Por no encontrar la debida indicación en el camino, el viajero se cuela hasta La Barbolla, ya en los límites casi con la provincia de Soria. La gente de por aquí dice que no sabe por qué, pero en el indicador de Riosalido dice Riotovi del Valle.
Los hombres y mujeres que descansan bajo la olma en la espléndida plaza de Riosalido, dicen, en cambio, que sí lo saben, que fue poco menos que una estupidez por parte de una autoridad de años atrás, y que de aquel proyecto no ha quedado más que el nombre, para mayor desgracia.. El nombre de Riotovi resulta extraño al vivir diario y a la historia de la comarca, ni los de dentro ni los de fuera lo aceptan.
-Para que usted se entere, es que quisieron hacer una concentración de pueblos y traernos a la gente aquí. Aquello no se llevó después a efecto, y ahí nos dejaron el letrero como recuerdo de su fracaso, pero para nosotros y para los demás este pueblo es Riosalido.
-Pues, muy bien; así ya queda la cosa un poco más clara. Lo que también es cierto es que yo nunca pensé cómo en un sitio como éste, escondido entre dos cerros, pudiese haber un pueblo tan bonito.
-No está mal. Si quitamos a Sigüenza, de por aquí es el mejorcito que hay.
-Y con buen olmo.
-Y con buen olmo, sí señor. Ahora mismo lo acabamos de desinfectar. Le ha acudido el gusanillo ese que se come las hojas, y yo creo que acabará con él.
-Seguro que tiene tantos años como la casa más vieja del pueblo.
-Más. El Flores dice que leyó en la sacristía un documento que ponía que el olmo de la plaza se plantó en el mil quinientos y pico. La acacia tiene más de setenta. Nosotros éramos chicos cuando la plantaron.
La Plaza Mayor de Riosalido es amplia, limpia, encuadrada por viviendas de hechura elegante, que lucen como casi todas las casas del pueblo la belleza de la piedra uniforme y bien trabajada. En la parte opuesta a la que nos encontramos hay otro grupito de gente mayor, sentada al otro lado de la fuente.
-¿Qué pasa, es que están reñidos con aquellos?
-¡Qué va! Nosotros igual nos sentamos en estos poyos que en aquellos. Dentro de un rato seguro que se pone todo esto que no se cabe. Es por conde nos da. ¡Y anda que somos pocos! Si hay en invierno cincuenta casas abiertas, treinta y cinco por lo menos son de jubilados.
-Tendrán su río y todo, como el nombre lo dice.
-Nada. Aquí no hay más río que el nacedero de las fuentes del pueblo. Tenemos tres, y de buen agua, eso sí. Los que viven en el castillo de la La Riba, vienen y se llevan la que quieren.
Hacía tiempo que no había encontrado un personal tan simpático como lo es en conjunto el de Riosalido. Y como es justo dar a cada uno lo suyo, así se lo hago saber a mis nuevos amigos de la plaza, a Ignacio, a Ruperto, a Cristina, a Silvina, a Paula...
-Usted, cuando tiene que venir por aquí es para la fiesta. Para la Purísima, que la hemos adelantado dos meses porque en diciembre hace mucho frío. Aquí en esta plaza baila hasta el gato, sí señor.
-Pues, también es fatalidad no haber caído por esos días.
-Mire, después del baile hacemos migas, y chocolate, y caldo. No hay quien duerma. Los jóvenes, los viejos, y todos. El año pasado tuvimos una vaca y bueno fuegos artificiales. ¡Menuda fue!
Las mujeres de Riosalido pasan las tardes del verano haciendo ganchillo a la sombra del olmo. Cuando se les dice que tienen el mejor pueblo de la contorna, ellas rememoran el viejo decir y lo cuentan sacando a la luz aquella vieja estrofa que, en más de una ocasión, alguien llegaría a cantar en sus años jóvenes con aires de jota:
Matas está en una cuesta,
Pozancos en un barranco,
las chicas de Riosalido
se llevan la flor del campo.
-No saben cuanto siento tenerles que dejar; pero me tendré que ir de aquí si quiero ver el pueblo ¿No les parece?
