Hay infinidad de razones que alegar por las que uno siente verdadera debilidad por los pueblos escondidos y anónimos, una de ellas es que hasta el momento siempre me fueron sorprendentes, y otra, que buena cosa es su inclusión, aunque solo sea de tarde en tarde, en el codiciado mundillo de la publicidad y de la letra impresa.
Morenilla, pueblecito molinés situado más allá de la capital del Señorío e incluido en la histórica sesma de El Pedregal, es uno de estos lugarejos perdidos que no se ven al menos que uno se acerque hasta él a propio intento.
Antes de llegar al pairón de San Julián y de la Virgen del Royo, próximo a las primeras casas de Morenilla, están los restos de una furgoneta desguazada a la vera de las peñas, con las ruedas levantadas en alto en posición aparatosa. Se me ocurre pensar -la comparación no anda demasiado descaminada- en aquellos horrorosos espectáculos de nuestra niñez, cuando los esqueletos de las caballerías brillaban a la luz de los ejidos en los pueblos, una vez descarnados por los buitres y por las alimañas. Las modernas aves de rapiña, en sustitución de aquellas, se van llevando poco a poco las diferentes piezas de los vehículos abandonados hasta dejarlos también en los tristes huesos.
Morenilla es un pueblo pequeño, de caserío ocre, con poca luz en el tono general de sus piedras, situado en los bajos de una serie de montañas viejas, de hitas y tomillares en donde no se da especie vegetal que merezca aprovecharse. La Plaza Mayor no es en realidad una plaza, es una superficie espaciosa con caída y cuesta, donde está el juego de pelota, la fuente pública de 1933 pintada de blanco, un leve jardinillo moribundo y la casona señorial, herencia de pasados tiempos, que las gentes del pueblo y los veraneantes emplean como centro de de esparcimiento o teleclub.
En el frontón se han puesto a pelotear con las raquetas dos mozalbetes. Pese al amplio vallado que rodea al muro del frontón, los jugadores han de extremar los cuidados para que las pelotas sin rumbo no vayan a parar al tejado de Máximo, que ya está bien, que el hombre se enfada y razones no le faltan.
- Ahora ya hemos llegado a un acuerdo con él -me dicen. Nosotros no subimos a alcanzarlas y sube el dueño que lo hace mejor.
Una señora con dos vasijas de agua acabadas de llenar en la fuente cruza calle abajo por delante de mí, que descanso del viaje sentado a la sombra de un olmo. La mujer pasa embebida en lo suyo, sin mirar siquiera al desconocido, sin decir esta boca es mía. Varias máquinas de labor reposan después de las faenas del verano en unos descampados del barrio de abajo, próximo a los huertos.
-Oye, niño: ¿Aquí se puede tomar café en alguna parte?
-Sí; en el teleclub. Si tienen la cafetera encendida, a lo mejor se lo pueden poner.
-El Centro Social, que es el nombre por el que se le conoce, consta de dos salas: una espaciosa dedicada a bar, con estufa, mesa de billar de las de agujeros, y mostrador. En la otra sala contigua, más pequeña, está la biblioteca. Junto al mostrador me encuentro con un viejo conocido que sella don José Huarte, secretario jubilado al que encontré hace años en el ayuntamiento de Anguita. Hoy, la memoria por lo que veo, le ha jugado una mala pasada.
-Pues mire, lo siento, pero que no me acuerdo de usted lo que se dice nada. Soy de aquí, de Morenilla, y suelo venir con frecuencia a pasar alguna temporada.
Pablo, el presidente del teleclub, me sirve un café calentito, muy rico. Por encima de los anaqueles detrás del mostrador, hay un lienzo tamaño mural representando todo tipo de utillajes comunes en los quehaceres del pueblo: garrotes, un arado, cartas de baraja, libros antiguos de aquellos que acostumbraban leer a la luz de los candiles nuestros abuelos… Lo firma un pintor afín a la localidad que vive en Valencia y se firma Lario.
