lunes, 29 de junio de 2009

ORDIAL, EL


Me preguntaba un supuesto lector que si el sitio de El Ordial es un pueblo de Guadalajara. Sí, le respondo; es un lugar privilegiado de la sierra del Ocejón o del Alto Rey, según se mire, en donde siempre hay alguien, aunque sus habitantes de hecho y de derecho suelen pasar gran parte del año en la capital, especialmente en Madrid. El censo de población, teniendo en cuenta la antedicha circunstancia, es de 58 personas empa­dronadas con ayuntamiento propio. El Ordial cuenta como anejo de su ayuntamiento con el no lejano lugar de La Nava.
Paso por Arroyo de Fraguas a primera hora de la tarde. Ya a la en­trada del pueblo veo pastar tranquilas en los prados de la Cerrada a una docena de vacas. Los chalés, pocos pero de apariencia elegante y confortable, son un bello marco introductorio al pueblo serrano. El Ordial es municipio tranquilo, muy bonito, de casas sueltas y calles arregladas, tejados rojizos y montes y vallejos de encina o de roble­dal en toda su contorna. Desde El Ordial, el cielo más azul y el mundo más natural parecen otros.
Uno de los 58 habitantes del pueblo se llama. Marcelino Núñez. Es un seor bajito, que me habla a distancia prudencial por aquello de que la vida no está que digamos para demasiadas intimidades con quien no se conoce. Marcelino Núñez vive a temporadas en San Sebastián de los Reyes y es hermano de Víctor, el alcalde.
- A veces estoy fuera, pero paso casi todo el tiempo por aquí.
- Pues ya ve -le digo-, me habían informado mal de este pueblo. Según oídas aquí deben ser ustedes de continuo solamente dos o tres personas.
- Eso no es verdad. Aquí somos siempre más de esos, y de ahora en adelante el pueblo se llena con los veraneantes.
El buen hombre me deja casi con la palabra en la boca. Se marcha arreando a tres terneros blancos y a una novilla de color azafrán.
Por el barranco de la Guindalera, se dan abundantes las estepas, los robles, los chopos pomposos pero desnutridos y las carrascas orondas. El motivo más agreste de la Guindalera son los peñas­cales color ceniza, aparte de los arroyuelos que uno no alcanza a ver, pero que adivina. Una vaca blanca y negra, huesuda y con cara de poca sa­lud, pasta apartada de las demás reses en la pradera plagada de margaritas, igual que Platero. Poco después reaparece en escena" Marcelino, que viene dando gritos detrás de otro hatajo de vacas allá por donde el abrevadero.
Al poniente se ve desde la calle Mayor el cerro que dicen del Cas­tillar, y al noreste, es decir, casi en dirección opuesta, el Santo Alto Rey con los radares y las torretas del Ejército.
En el cerro del Castillar coinciden los términos municipales de cuatro pueblos distintos: El Ordial, La Huerce, Umbralejo y Arroyo de Fraguas. Todo esto me lo cuenta con paciencia seráfica y mucho detalle don Res­tituto Domingo, el tercer miembro del ayuntamiento. Don Restituto, me­dio que no y medio que sí, se encuentra satisfecho de la vuelta que al pueblo se le viene dando durante los últimos años.
-Sí; por esta parte tenemos las calles arregladas y un poco en orden pero todavía nos falta bastante que hacer. La instalación de la luz pública en las calles está, a punto de inaugurarse.
- Ah, pues cuando tengan todo acabado les va a quedar el pueblo he­cho un vergel.
- Ya lo creo, pero va la cosa un poco lenta.
La fuente pública en la calle Mayor es sencillamente hermosa. Es una, fuente moderna recubierta de loseta, de redondas formas, que remata sobre su monolito central una cantarilla de alfarería. A cada la­do del monolito chorrean sendos caños con escasa fuerza. Da la impre­sión de que el agua escasea.
- No, no escasea el agua. Es que si queremos le damos más.