-Eso usted verá. Lo único que podemos hacer es acompañarle, si no se apaña solo. No le vaya a pasar lo que, cuando en tiempos, venían por aquí los guardias de Imón.
-¿Qué pasó?
-Pues que, cuando se hacía de noche y se iban, uno del pueblo les decía: “Si tienen miedo les acompaño hasta el empalme”.
La Calle Real, después de girar a la altura de la Fuente de Enmedio, llega desde la plaza hasta la iglesia, recorriendo casi en su totalidad el pueblo de Riosalido. La fuente arroja por ambos costados dos chorros abundantes de buen agua, que sale canalizada hasta el lavadero.
-Más adelante hay otra, debajo de las campanas. Suba usted a verla, ya verá como también le gusta.
Al cruzar por este último tramo de la Calle Real, uno se encuentra a su izquierda con hermosas viviendas restauradas y huertos de patatar a su derecha, de judías emparradas, de cebollas y de coles, que tienen como vecinos a otros cuartelillos de terreno lleco, donde viven a su antojo las malas hierbas que nadie sembró.
Uno camina por la Calle Real con deseos mal contenidos de ver la iglesia, de visitar allí en donde se encuentran los enterramientos y estatuas alabastrinas del señor don Pedro Gálvez y de su esposa, médico que fue de la corte del rey Felipe II, y promotor e impulsor de la villa y de otros lugares cercanos. Una señora que cose a la sombra de la esbelta espadaña me dice que no puede ser, que me quedaré sin verla porque el señor cura está fuera y seguramente no regresará hasta la noche.
-Eso -añade la buena mujer- contando con que venga hoy. No falta nunca, pero me parece que ha tenido que salir a su pueblo, y si viene ya será tarde.
Uno recibe la noticia con el amargo sabor de las contrariedades imprevistas, capaces de frustrar la razón de un viaje. Siempre queda, eso sí, la esperanza de volver a probar fortuna en otra ocasión.
El doble campanario de la iglesia recibe a estas horas de al tarde los rayos de sol que le hieren de frente en las rectas aristas de la piedra sillar. La Fuentecilla pasa casi desapercibida. Tiene el caño a flor de tierra. Es una fuente baja, de generoso manar, cuyo caudal fresco y claro como el de las otras dos, discurre callejón abajo por un reguero que se acaba perdiendo hacia las huertas.
-¿Lo aprovechan?
-Sí señor, claro que se aprovecha. Con ese chorrillo andan regando los huertos. La que no, se pierde.
Se pasa al atrio de la iglesia por la portona, ahora sin cubrir, de un arco que tiene completa su réplica en el paredón opuesto. La iglesia y el pretil fueron levantados en su tiempo con bloques de arenisca arrancada de unas canteras próximas. La portada, que es lo único que pude ver aparte del atrio, es una muestra interesante del arte renacentista, apoyada sobre columnas que mordió la humedad y fue desgastando el roce insistente de los afiladores de hachas.
Al poco de llegar al sombrío rellano de la iglesia, unos jóvenes acuden en mi busca para llevarme al propio Flores en persona, pintoresco personaje de Riosalido, cuya memoria es algo así como el archivo general de la vida y de los acontecimientos, más o menos destacables, de su pueblo.
- Antes sí que tenía buena memoria, pero he perdido mucho.
Flores es un hombre alto, fuerte, coloradote de aspecto, creo que soltero de por vida, algo metido en edad, que habla con frases tajantes y con una paseadilla en cada contestación.
-Todo esto -me dice- se arrebató a los moros en el año 1085 aproximadamente, por el rey Alfonso VI de Castilla.
-¿Qué altura tiene el campanario?
-El campanario tiene dieciocho metros justos de altura, y la puerta de la iglesia está a mil cinco metros sobre el nivel del mar.
-¿Y el cerro más alto del término?
-El cerro más alto del término es el Cerro del Campillo, que está a 1181 metros, y el Ato de las Matas a un metro menos, a 1180.
