domingo, 13 de diciembre de 2009

VILLAR DE COBETA


Lo que con el tiempo desapacible de nuestros inviernos mesetarios pudo ser toda una aventura no privada de riesgos, el viaje a Villar de Cobeta, allá por las soledades del Alto Tajo, es, a gracia de la tarde estival, uno de aquellos paseos de la Europa nobiliaria barro­ca a los que el inmortal Häendel se encargó de poner música.
Cando el viajero se aparta de la carretera general a la altura de Alcolea, tiene por costumbre conducir despacio, más que por otra cosa por saturarse de aquella naturaleza solitaria y de su paisaje. Los caminos que partiendo de allá con dirección a Buenafuente rasgan de norte a sur las tierras de la provincia en un simplicísimo girón de lastras resinosas, tienen la particularidad de ser cada vez más atractivos a medida que te pierdes pinar adentro. Sería meternos en excesivos de­talles el sacar a colación los peñascosos accesos a Luzaga; la augusta serenidad de los campos de Sotodosos y de Hortezuela, con su santuario a la Virgen de Océn sobre la colina que sigue paralela al camino; los paradisíacos vallejuelos del río Linares, el de La Riba, donde con el buen tiempo los pescadores pasan la tarde enganchando en los anzuelos de sus cañas brillantes pedacitos de paisaje y firlachos de sosiego a falta de algo mejor; la encrespada silueta de Huertahernando o la paz envidiable del monasterio del Sistal en la hondonada. Todo, en el tiempo límite de una hora y en la distancia de cuarenta kilómetros desde la desviación tirando de largo.
Las sabinas y otras pocas más especies completan la vegetación, toda uniforme, de estos altos yermos a los que acabo de llegar bien entrada tarde. Villar de Cobeta se nos ofrece de bote pronto como un pequeño vergel, un pueblo pequeño pero muy bonito. Por exceso, yo creo de originalidad, Villar de Cobeta es casi todo plaza, una plaza interminable, sombrea­da de castaños, de acacias, de tilos, con el pueblo alrededor. Una fuente pública muy historiada, con dos pilones, uno a cada lado del monolito en forma de flor de lis del que salen los caños, añade la nota fresca y rumorosa a la tranquilidad de la plaza: “Año de 1924. El constructor, P. Romero”. Las viviendas que desde aquí se ven son nuevas y levantadas con gusto. Sobre el frontis del ayuntamiento se luce un reloj municipal con carillón incluido y campanil que no suena. En lo más alto del muro del frontón pintado de verde hay un escudo de España monumental, policromado, completo y de acuerdo con su contextura anterior al constitucional que ahora representa a la Patria. Cuando son las cinco pasadas, el sol pega de firme en la plaza de Villar de Cobeta. Los niños corren en bici aprovechando las sombras de las acacias, de los tilos y de los castaños silvestres. Cuando se cansan o se aburren, los niños se sientan a descansar en los poyos que hay por debajo de la olma.
- Buenas tardes, doña Maruja y doña Justa -digo a las dos mujeres que están cosiendo a la sombra de una casa ajardinada, muy bonita.
- Buenas tardes -me contestan las dos.
- Mucho calor hace. Aquí aún parece que se nota la benevolencia de la tarde.
- No crea, que cuando hay, hay para todos.
- Parece raro que haya niños y familias jóvenes en el pueblo, ¿no?
- Sí. Nosotros vivíamos en Madrid, pero al quedarnos sin trabajo nos vinimos al pueblo. Somos muy pocos, unas treinta o cuarenta personas como mucho.
- ¿Qué hacen con los niños?
- A los niños los llevamos a Sigüenza, o a Molina; según. En total hay cinco niños en el pueblo.
Las gentes de Villar viven de la ganadería y del campo. Son perso­nas la mar de amables y con un sentido exacto de la hospitalidad y de la convivencia. En la plaza dedico luego unos minutos a coger de las ramas hojitas de tila mientras pasa alguien. La tila tranquiliza el nervio, lava la inteligencia y ayuda a ser persona de bien. En los pueblos donde hay tilos la gente suele ser honesta y sin problemas temperamentales.
