domingo, 22 de febrero de 2009

CHILOECHES


Salir a Chiloeches es apartarse poco más de los contornos que en­marcan a la capital. No conocía yo el pueblo, pero después de haberlo visto, recorrido algunas de sus calles y rincones, y conversado amiga­blemente con una pequeña parte de los más de mil habitantes que allí hay, uno se siente satisfecho y contento a la vez. Tengo la impresión de que aquél es un pueblo completo en cuerpo y espíritu; un pueblo de los que, sin despreciar a nadie, merece tratamiento especial.
El bloque de viviendas recién terminadas con que nos recibe a la entrada habla muy claro de que Chiloeches no es un pueblo de los que perdieron el tren de la vida actual, ni muchísimo menos. Su calle Mayor, que viene a ser una exhibición de variedad y de tipismo donde queda de manifiesto el buen gusto de la gente, es la misma carretera que nos llevó desde Guadalajara y que sigue adelante, camino de Pioz, hasta llegar a tierras de Mondéjar.
En la calle Mayor está casi todo: la farmacia, la iglesia, el frontón de pelota, los bares, el Ayuntamiento, las escuelas con el encanto de su balcón corredizo hecho de madera trabajada, un taller de herrería y varias tiendas; aparte de otros muchos establecimientos que aparecen diseminados por distintas calles. A la salida del pueblo la bella estampa de su ermita de la Soledad, que sirve para guardar durante el año los pasos procesionales. Las calles que bajan hasta la carretera desde lo que aquí dicen la Fuente Santa tienen un ligero sabor andaluz o ibi­cenco y están meticulosamente atendidas y limpias. Entre dos de ellas queda el Ayuntamiento, un edificio que llama la atención por su mezcla de formas y de maderas, de galerías y de columnas, recordando un poco las viviendas de recreo a campo abierto y otro poco los legendarios ranchos americanos. Sobre la madera antigua de su armadura, una placa hace saber a quien lo ignore que el pueblo fue en 1971 premio provincial de embellecimiento.
El jardinillo de Los Caídos es un romántico y bello rincón de Chi­loeches, donde, en el chorro abundante de su fuente, llena unos cubos de agua don Francisco Cortés.
-¿Cómo no le han puesto un grifo?
-En esta fuente ha habido grifos de todas clases, pero los rompen.
-Está fresca, ¿verdad?
-Esta agua es buena. Los depósitos están allá, detrás del pueblo.
-¿Cómo se llama ese cerro?
-Ese se llama San Roque, y el otro, La Peñalba. Ahí hubo una fábrica de yeso en una cueva muy grande; y en esa cueva se metía la gente del pueblo a dormir durante la guerra.
-¿Le gusta a usted recordar los viejos tiempos?
- ¡Si, hombre! Sobre todo, la romería a San Marcos, que todavía se hace. San Marcos está a cuatro kilómetros de aquí y allí se va en grupos de familia o de amigos cuando es su fiesta. Se hace procesión con el santo, se bendicen los campos, la gente come por allí y luego se hace baile. Hay cinco o seis casas con su ermita y todo. Yo me acuerdo de que, antiguamente, los mozos de mulas nos juntábamos allí a comer al mediodía cuando íbamos a labrar cerca, y jugábamos a las cartas, a las chapas, al tango, y aunque no había dinero se pasaba muy bien.
-¿Ya no se hace eso?
-No, eso no. Ahora se hace la romería y nada más. Lo que tam­bién se sigue haciendo es la ronda de los mozos y de los casados para la fiesta de septiembre; unos, una noche, y los otros, otra. Se pasan toda la noche cantando de puerta en puerta y la gente les da una pro­pinilla, aunque sean las cuatro de la mañana. Ahora yo creo que buscan más la propina que el cantar. Se le dicen cosas a las mozas, a las ca­sadas, al señor cura, a todos.
-¿Y qué les dicen en la ronda?
-Yo no me acuerdo ya. Hace muchos años que uno dejó esas cosas, pero una copla me parece que dice:

Las manos del señor cura
merecían ,ser de plata
para recibir a Dios
cuando de los Cielos baja.

-¿Y a las mozas?
-A las mozas se les dicen otras cosas. Mire :

Eres chiquitita y mona
como grano de cebada,
lo que tienes de pequeña
lo tienes de resalada.

El interior de la iglesia de Chiloeches es hoy uno de los más aco­gedores que uno conoce. Con donativos voluntarios del pueblo ha con­seguido su párroco, don Alejandro, un templo digno de la misión que desempeña. En aquel momento ensayaba el grupo de jóvenes que inte­gran el coro parroquial, un grupo de veinte chavales que, con su em­peño y buena voluntad, han conseguido agradar al público en sus actua­ciones.
-Sí. A la gente le gusta el coro, pero al principio impresionaba más.
Lo dijo Aurita, la mayor del grupo, que toca la guitarra y es, de alguna manera, la responsable de lo que son y de lo que hacen. Aurita Cascajero es la única autoridad con que me encontré en Chiloeches. Tiene 22 años y es concejal del Ayuntamiento.
-Sólo nos vemos los fines de semana, cuando venimos, y entonces aprovechamos para ensayar. Tenemos una guitarra, una batería y un armonio.
- ¿Cómo nació el grupo?
-Nació como consecuencia de un ensayo de villancicos que hici­mos en la Navidad de hace dos años. Luego salimos de ronda y aquí estamos.
-¿Con qué ingresos contáis?
-Con ninguno. Una vez hicimos un baile y vendíamos pinchos de tortilla, alfileres, algo que nos dan en las bodas, y con eso compramos la guitarra. Lo que nos sobró lo dimos como donativo a la parroquia.
-¿Tenéis mucho repertorio?
-Sí. Yo creo que demasiado. Tocamos de oído, claro, y los instru­mentos no los manejamos mal. Yo creo que el tener mucho repertorio nos llega a perjudicar, pues no tenemos tiempo de ensayar las canciones antiguas ya veces se olvidan.
En la puerta de la iglesia encontré a doña Anunciación Herranz, que iba de compra. Es madre de don Alejandro y de don Gregorio, curas de Chiloeches y de Iriepal, respectivamente. Tiene alrededor de los se­tenta y le gusta coleccionar cosas.
-¿Qué colecciona usted?
-Yo colecciono de todo: sellos, llaveros, calendarios de bolsillo, cajas de cerillas y vitolas.
-¿Y lo lleva usted en serio?
-Bueno; en serio, sí, pero no me puedo dedicar mucho a eso. Tengo más de 3.000 sellos, unos 350 llaveros y vitolas también bastantes. Lo que menso tengo son calendarios; de esos tendré sólo una cuarentena. También tengo cartas de enamorados de primeros de siglo con su sello, y postales antiguas. Unas cosas que me las dan, otras que doy y otras que cambio, así las voy juntando.
En pocos minutos, la puerta de la iglesia se llenó de gente vestida de fiesta: había boda. Los novios de Chiloeches prefieren casarse en su pueblo con los suyos y entre los suyos, sin más aparato ni pompa que lo que las cosas requieren. También en esto, aunque no venga a cuento, creo que compartimos su criterio como una idea que merece la pena imitar.

(N.A. Mayo, 1980)

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