es mucha fiesta. Cuentan que en tiempos estaba el cura celebrando aquí y cayo una chispa dentro, todo lleno de gente, y no le pasó a nadie nada. Por eso dicen que se puso la fiesta en esos días.
La patrona de Escamilla, la Virgen de la Escala, no es una imagen, ni una pintura siquiera. Es una simple estampa de calendario, muy bonita, colocada en mitad de un marco inmenso que sacan en procesión sobre las andas el día de la fiesta.
- Sí señor, es una estampa corriente que se salvó de cuando la guerra. El cuadro lo han hecho después. Me parece que la estampa de la Virgen la guardó el secretario, don Paco.
Destaca entre la imaginería de la parroquia la talla del Santo Cristo del Amor, colocada en la hornacina de un retablo barroco mandado dorar en el año 1700.
- Pues tenemos dos Cristos. Hay otro según se entra. Aquel lo trajeron de Torrontera. Cuando el pueblo se quedó vacío, cogimos el Cristo y lo guardamos aquí. Se ve que es más moderno.
- ¿No queda nadie en Torrontera?
- Del pueblo, nadie. Ahora creo que vive un australiano. Se dedican a criar animales y ahí hacen su vida.
En la Plaza de la Fuente ha montado su negocio ambulante de frutas y de pescados un tendero de Budia. Por la puerta de la iglesia pasa el Tío Adolfo, que se sienta a descansar sobre unas piedras. El Tío Adolfo es el hombre más viejo del pueblo, con alguna puntualización, naturalmente, para no herir susceptibilidades y dejar, como debe ser, cada cosa en su sitio. El patriarcado es la más antigua institución de la historia humana y tiene todavía sus reminiscencias y su importancia entre las gentes de buena voluntad.
- Yo soy el más viejo de los hombres, pero hay todavía dos mujeres más viejas que yo.
- ¿Cuántos años tiene, Tío Adolfo?
- Muchos ya. Mire: cuando bautizaron a Segundo Écija, que es ese que viene por ahí y ya tiene ochenta, me pegó mi padre una paliza que todavía me acuerdo.
- ¿Pues qué hizo?
- ¿Qué hice? No ir a la escuela. Es que antes, cuando bautizaban a uno, daban un puñao de garbanzos torraos, y yo me fui a los garbanzos. Cuando se enteró mi padre, no sabe la que se armó.
Fueron acudiendo después más hombres al corrillo de la solana de la iglesia. Los viejos de Escamilla son simpáticos, habladores, y visten gorra de visera negra que llevan con uniformidad, hasta con un poco de elegancia.
Me hablaron después del espliego; de la destilería que hay al otro lado de las huertas del Toril que debe de ser muy importante, y desde donde, dicen, tiene el pueblo la mejor vista.
Mis amigos de Escamilla se quedaron allí, al sol en los sillares, tirando del hilo de su juventud que quedó pendiente y que ellos gustan saborear cada día trayendo, sólo a su imaginación, la época simpar que les tocó vivir y que difícilmente son capaces de encajar en este mundo loco, desde donde se contempla su vejez con indiferencia, con más pasividad que veneración o respeto.
- Sí señor. Es verdad, es una pena. Ni lo que hemos hecho nosotros. Que usted siga bien, y ya sabe donde estamos.
- Qué quiere usted que le digamos nosotros, aquí todos estamos en que es la mejor. Ahí está para quien lo quiera comprobar; pero, a lo que no hay derecho es a lo que nos han hecho con la Giralda. Se llevaron los cuartos, y ya ve lo que nos han puesto: un espantajo.
- ¿No es ésta entonces la que han tenido siempre?
- ¡Qué va! ¡Ni mucho menos! La de antes era de madera negra. La sacaron del corazón de una sabina, y allí estuvo hasta que ardió. Aquella, en cuanto soplaba un poco el aire se ponía a bailar. Esa, mire, además de fea, ni se mueve la condená.
- ¿Y cómo fue para arder?
- Fue hará dos años. Una chispa que cayó la víspera de la fiesta y no dejó ni rastro. Ahora han puesto un pararrayos que guarda todo el pueblo. A buenas horas.