-Pues aún es mejor el de la zorra que tenemos en la biblioteca. Lo ha hecho el mismo. Es que su mujer desciende de aquí.
Como ya se ha dicho la biblioteca pública está junto al bar en el mismo edificio. Se nota que es nueva y que está bastante bien cuidada. Tiene pocos libros, esa es la verdad, y un mobiliario curioso y práctico a la vez (mesa de lectura y estanterías) que, según se me explica, fueron hechas por el propio alcalde.
-Sí; es aficionado a la ebanistería, y no le han quedado muy mal, ¿verdad?
-Estupendo. Si no lo dicen cualquiera piensa que es obra de algún profesional, y no de los malos.
Junto al estante de los libros hay discos enfundados y algunos trofeos deportivos ganadas en fiestas. No obstante, por encima del cuadro de la zorra, del impecable mobiliario y de la biblioteca toda, prefiero un aparato didáctico para la enseñanza de la Historia de España que conserva, prácticamente nuevo, procedente de la antigua escuela de niños. Tiene como sello de fábrica el de la casa Saturnino Calleja, el de los famosos cuentos, y consta de 119 cromos a todo color, numerados y colocados por orden cronológico, en los que aparecen representadas escenas retrospectivas de nuestra Historia, empezando por la fundación de Cádiz por los fenicios hasta la muerte en su lecho del rey Alfonso XII. Don Paulino Martínez, secretario, jubilado también, del ayuntamiento de Prados Redondos e hijo de Morenilla, me lo cuenta envolviendo su relato con una fuerte dosis de añoranzas.
-Qué tiempos aquellos. Tampoco hace años. El maestro le iba dando vueltas a la manivela y salían las escenas de la lección. Lo que pasa es que se ha quedado muy anticuado.
La portada del centro social es de arco de medio punto, formada a base de pesadas dovelas de piedra tan comunes en la comarca. Sobre la clave hay un escudo con una veleta, las letras de la palabra MORENILLA y la fecha de 1750.
- Lo que quiere decir que por entonces el pueblo ya se llamaba así.
Al medio día se filtra el sol entre nubes tormentosas por los altos del Umbrazo, lisos completamente con pelambrera de tomillar donde instalaron el repetidor de la televisión, y por la llamada Peña de Andrés. El sol pica en la piel de los hombres y desazona las lomeras de las bestias que en Morenilla apenas las hay.
- En esa casa de arriba dicen que estuvo la Inquisición.
La iglesia parroquial nos atrae como el monumento más destacado del pueblo. Su torre de dos cuerpos se remata con el tejadillo característico de la arquitectura religiosa rural del siglo XVIII. En el campanario, la fecha de conclusión, según leemos, es de l768, mientras que la portada se terminó un año más tarde.
Como detalle de interés, mis amigos me llevan hasta el esquinazo donde cuelga la varilla de un reloj de sol.
- Se le han borrado los números, pero ese sí que no falla.
Desde el pretil me cuentan que, aparte de todos los bajos que se ven en los rastrojos, al otro lado de los cerros, en el barranco del río Gallo también hay mucha agricultura; que más allá están los pueblos de Chera y de Prados Redondos.
- Aquel otro es el cerro de la Torrecilla. Allí han salido cosas como si hubiera existido un poblado antiguo.
El interior de la iglesia se ve muy limpio, como recién pintado. Tiene una sola nave con crucero que la ocupa prácticamente toda. En el retablo mayor se ve una imagen de la Purísima, otra de San Roque y otra de San Julián Parricida, con cuatro lienzos referentes a la vida de su santo patrón. Cuenta la leyenda que San Julián, advertido por una cierva a la que había herido de muerte en una cacería, mató equivocadamente, en el propio lecho de su palacio, a su padre ya su madre ancianos. Después se apartó del mundo, dejó su regalada vida de noble, y dedicó el resto de sus días a socorrer a los pobres y a los enfermos, siendo después de muchos siglos uno de los santos más populares de nuestro calendario. Flaubert el novelista romántico francés, autor de "Madame Bovary", se ocupó de perpetuar su leyenda, y es patrono en nuestra provincia, aparte de Morenilla de los pueblos atencinos de Cantalojas y Paredes de Sigüenza, entre los que yo recuerdo.