-¿Qué número de habitantes hay hoy en Riosalido?
-Hoy debemos ser unas ciento veinte personas. El año 1942 éramos más de quinientas.
-Lo del olmo de la plaza ya me lo han dicho.
-Sí señor, ese tiene sobre cuatrocientos cincuenta años. Lo leí yo hace mucho tiempo en un documento de la iglesia.
-¿En que trabaja usted, Flores?
-Yo soy agricultor, pero estoy rebajado. Padezco de los nervios.
-Con lo de la sequía, este año andan las cosas mal para el campo.
-No hay ningún viejo en el pueblo que recuerde una sequía igual que la de este año. Aquí hacía ya once años que no se habían helado los almendros, y es porque vienen las primaveras tardías.
-¿Cómo ha aprendido usted tantas cosas?
-Es que, de chico se me daba muy bien la escuela. Los maestros querían que hubiese estudiado para maestro, y mi madre para sacerdote. Luego ni una cosa ni otra.
-Pero, a pesar de eso se ha tenido que seguir cultivando ¿no?
-Antes leía mucho. Ahora leo algunas revistas de cuando en cuando. Me quedé con ganas de terminar de leer una novela que se llamaba “Las almas del purgatorio”. Salía en una revista, pero me faltaron los últimos números y no pude acabarla. Después no he podido encontrarla en ninguna parte.
- A mí no me suena esa novela, ya ve usted.
-Dicen que si la escribió un hombre que se llamaba Unamuno, y trataba de estudiantes andaluces que estaban en Salamanca.
Una racha fuerte de viento sacude las copas de los olmos, de los chopos y de las nogueras de la Fuente Vieja. Riosalido es al atardecer un paraíso que al viajero el cuesta trabajo dejar, pero que las distancias le aconsejan abandonar con tiempo suficiente, antes de que anochezca. Flores se queda con ganas de alargar el tema o de buscar otro nuevo. Uno lamenta, de verdad, tenerlo que despedir tan fríamente.
-¿No ha visto usted que ha nacido una planta en el campanario? Yo siempre me acuerdo de haberla visto así. Eso es porque en tiempos algún pájaro trajo la simiente.
Los hombres y mujeres que descansan bajo la olma en la espléndida plaza de Riosalido, dicen, en cambio, que sí lo saben, que fue poco menos que una estupidez por parte de una autoridad de años atrás, y que de aquel proyecto no ha quedado más que el nombre, para mayor desgracia.. El nombre de Riotovi resulta extraño al vivir diario y a la historia de la comarca, ni los de dentro ni los de fuera lo aceptan.
-Para que usted se entere, es que quisieron hacer una concentración de pueblos y traernos a la gente aquí. Aquello no se llevó después a efecto, y ahí nos dejaron el letrero como recuerdo de su fracaso, pero para nosotros y para los demás este pueblo es Riosalido.
-Pues, muy bien; así ya queda la cosa un poco más clara. Lo que también es cierto es que yo nunca pensé cómo en un sitio como éste, escondido entre dos cerros, pudiese haber un pueblo tan bonito.
-No está mal. Si quitamos a Sigüenza, de por aquí es el mejorcito que hay.
-Y con buen olmo.
-Y con buen olmo, sí señor. Ahora mismo lo acabamos de desinfectar. Le ha acudido el gusanillo ese que se come las hojas, y yo creo que acabará con él.
-Seguro que tiene tantos años como la casa más vieja del pueblo.
-Más. El Flores dice que leyó en la sacristía un documento que ponía que el olmo de la plaza se plantó en el mil quinientos y pico. La acacia tiene más de setenta. Nosotros éramos chicos cuando la plantaron.
La Plaza Mayor de Riosalido es amplia, limpia, encuadrada por viviendas de hechura elegante, que lucen como casi todas las casas del pueblo la belleza de la piedra uniforme y bien trabajada. En la parte opuesta a la que nos encontramos hay otro grupito de gente mayor, sentada al otro lado de la fuente.
-¿Qué pasa, es que están reñidos con aquellos?