Visto desde las primeras casas en que el casco urbano se abre a la vera de las huertas del Toril, Escamilla aparece como un pueblo original, extraordinariamente bello, cuya estampa se comienza a diluir entre la bruma mañanera -entre la calina, como dicen las gentes de la Alcarria- del mes de mayo. Un pasadizo estrecho, horadado en la pared, permite subir enseguida hasta el pie de la torre por unos callejones con escaleras. No se ve nadie en la Plaza Vieja. Sentado en una silla de mimbre hay un señor acariciando a un gato a la sombra de un portalón que sirve de almacén de frutas. La Plaza vieja es rectangular, más bien alargada, un poco en cuesta. En la Plaza Vieja hay casonas nobiliarias que parecen de familias ilustres de hace dos o tres siglos, de cuyo origen, la señora Fabriciana, la tendera, no me sabe qué decir.
- Qué se yo. Es una casa antigua Que no vive nadie. Están siempre en Guadalajara.
- Pues el aspecto es de palacio. Por dentro debe de estar muy bien.
- No señor. El palacio está más arriba, subiendo por esta calle. Lo que pasa es que está del todo en ruinas.
El palacio de Escamilla es un viejo castillo derruido del que apenas queda, también en lamentable estado, la torre del homenaje. El resto de la fortaleza se emplea hoy como trastero o almacén, donde los dueños guardan los aperos y las maquinarias del campo.
Bajo una tapia del castillo está tomando el sol por la calle del Arrabal un anciano sentado en el suelo, como Buda. Es un señor simpático que se llama Florencio, Florencio Cano Tierraseca. El Tío Florencio, que muy pronto vio la intención del forastero y adivinó que parecía hombre de bien, me sometió a un curioso interrogatorio y me fue llevando, poco a poco, a su terreno, como a novillejo dócil y sin experiencia.
- ¿Tú eres de aquí?
- No señor. Vengo de Guadalajara.
- Pues esto es de la provincia de Guadalajara.
- Ya.
- Aunque los tractores y eso los compran en Cuenca.
- Ah, pues eso no lo sabía,
- ¿Tienes familia?
- Sí señor, claro que tengo familia.
-¿Cuántos?
- Tres.
- ¿Todos chicos?
- No; son dos chicos y una chica. Ya mocetes, ¿sabe?
- Ah. Pues tú no eres viejo. ¿Cuarenta?
- Y dos más.
- ¡Vaaa! Eso no es ná. Yo tengo ochenta y dos. Te saco la metá.
Yo he trabajao en mi vida más que un borrico, y con poco que comer. Ahora se come mejor, pero más artificial. No he estao malo nunca, lo que pasa es que a estas edades ya no vale uno ná. Yo no he sío persona de suerte. Me mató una cosechadora a un hijo de veinticinco años, y otro se cayó por un zopetero con el tractor, le hizo un agujero en la sien y ha perdio la vista. Aun se va valiendo, pero mal.
-¿Es verdad que todo esto era un palacio antes?
- Mia, que se yo. Eso le dicen. Era del ejército. Antes había aquí tropa, pero ahora es de un particular. Ese está igual que yo, que no se tiene.
Como el palacio, y como mi amigo el Tío Florencio, Escamilla es un pueblo viejo, saturado de motivos admirables a la vista y de otros que, quizás más escondidos, están ahí, en el familiar comportamiento de sus gentes, o en la historia misma, perdida ya de los que allí fueron y cuya huella es hoy razón suficiente de para ser admirada sin condiciones. Don Ricardo Fernández me sorprendió observando desde la Plaza de la Fuente el complicado chapitel de la torre. Don Ricardo sabe mucho, es un guía estupendo para recorrer sin prisas las calles de Escamilla.
- La cosa es que el señor cura me parece que no está, pero seguramente que la Eduarda nos puede enseñar la iglesia.
Con la gorra en la mano don Ricardo, y yo sin quitar la vista de todas partes a la vez, como queriendo abarcar todo con una sola mirada, fuimos recorriendo una por una las tres naves que forman el templo.
- Lo van a reparar todo. No sé cuanto dinero han concedido. Mucho La patrona del pueblo es la Virgen de la Escala; que se celebra el 2 de julio. Al día siguiente es Santa Isabel, que también es mucha fiesta. Cuentan que en tiempos estaba el cura celebrando aquí y cayo una chispa dentro, todo lleno de gente, y no le pasó a nadie nada. Por eso dicen que se puso la fiesta en esos días.