- Ese mechero no falla nunca, ¿verdad usted?
- No señor, no falla nunca, es el más seguro.
Daniel Sanz enciende su cigarrillo de picadura con un encendedor de mecha colgandera, de aquellos que luego se apagan enrollando el sobran te alrededor del tubo. Daniel me explica que en el edificio de las escuelas se ha preparado un hogar del jubilado y una enfermería por la otra puerta.
- Pues no está nada mal, y parece todo nuevo.
- Pues sí, demasiado para los que somos. En invierno es lo peor. Aquí en invierno hace un frío que no se puede vivir.
Cuando ya llevamos un rato deconversación,
el hombre se me queda mirando de arriba a abajo con cierto recelo. Al cabo se saca un papel de los faldones de la camisa, donde los chiquillos se solían guardar las manzanas que robaban de los huertos, y me pregunta muy en secreto.
- Oiga, esto que llevo aquí me lo ha traído el cartero, ¿para que es?
- Pues mire, me parece que es un aviso para que ponga en el remite de las cartas el distrito postal que corresponde al cabecera de muni­cipio, o sea, a Zaorejas. Es el 19495.
Daniel, que ignoro si ha comprendido o no lo que le quise decir, saca del faldón de la camisa otro segundo sobre.
- ¿Y éste?
- Este es de una academia de Barcelona, por si quiere usted hacer algún curso por correspondencia.
- ¿Y eso para qué es?
- Pues, no sé cómo se lo explicaría yo. Por si quiere aprender por correo Inglés, o hacerse delineante, peluquero, o arreglar aparatos de televisión en color.
- Sí, a buenas horas. Ahora a mis años.
También la iglesia está situada alrededor de la plaza; quiero re­cordar que por el lado norte. Tiene una espadaña airosa, seguramente que del siglo XVII, y un arco de entrada al atrio cerrado con verja. En el jardinillo de la iglesia hay caléndulas, y rosales, y malvas reales, y sándalos y hierbabuenas. En algunas casas antiguas de por detrás hay tejadillos y quitaaguas en ángulo por encima de las puertas. El detalle pone de manifiesto la relativa proximidad a la Serranía de Cuenca, donde lo tienen para protegerse de la lluvia casi todas las viviendas antiguas.­
Desde los corrales hundidos tras la iglesia se ve la vega, sue­na el agua y se advierten en el silencio pegadas a la pared las lápidas recordatorias del camposanto. Un avión corta con cinta blanca de humo la tarde de Villar y de toda la sierra.
- Mire, por aquellos cerros del Carrascal pasa la pista que va a pa­rar al Puente de San Pedro. Está a siete kilómetros de aquí.
El alcalde pedáneo se llama Juan Castillo. Se trata de un hombre joven y atento que se desvive por servir mucho mejor de lo que se me­rece al desconocido. Cuando el alcalde ha conseguido la llave para abrir, y a petición expresa de su nuevo amigo, le muestra lo poco o mucho que la iglesia del pueblo tiene que ver por dentro.
- Nos viene a decir misa don Ángel Moreno, el sacerdote que lleva la residencia de Buenafuente.
La iglesia es más bien pequeña. Como detalle a destacar su sencillo artesonado de la cubierta y el coro por encima del baptisterio. A pesar de su corto espacio, la iglesia cuenta con cuatro retablos pequeños en honor a otros cuatro santos cuyas imágenes ocupan las respectivas hornacinas en cada uno de ellos. San Vicente Ferrer, la Virgen de los Dolores, una virgen mártir que bien podría ser Santa Catalina, y el retablo mayor dedicado a Santa Ana
- El patrón del pueblo es San Vicente Ferrer, que ahora se celebra el último domingo de septiembre. Antes se celebraba en su día, el 5 de abril; pero hubo que trasladarlo. También me acuerdo que de chicos solíamos ir en romería hasta la ermita de Santa Bárbara, en el Hortelario. ­Ahora sólo quedan por allí medio ruinas.