-¡Qué va! Nosotros igual nos sentamos en estos poyos que en aquellos. Dentro de un rato seguro que se pone todo esto que no se cabe. Es por conde nos da. ¡Y anda que somos pocos! Si hay en invierno cincuenta casas abiertas, treinta y cinco por lo menos son de jubilados.
-Tendrán su río y todo, como el nombre lo dice.
-Nada. Aquí no hay más río que el nacedero de las fuentes del pueblo. Tenemos tres, y de buen agua, eso sí. Los que viven en el castillo de la La Riba, vienen y se llevan la que quieren.
Hacía tiempo que no había encontrado un personal tan simpático como lo es en conjunto el de Riosalido. Y como es justo dar a cada uno lo suyo, así se lo hago saber a mis nuevos amigos de la plaza, a Ignacio, a Ruperto, a Cristina, a Silvina, a Paula...
-Usted, cuando tiene que venir por aquí es para la fiesta. Para la Purísima, que la hemos adelantado dos meses porque en diciembre hace mucho frío. Aquí en esta plaza baila hasta el gato, sí señor.
-Pues, también es fatalidad no haber caído por esos días.
-Mire, después del baile hacemos migas, y chocolate, y caldo. No hay quien duerma. Los jóvenes, los viejos, y todos. El año pasado tuvimos una vaca y bueno fuegos artificiales. ¡Menuda fue!
Las mujeres de Riosalido pasan las tardes del verano haciendo ganchillo a la sombra del olmo. Cuando se les dice que tienen el mejor pueblo de la contorna, ellas rememoran el viejo decir y lo cuentan sacando a la luz aquella vieja estrofa que, en más de una ocasión, alguien llegaría a cantar en sus años jóvenes con aires de jota:
Matas está en una cuesta,
Pozancos en un barranco,
las chicas de Riosalido
se llevan la flor del campo.
-No saben cuanto siento tenerles que dejar; pero me tendré que ir de aquí si quiero ver el pueblo ¿No les parece?
-Eso usted verá. Lo único que podemos hacer es acompañarle, si no se apaña solo. No le vaya a pasar lo que, cuando en tiempos, venían por aquí los guardias de Imón.
-¿Qué pasó?
-Pues que, cuando se hacía de noche y se iban, uno del pueblo les decía: “Si tienen miedo les acompaño hasta el empalme”.
La Calle Real, después de girar a la altura de la Fuente de Enmedio, llega desde la plaza hasta la iglesia, recorriendo casi en su totalidad el pueblo de Riosalido. La fuente arroja por ambos costados dos chorros abundantes de buen agua, que sale canalizada hasta el lavadero.
-Más adelante hay otra, debajo de las campanas. Suba usted a verla, ya verá como también le gusta.
Al cruzar por este último tramo de la Calle Real, uno se encuentra a su izquierda con hermosas viviendas restauradas y huertos de patatar a su derecha, de judías emparradas, de cebollas y de coles, que tienen como vecinos a otros cuartelillos de terreno lleco, donde viven a su antojo las malas hierbas que nadie sembró.
Uno camina por la Calle Real con deseos mal contenidos de ver la iglesia, de visitar allí en donde se encuentran los enterramientos y estatuas alabastrinas del señor don Pedro Gálvez y de su esposa, médico que fue de la corte del rey Felipe II, y promotor e impulsor de la villa y de otros lugares cercanos. Una señora que cose a la sombra de la esbelta espadaña me dice que no puede ser, que me quedaré sin verla porque el señor cura está fuera y seguramente no regresará hasta la noche.
-Eso -añade la buena mujer- contando con que venga hoy. No falta nunca, pero me parece que ha tenido que salir a su pueblo, y si viene ya será tarde.
Uno recibe la noticia con el amargo sabor de las contrariedades imprevistas, capaces de frustrar la razón de un viaje. Siempre queda, eso sí, la esperanza de volver a probar fortuna en otra ocasión.