- Mire, aquí ha nacido un tallo de olmo por entre las tablas.
De su ermita en Morenilla desapareció hace más de veinte años la verdadera imagen de su patrona, la Virgen del royo, y ahora existen en la iglesia dos con la misma advocación, adquiridas poco después del robo sacrílego. Me explica Pablo que la más pequeña de las dos, también la más bonita, que hay en un retablo vestida de blanco, la regaló su padre cuando él entró en quintas.
- Fue un ofrecimiento que hizo si me tocaba a España y la compró.
Hablando un poco de todo mientras bajamos a pie hasta la fuente de los Huertos, varios de la comitiva, a la que se acababa de incorporar Modesto Pérez, Me hablaron de que a pesar de ser un pueblo pequeño, con 79 habitantes de censo únicamente, hay más mozos que en ningún otro pueblo del contorno. Todos varones, y que entre los 17 y los 30 años deben de ser cerca de veinte.
- ¿Y qué han de hacer para casarse?
- Ahí está la cosa, que no hay redil de mozas y ellos van apañando su plan para encontrarlas donde las haya. Hoy mismo se casa uno de aquí con una chica de Castellar. Está medio pueblo de boda.
Un valenciano hace paella a la sombra en una esquina. En la chopera de los arrabales, antes de llegar a la fuente, bosteza un lañador con bigotillo a lo Charles Chaplin. El quincallero en cuestión va equipado con una mujer morena que viste una falda hasta los pies, con una tartana y un mulo como los de antes, una perra galga y un gallo peleón atado del cuello a un cardo para que no se escape. El lañador nos mira con sentida y tenaz indiferencia.
- Pobre gente.
- Sí, pero mire si está lustroso el mulo. Siempre han venido a parar al mismo sitio. Antiguamente igual.
La ermita de la Soledad tiene un lejano aspecto medieval. Dos modillones sostienen el alero con las cabezas de un carnero y de un león de mar.
-Pues en el término tenemos el Barranco de la Hoz que es muy bonito. No pilla muy lejos del pueblo, está ahí abajo, donde el río Gallo.
- Ya, pero eso no es aquí, eso está en el santuario de Ventosa.
- No, aquel es el Barranco de la Virgen de la Hoz, y éste es el Barranco de la Hoz, simplemente. Tiene peñascos lo mismo que aquel, lo que pasa es que no lo conoce casi nadie. Allí hay una cueva que le decimos del Pajar, otra Redonda, la cueva de Lucas y la de los Muleros. Es una lástima que a la gente no le dé por ir a ver todo aquello.
Por las huertas de los Royos y de la Veguilla, entre mimbreras y majuelas coloradas como gargantillas, llegamos hasta el manadero que dicen la Fuente de los Huertos. El manadero es en realidad una poza cuadrada, poco profunda, donde el agua del subsuelo sale a la superficie en suaves borbotones que apenas se aprecian, filtrándose entre las piedrecitas y las arenas del fondo. Enseguida se escapa por un canal en busca del arroyo próximo.
- Como verá, por aquí son todo manaderos. El agua de esta fuente se empleó para regar los huertos, y a veces para que las mujeres lavasen los menudos de la matanza. Para beber hemos oído decir que no sirve, que se hincha el personal si se bebe de continuo.
Así es Morenilla. Pienso que desde el día de mi visita, y ya metidos en otoño, se hayan marchado a sus residencias de invierno una buena parte del personal. A veinticinco kilómetros escasos de Molina de Aragón, camino de Teruel y en dirección al alto ferruginoso de Sierra Menera, se nos queda el pequeño lugar de agricultores en donde he pasado una mañana para recordar. En Morenilla, como en todas partes donde vive el hombre, siempre hay algo que descubrir.