A falta de otra cosa que ofrecer, estos lugares apacibles de la sierra regalan a los sentidos, en cualquier dirección que se mire, los en­cantos mil de la Naturaleza desgajados en multitud de detalles, a cual más intrascendente y sublime a la vez. En los huertecillos recoletos de junto a la fuente crecen sanos los tallos del ajo y del cebollino, en tanto que se esparcen sobre los oscuros surcos las hojitas incipientes de las lechugas. De lejos destacan los colmenares en la solana de Totís, enclavadas en lugar estratégico donde las abejas liban a placer sobre la flor de los frutales y en la más escondida del melojo, de la gayuba y del brezo blanco. Los cerros del contorno son algo así como el sober­bio acorde final en la sinfonía de las sierras.
- Ahí tenemos el ayuntamiento. Parece todo nuevo, pero no lo es. Lo hemos restaurado. Tiene las mismas paredes y el mismo tejado de antes. Luego, si quiere podemos pasar a verlo.
En la plaza del pueblo coinciden por una parte la fachada del ayun­tamiento, nueva, impecable, como si nadie aún hubiera puesto sus manos sobre ella. En el suelo la cartela que anuncia cómo el edificio consis­torial fue restaurado con ayuda de la Diputación. En el otro extremo de la plaza, algo más adelante, la iglesia parroquial con su espadaña airo­sa y su portalillo típico mirando al mediodía.
- Queremos también retocarla un poco. Será cuando haya perras. Aquí ya se sabe, el ayuntamiento es pobre, no tiene un duro, y lo poco que tengamos que hacer sale siempre de la aportación de los vecinos.
En el jardinillo que tiene justo en el rincón de su patio el Hipóli­to, debajo mismo de las campanas, hay fresas enveradas, entre rojas y blancas. Las fresas de esta sierra, tanto las silvestres como las pocas que hay de cultivo, son mínimas en tamaño pero de un sabor exquisito.
- Pues mire, toda esa parte que hay detrás, por donde las estepas, las voy a poner de frutales -me cuenta don Restituto Domingo-. Más de cien frutales quiero meter ahí.
- ¿Hay muchas vacas en el pueblo?
- Unas setenta u ochenta entre todos.
Ahora viene Marcelino con la llave de la iglesia. Aunque lo disimu­lan, los vecinos de El Ordial son conscientes de que tienen una iglesia hermosa y bien cuidada, por eso aprovechan el momento para enseñarla a quien la quiera ver en casos como éste.
- Estupendo. Es una iglesia muy bonita. Qué quieren que les diga.
- No mucho. Aún podía estar mejor. La hemos arreglado, pero todavía le falta algún repaso.
En El Ordial tienen una iglesia pequeñita, acorde con la categoría y contada población que el lugar tuvo en sus mejores tiempos. Una iglesia limpia, de nave única. En el ábside, tras el altar mayor, hay un retablillo sin mucho mérito, y junto a él una pila de bautismo románica muy intere­sante. El santo patrón de El Ordial, San Sebastián, y dos imá­genes más, un Sagrado Corazón y una Virgen de Fátima, completan lo poco a destacar que allí existe.
- La fiesta será entonces el 20 de enero.
- Claro. Siempre ha sido en ese día San Sebastián, pero la hemos tras­ladado al domingo más cercano al 20 de agosto.
Tanto la cúpula del presbiterio como el resto de la nave que separa un arco central, están pintados pulcra y curiosamente. El pendón proce­sional de las fiestas mayores reposa junto a la pared apoyado por los últimos bancos. Una cruz de madera pendiente de la pared rememora los días de la Santa Misión que en el pueblo tuvieron lugar con todo fervor y pompa en el año 1961.
Antes de haber entrado a la iglesia se une a nosotros otro vecino, don José Llorente, y juntos los cuatro pasamos a continuación al remo­zado edificio del ayuntamiento.