La iglesia de Villar de Cobeta cuenta en su personal tesoro con una cruz procesional de plata repujada que no tuve la suerte de ver, seguramente que la guardan en domicilios particulares como en otros pueblos. La extraordinaria pieza a la que me refiero es obra del orfebre seguntino del siglo XVI Pedro de Frías. Lo que si puede verse al pie de la imagen de San Vicente es un pequeño relicario con algún recuerdo del santo.
- Si le parece nos podemos dar una vuelta hasta el vallejo del Prao de debajo de las piedras. Desde arriba es muy bonito aquello. Le gusta mu­cho a todos los que vienen.
El panorama desde las eras del Navar es un verdadero regalo para los sentidos. Terrenos ariscos y acantilados con proporciones increíbles, enmarcadas por cortes rocosos que la Naturaleza solamente es capaz de hacer, cercan bajo el precipicio a considerable distancia de donde aho­ra estamos toda una vega recoleta de huertecillos trabajados con mimo, donde los contados habitantes de Villar se entretienen en cultivar ju­días, tomates, patatas y cebollinos para su uso. Los colosales murallo­nes de piedra descienden enrevesados, buscando no muy lejos el cauce del Tajo. La visión desde el mirador del Navar es de las que se quedan por tiempo en la memoria.
- Si se fija en los bajos del Prao, hay cuevas hechas en la piedra. Ahí hemos metido el ganado muchas veces.
Como dato retrospectivo, pero de interés en la historia de Guadala­jara, cabe decir que en los altos de Villar de Cobeta plantó su sede en 1809 la Junta de Defensa del Señorío de Molina cuando la guerra contra los franceses, en tanto que treinta años más tarde las tropas carlistas se hicieron fuertes en Alpetea y el Sargal, también por estos alrededo­res.
Acabamos la visita, con un poco de dolor por cierto, viendo el mag­nífico complejo escolar dedicado a otros menesteres por falta de niños. La obra es de la posguerra y según el alcalde se debe atribuir al mé­rito personal de un predecesor suyo muy insigne.
- Las escuelas las mandó hacer Clemente Muela, siendo alcalde de aquí ¡Cuánto bien hizo por el pueblo aquel bendito hombre, cuando los ayuntamientos no contaban con ayuda de nadie!
Al oír las palabras de Juan Castillo, uno piensa que son palabras de oro que al primero que le honran es a él y luego al propio don Cle­mente Muela. Nunca recuerdo haber escuchado elogio semejante dirigido a un mandatario anterior y por la misma línea. E1 insigne alcalde de Villar de Cobeta al que se refiere mi amigo ya murió. Era el padre de Maruja y el marido de doña Justa, las dos primeras mujeres que conocí apenas llegar al pueblo.
Luego todo acabó como siempre. Juan Castillo, el alcalde, y su señora, me invitaron a tomar una cerveza fresca en el acogedor barecillo que han montado en una de las dos escuelas, y con un buen pedazo de tarde aún por delante, emprendí el viaje de regreso a la capital. Al salir, el tendero de Ablanque terminaba de reunir a son de claxon a todas las mujeres del pueblo, diez por lo menos, detrás de su furgón cargado de cajas con tomates, peras, verduras, y no sé cuántas cosas más que en un decir amén colocó con habilidad a disposición del público.

(N.A. Julio, 1986)

1 comentario:

rober dijo...

Todavía conservo el recorte de la Nueva Alcarria de julio de 1986 donde aparece este magnífico articulo. Señor José, soy uno de esos niños que corría en bici por la plaza y descansaba en los muretes del antiguo olmo, hoy ya desaparecido. Soy el nieto de doña Justa con quien habló en su visita al pueblo. Hoy día es la mujer mas mayor del pueblo con sus 94 años.
Quería agradecerle el cariño y la humildad con que trató usted el reportaje sobre mi pueblo, una crónica que quedará ligada a la pobre o desconocida historia de Villar.
Me encantaría poder ponerme en contacto con usted para tratar un asunto sobre Villar, que a usted como escritor, estoy seguro que le puede interesar.
Mi correo es rober017@hotmail.com.
También dejarle la dirección de un blog de Villar para que pueda conocer un poquito mas este maravilloso pueblo del Alto Tajo.
http://villardecobeta.ning.com/
1 saludo de un villarejo!!