Morenilla, pueblecito molinés situado más allá de la capital del Señorío e incluido en la histórica sesma de El Pedregal, es uno de estos lugarejos perdidos que no se ven al menos que uno se acerque hasta él a propio intento.
Antes de llegar al pairón de San Julián y de la Virgen del Royo, próximo a las primeras casas de Morenilla, están los restos de una furgoneta desguazada a la vera de las peñas, con las ruedas levantadas en alto en posición aparatosa. Se me ocurre pensar -la comparación no anda demasiado descaminada- en aquellos horrorosos espectáculos de nuestra niñez, cuando los esqueletos de las caballerías brillaban a la luz de los ejidos en los pueblos, una vez descarnados por los buitres y por las alimañas. Las modernas aves de rapiña, en sustitución de aquellas, se van llevando poco a poco las diferentes piezas de los vehículos abandonados hasta dejarlos también en los tristes huesos.
Morenilla es un pueblo pequeño, de caserío ocre, con poca luz en el tono general de sus piedras, situado en los bajos de una serie de montañas viejas, de hitas y tomillares en donde no se da especie vegetal que merezca aprovecharse. La Plaza Mayor no es en realidad una plaza, es una superficie espaciosa con caída y cuesta, donde está el juego de pelota, la fuente pública de 1933 pintada de blanco, un leve jardinillo moribundo y la casona señorial, herencia de pasados tiempos, que las gentes del pueblo y los veraneantes emplean como centro de de esparcimiento o teleclub.
En el frontón se han puesto a pelotear con las raquetas dos mozalbetes. Pese al amplio vallado que rodea al muro del frontón, los jugadores han de extremar los cuidados para que las pelotas sin rumbo no vayan a parar al tejado de Máximo, que ya está bien, que el hombre se enfada y razones no le faltan.
- Ahora ya hemos llegado a un acuerdo con él -me dicen. Nosotros no subimos a alcanzarlas y sube el dueño que lo hace mejor.
Una señora con dos vasijas de agua acabadas de llenar en la fuente cruza calle abajo por delante de mí, que descanso del viaje sentado a la sombra de un olmo. La mujer pasa embebida en lo suyo, sin mirar siquiera al desconocido, sin decir esta boca es mía. Varias máquinas de labor reposan después de las faenas del verano en unos descampados del barrio de abajo, próximo a los huertos.
-Oye, niño: ¿Aquí se puede tomar café en alguna parte?
-Sí; en el teleclub. Si tienen la cafetera encendida, a lo mejor se lo pueden poner.
-El Centro Social, que es el nombre por el que se le conoce, consta de dos salas: una espaciosa dedicada a bar, con estufa, mesa de billar de las de agujeros, y mostrador. En la otra sala contigua, más pequeña, está la biblioteca. Junto al mostrador me encuentro con un viejo conocido que sella don José Huarte, secretario jubilado al que encontré hace años en el ayuntamiento de Anguita. Hoy, la memoria por lo que veo, le ha jugado una mala pasada.
-Pues mire, lo siento, pero que no me acuerdo de usted lo que se dice nada. Soy de aquí, de Morenilla, y suelo venir con frecuencia a pasar alguna temporada.
Pablo, el presidente del teleclub, me sirve un café calentito, muy rico. Por encima de los anaqueles detrás del mostrador, hay un lienzo tamaño mural representando todo tipo de utillajes comunes en los quehaceres del pueblo: garrotes, un arado, cartas de baraja, libros antiguos de aquellos que acostumbraban leer a la luz de los candiles nuestros abuelos… Lo firma un pintor afín a la localidad que vive en Valencia y se firma Lario.
-Pues aún es mejor el de la zorra que tenemos en la biblioteca. Lo ha hecho el mismo. Es que su mujer desciende de aquí.