La verdad es que uno toma más a deseo el hecho de distraer su aten­ción contemplando el panorama exterior de pueblos como éste, que el de pararse a mirar una y otra vez el espectáculo siempre frío y monótono de las modernas edificaciones con finalidad oficial, todas iguales, in­expresivas, inútiles y soberanamente aburridas.
- Esto primero es el salón de abajo.
- ¿Para qué lo piensan emplear?
Pues, qué sé yo. Para la fiesta, o por si tenemos alguna reunión con todo el pueblo.
El piso de arriba es completamente nuevo. Por la escalera al subir huele a pintura. En el saloncito central hay una cocina de fuego bajo, ajustada a las formas, técnicas y materiales, de lo que ahora se lleva; nada más lejos del estilo tradicional de los pueblos de la comarca.
- Todo muy bonito, ¿verdad?
- ¡Bien!
En el despacho nuevo del señor alcalde tienen como único mueble la mesa vieja del profesor de cuando hubo escuela. En los estantes de la Secretaría se recoge empaquetado todo el archivo municipal de los dos últimos siglos.
- Aquí está escrito todo lo que se busque. Lo que usted busque, segu­ro que lo encuentra aquí. Mire, año del 1800.
Seguramente que por aquello del proceso de instalación y provisionalidad, la mesa del secretario no es tampoco, que digamos, un dechado de orden. Entre los papeles impresos y otros documentos que hay sobre la mesa de la Secretaría, se encuentra un "Anuario Legislativo" y una "His­toria de la Literatura Universal".
- El señor secretario vive en Guadalajara. Seguro que lo conoce usted.
- No lo sé. Es posible que lo conozca.
Mis tres amigos: Marcelino, Restituto y José, me cuentan que las gentes del pueblo viven del ganado y un poco también de las patatas y hortalizas que sacan de los huertos; que es una lástima que no les ha­gan la Concentración Parcelaria.
- Sí señor. Si nos parcelaran el término, por lo menos tendríamos sembradas las dos añás.
Por el Prao y por las eras se suelen restregar a la sombra los ma­drileños que vienen en verano. Algo más adelante queda el silente cua­drilátero del cementerio, restaurado también. En la calle de Aldeanue­va nos encontramos a Pablo, que anda colocando un cepo para cazar rato­nes. El cepo es demasiado débil, de aquellos que en tiempos usábamos en los pueblos para cazar gorriones cuando los días de nevada, y el ce­bo que engancha en la trampilla son bolitas de pan duro.
- No creo que el sistema le de mucho resultado.
- Sí que me da -contesta-. Esta mañana ha caído uno bien gordo. Cuan­do tienen necesidad, los bichos acuden a lo que les pongas.
Ya fuera del pueblo pasamos junto al lavadero de ropa y junto a la antigua escuela, dedicada actualmente a consultorio médico. Los robles y el pastizal quedan de nosotros a cuatro pasos, cubriendo los primeros con su sombra parte del muro poniente de los chalés. La tarde en El Ordial se estira sin que parezca que el sol avance por el luminoso azulejo que nos cubre. En el pueblo, mis amigos se reúnen cuando me voy para comentar cosas y, supongo, que también para hilvanar proyectos. De la callejuela próxima aparece trotón un ternerillo que se pone a beber en el estanque redondo de la fuente.

(N.A. Marzo, 1988)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, soy nieto de Marcelino Núñez, me llamo Alberto y me ha dado mucho gusto encontrarme con un poco de historia de el pueblo de mi madre y a fin de cuentas de mi abuelo. La cosa por El Ordial va muy bien y poco a poco el pueblo va creciendo a marchas insospechadas. Le seguiré leyendo todas esas historias de los pueblos de la comarca. Un saludo

Francisco dijo...

Hola: Soy amante de San Sebastian mártir y recopilo imágenes del mismo como patrón.
Agradeceria pudieran enviarme una del patrón de El Ordial.
Gracias.
Mi correo: fraturmo@hotmail.com