El doble campanario de la iglesia recibe a estas horas de al tarde los rayos de sol que le hieren de frente en las rectas aristas de la piedra sillar. La Fuentecilla pasa casi desapercibida. Tiene el caño a flor de tierra. Es una fuente baja, de generoso manar, cuyo caudal fresco y claro como el de las otras dos, discurre callejón abajo por un reguero que se acaba perdiendo hacia las huertas.
-¿Lo aprovechan?
-Sí señor, claro que se aprovecha. Con ese chorrillo andan regando los huertos. La que no, se pierde.
Se pasa al atrio de la iglesia por la portona, ahora sin cubrir, de un arco que tiene completa su réplica en el paredón opuesto. La iglesia y el pretil fueron levantados en su tiempo con bloques de arenisca arrancada de unas canteras próximas. La portada, que es lo único que pude ver aparte del atrio, es una muestra interesante del arte renacentista, apoyada sobre columnas que mordió la humedad y fue desgastando el roce insistente de los afiladores de hachas.
Al poco de llegar al sombrío rellano de la iglesia, unos jóvenes acuden en mi busca para llevarme al propio Flores en persona, pintoresco personaje de Riosalido, cuya memoria es algo así como el archivo general de la vida y de los acontecimientos, más o menos destacables, de su pueblo.
- Antes sí que tenía buena memoria, pero he perdido mucho.
Flores es un hombre alto, fuerte, coloradote de aspecto, creo que soltero de por vida, algo metido en edad, que habla con frases tajantes y con una paseadilla en cada contestación.
-Todo esto -me dice- se arrebató a los moros en el año 1085 aproximadamente, por el rey Alfonso VI de Castilla.
-¿Qué altura tiene el campanario?
-El campanario tiene dieciocho metros justos de altura, y la puerta de la iglesia está a mil cinco metros sobre el nivel del mar.
-¿Y el cerro más alto del término?
-El cerro más alto del término es el Cerro del Campillo, que está a 1181 metros, y el Ato de las Matas a un metro menos, a 1180.
-¿Qué número de habitantes hay hoy en Riosalido?
-Hoy debemos ser unas ciento veinte personas. El año 1942 éramos más de quinientas.
-Lo del olmo de la plaza ya me lo han dicho.
-Sí señor, ese tiene sobre cuatrocientos cincuenta años. Lo leí yo hace mucho tiempo en un documento de la iglesia.
-¿En que trabaja usted, Flores?
-Yo soy agricultor, pero estoy rebajado. Padezco de los nervios.
-Con lo de la sequía, este año andan las cosas mal para el campo.
-No hay ningún viejo en el pueblo que recuerde una sequía igual que la de este año. Aquí hacía ya once años que no se habían helado los almendros, y es porque vienen las primaveras tardías.
-¿Cómo ha aprendido usted tantas cosas?
-Es que, de chico se me daba muy bien la escuela. Los maestros querían que hubiese estudiado para maestro, y mi madre para sacerdote. Luego ni una cosa ni otra.
-Pero, a pesar de eso se ha tenido que seguir cultivando ¿no?
-Antes leía mucho. Ahora leo algunas revistas de cuando en cuando. Me quedé con ganas de terminar de leer una novela que se llamaba “Las almas del purgatorio”. Salía en una revista, pero me faltaron los últimos números y no pude acabarla. Después no he podido encontrarla en ninguna parte.
- A mí no me suena esa novela, ya ve usted.
-Dicen que si la escribió un hombre que se llamaba Unamuno, y trataba de estudiantes andaluces que estaban en Salamanca.
Una racha fuerte de viento sacude las copas de los olmos, de los chopos y de las nogueras de la Fuente Vieja. Riosalido es al atardecer un paraíso que al viajero el cuesta trabajo dejar, pero que las distancias le aconsejan abandonar con tiempo suficiente, antes de que anochezca. Flores se queda con ganas de alargar el tema o de buscar otro nuevo. Uno lamenta, de verdad, tenerlo que despedir tan fríamente.
-¿No ha visto usted que ha nacido una planta en el campanario? Yo siempre me acuerdo de haberla visto así. Eso es porque en tiempos algún pájaro trajo la simiente.
(N.A. Septiembre, 1983)
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