Como ya se ha dicho la biblioteca pública está junto al bar en el mismo edificio. Se nota que es nueva y que está bastante bien cuidada. Tiene pocos libros, esa es la verdad, y un mobiliario curioso y práctico a la vez (mesa de lectura y estanterías) que, según se me explica, fueron hechas por el propio alcalde.
-Sí; es aficionado a la ebanistería, y no le han quedado muy mal, ¿verdad?
-Estupendo. Si no lo dicen cualquiera piensa que es obra de algún profesional, y no de los malos.
Junto al estante de los libros hay discos enfundados y algunos trofeos deportivos ganadas en fiestas. No obstante, por encima del cuadro de la zorra, del impecable mobiliario y de la biblioteca toda, prefiero un aparato didáctico para la enseñanza de la Historia de España que conserva, prácticamente nuevo, procedente de la antigua escuela de niños. Tiene como sello de fábrica el de la casa Saturnino Calleja, el de los famosos cuentos, y consta de 119 cromos a todo color, numerados y colocados por orden cronológico, en los que aparecen representadas escenas retrospectivas de nuestra Historia, empezando por la fundación de Cádiz por los fenicios hasta la muerte en su lecho del rey Alfonso XII. Don Paulino Martínez, secretario, jubilado también, del ayuntamiento de Prados Redondos e hijo de Morenilla, me lo cuenta envolviendo su relato con una fuerte dosis de añoranzas.
-Qué tiempos aquellos. Tampoco hace años. El maestro le iba dando vueltas a la manivela y salían las escenas de la lección. Lo que pasa es que se ha quedado muy anticuado.
La portada del centro social es de arco de medio punto, formada a base de pesadas dovelas de piedra tan comunes en la comarca. Sobre la clave hay un escudo con una veleta, las letras de la palabra MORENILLA y la fecha de 1750.
- Lo que quiere decir que por entonces el pueblo ya se llamaba así.
Al medio día se filtra el sol entre nubes tormentosas por los altos del Umbrazo, lisos completamente con pelambrera de tomillar donde instalaron el repetidor de la televisión, y por la llamada Peña de Andrés. El sol pica en la piel de los hombres y desazona las lomeras de las bestias que en Morenilla apenas las hay.
- En esa casa de arriba dicen que estuvo la Inquisición.
La iglesia parroquial nos atrae como el monumento más destacado del pueblo. Su torre de dos cuerpos se remata con el tejadillo característico de la arquitectura religiosa rural del siglo XVIII. En el campanario, la fecha de conclusión, según leemos, es de l768, mientras que la portada se terminó un año más tarde.
Como detalle de interés, mis amigos me llevan hasta el esquinazo donde cuelga la varilla de un reloj de sol.
- Se le han borrado los números, pero ese sí que no falla.
Desde el pretil me cuentan que, aparte de todos los bajos que se ven en los rastrojos, al otro lado de los cerros, en el barranco del río Gallo también hay mucha agricultura; que más allá están los pueblos de Chera y de Prados Redondos.
- Aquel otro es el cerro de la Torrecilla. Allí han salido cosas como si hubiera existido un poblado antiguo.
El interior de la iglesia se ve muy limpio, como recién pintado. Tiene una sola nave con crucero que la ocupa prácticamente toda. En el retablo mayor se ve una imagen de la Purísima, otra de San Roque y otra de San Julián Parricida, con cuatro lienzos referentes a la vida de su santo patrón. Cuenta la leyenda que San Julián, advertido por una cierva a la que había herido de muerte en una cacería, mató equivocadamente, en el propio lecho de su palacio, a su padre ya su madre ancianos. Después se apartó del mundo, dejó su regalada vida de noble, y dedicó el resto de sus días a socorrer a los pobres y a los enfermos, siendo después de muchos siglos uno de los santos más populares de nuestro calendario. Flaubert el novelista romántico francés, autor de "Madame Bovary", se ocupó de perpetuar su leyenda, y es patrono en nuestra provincia, aparte de Morenilla de los pueblos atencinos de Cantalojas y Paredes de Sigüenza, entre los que yo recuerdo.