La patrona de Escamilla, la Virgen de la Escala, no es una imagen, ni una pintura siquiera. Es una simple estampa de calendario, muy bonita, colocada en mitad de un marco inmenso que sacan en procesión sobre las andas el día de la fiesta.
- Sí señor, es una estampa corriente que se salvó de cuando la guerra. El cuadro lo han hecho después. Me parece que la estampa de la Virgen la guardó el secretario, don Paco.
Destaca entre la imaginería de la parroquia la talla del Santo Cristo del Amor, colocada en la hornacina de un retablo barroco mandado dorar en el año 1700.
- Pues tenemos dos Cristos. Hay otro según se entra. Aquel lo trajeron de Torrontera. Cuando el pueblo se quedó vacío, cogimos el Cristo y lo guardamos aquí. Se ve que es más moderno.
- ¿No queda nadie en Torrontera?
- Del pueblo, nadie. Ahora creo que vive un australiano. Se dedican a criar animales y ahí hacen su vida.
En la Plaza de la Fuente ha montado su negocio ambulante de frutas y de pescados un tendero de Budia. Por la puerta de la iglesia pasa el Tío Adolfo, que se sienta a descansar sobre unas piedras. El Tío Adolfo es el hombre más viejo del pueblo, con alguna puntualización, naturalmente, para no herir susceptibilidades y dejar, como debe ser, cada cosa en su sitio. El patriarcado es la más antigua institución de la historia humana y tiene todavía sus reminiscencias y su importancia entre las gentes de buena voluntad.
- Yo soy el más viejo de los hombres, pero hay todavía dos mujeres más viejas que yo.
- ¿Cuántos años tiene, Tío Adolfo?
- Muchos ya. Mire: cuando bautizaron a Segundo Écija, que es ese que viene por ahí y ya tiene ochenta, me pegó mi padre una paliza que todavía me acuerdo.
- ¿Pues qué hizo?
- ¿Qué hice? No ir a la escuela. Es que antes, cuando bautizaban a uno, daban un puñao de garbanzos torraos, y yo me fui a los garbanzos. Cuando se enteró mi padre, no sabe la que se armó.
Fueron acudiendo después más hombres al corrillo de la solana de la iglesia. Los viejos de Escamilla son simpáticos, habladores, y visten gorra de visera negra que llevan con uniformidad, hasta con un poco de elegancia.
Me hablaron después del espliego; de la destilería que hay al otro lado de las huertas del Toril que debe de ser muy importante, y desde donde, dicen, tiene el pueblo la mejor vista.
Mis amigos de Escamilla se quedaron allí, al sol en los sillares, tirando del hilo de su juventud que quedó pendiente y que ellos gustan saborear cada día trayendo, sólo a su imaginación, la época simpar que les tocó vivir y que difícilmente son capaces de encajar en este mundo loco, desde donde se contempla su vejez con indiferencia, con más pasividad que veneración o respeto.
- Sí señor. Es verdad, es una pena. Ni lo que hemos hecho nosotros. Que usted siga bien, y ya sabe donde estamos.
(N.A. Junio, 1982)
4 comentarios:
Muchas gracias por publicar este artículo, ha sido un gusto leerlo, soy vecina de Escamilla y, aunque ya no viven los vecinos que aparecen en el relato, conocí a todos ellos, me ha encantado reencontrarlos en la red.
Ay mi madre, si el tío Segundo levantara la cabeza...
Yo tambien soy de Escamilla y tengo que hacer un comentario al respeto de lo de la casa "palacio".
DE ABANDONADA NADA!!! QUE MI TRABAJO ME CUESTA MANTENERLA!!! Y PARA INFORMACION DE TODOS LA CASA DATA DEL SIGLO XV.
Y LA GIRALDA LA PUSO MI BISABUELO,por si quedase alguna duda, al igual que el alcantarillado y otras mejoras mas.
SOY BELEN.
Por lo demas esta muy bien el articulo.
Es un artículo muy entrañable para los que nos consideramos de Escamilla. Por los escamilleros entrevistados de lo que guardamos un gran cariño y por los lugares citados junto a las anécdotas que todavía las mantenemos vivas. Recomiendo la visita, merece la pena OS lo aseguró.
La sustitución de la Giralda, figura de mujer que corona la Torre, fue una gran chapuza, que no se tenía que haber consentido
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