- Mire, aquí ha nacido un tallo de olmo por entre las tablas.
De su ermita en Morenilla desapareció hace más de veinte años la verdadera imagen de su patrona, la Virgen del royo, y ahora existen en la iglesia dos con la misma advocación, adquiridas poco después del robo sacrílego. Me explica Pablo que la más pequeña de las dos, también la más bonita, que hay en un retablo vestida de blanco, la regaló su padre cuando él entró en quintas.
- Fue un ofrecimiento que hizo si me tocaba a España y la compró.
Hablando un poco de todo mientras bajamos a pie hasta la fuente de los Huertos, varios de la comitiva, a la que se acababa de incorporar Modesto Pérez, Me hablaron de que a pesar de ser un pueblo pequeño, con 79 habitantes de censo únicamente, hay más mozos que en ningún otro pueblo del contorno. Todos varones, y que entre los 17 y los 30 años deben de ser cerca de veinte.
- ¿Y qué han de hacer para casarse?
- Ahí está la cosa, que no hay redil de mozas y ellos van apañando su plan para encontrarlas donde las haya. Hoy mismo se casa uno de aquí con una chica de Castellar. Está medio pueblo de boda.
Un valenciano hace paella a la sombra en una esquina. En la chopera de los arrabales, antes de llegar a la fuente, bosteza un lañador con bigotillo a lo Charles Chaplin. El quincallero en cuestión va equipado con una mujer morena que viste una falda hasta los pies, con una tartana y un mulo como los de antes, una perra galga y un gallo peleón atado del cuello a un cardo para que no se escape. El lañador nos mira con sentida y tenaz indiferencia.
- Pobre gente.
- Sí, pero mire si está lustroso el mulo. Siempre han venido a parar al mismo sitio. Antiguamente igual.
La ermita de la Soledad tiene un lejano aspecto medieval. Dos modillones sostienen el alero con las cabezas de un carnero y de un león de mar.
-Pues en el término tenemos el Barranco de la Hoz que es muy bonito. No pilla muy lejos del pueblo, está ahí abajo, donde el río Gallo.
- Ya, pero eso no es aquí, eso está en el santuario de Ventosa.
- No, aquel es el Barranco de la Virgen de la Hoz, y éste es el Barranco de la Hoz, simplemente. Tiene peñascos lo mismo que aquel, lo que pasa es que no lo conoce casi nadie. Allí hay una cueva que le decimos del Pajar, otra Redonda, la cueva de Lucas y la de los Muleros. Es una lástima que a la gente no le dé por ir a ver todo aquello.
Por las huertas de los Royos y de la Veguilla, entre mimbreras y majuelas coloradas como gargantillas, llegamos hasta el manadero que dicen la Fuente de los Huertos. El manadero es en realidad una poza cuadrada, poco profunda, donde el agua del subsuelo sale a la superficie en suaves borbotones que apenas se aprecian, filtrándose entre las piedrecitas y las arenas del fondo. Enseguida se escapa por un canal en busca del arroyo próximo.
- Como verá, por aquí son todo manaderos. El agua de esta fuente se empleó para regar los huertos, y a veces para que las mujeres lavasen los menudos de la matanza. Para beber hemos oído decir que no sirve, que se hincha el personal si se bebe de continuo.
Así es Morenilla. Pienso que desde el día de mi visita, y ya metidos en otoño, se hayan marchado a sus residencias de invierno una buena parte del personal. A veinticinco kilómetros escasos de Molina de Aragón, camino de Teruel y en dirección al alto ferruginoso de Sierra Menera, se nos queda el pequeño lugar de agricultores en donde he pasado una mañana para recordar. En Morenilla, como en todas partes donde vive el hombre, siempre hay algo que descubrir.
(N.A. Septiembre, 1986)
1 comentario:
Morenilla a cambiado mucho desde ese relato, la foto de el edificio, no se parece a la actual.
Ahora hay árboles y la fachada está restaurada.
Pero sigue teniendo el mismo encanto.
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