Poco se habla y, desde luego, muy poco se ha escrito del pueblecillo molinés hacia el que ahora voy. Que la bravura de sus tierras más inmediatas a los cauces del río sorprenden al visitante, es razón que me consta; mas el pueblo, el mínimo habitáculo donde la gente está es lo que ahora me interesa, más si se tiene en cuenta que el padre Tajo, a principios de su cuenca alta, se halla a bastante distancia del lugar que se lo apropió por sobrenombre.
Desde Taravilla -el pueblo de la famosa laguna- l campo se hace áspero y solitario. Un helicóptero del ICONA anda de la ceca a la meca sobrevolando los cerros de blancal y los sucesivos barrancos en donde se da la sabina; oteando incendios, quizá, o qué se yo qué. Baños de Tajo llegará poco más adelante; aparecerá como escondido en el fondo de una vega, tras unas choperas amarillas a punto de perder la hoja. Una serie de pajares con tejado rojo sirven de entrada y de límite al pueblo con las primeras casas. Junto a los muros pastan dos o tres mulos negros. Baños, sin haber puesto sobre él los pies de hecho, me parece un pueblo típicamente serrano, como Beteta o como Peralejos, de temperaturas frescas y abundosa vegetación al amparo en otro tiempo de su arroyo.
En la plaza, tal vez por tratarse de un prolongado fin de semana y de que los prolongados coletazos del verano todavía cuentan, hay cierto ambiente de niños montados en bicicleta y de mujeres que llegaron de la capital. La plaza es de las que dan lugar a cuatro esquinas con su cruce de calles, que en Baños coincide con los bajos del campanario de su iglesia renovada, sin estilo alguno y sin arte aparente.
Un olmo aún vivo ocupa los mayores volúmenes aéreos de la Plaza Mayor. Es un olmo cargado de años, de corteza rugosa y de raíz clavada bajo el poyo o barbacana donde los más viejos del lugar acuden a pasar el rato durante las largas mañanas del verano. No lejos está la fuente de la plaza. Fuente castigada por la sequía a no manar, y que sostiene sobre los bordes del piloncillo unos cuantos bidones que la gente dejó, para llenarlos cuando venga la cisterna de la Diputación y descargue el depósito. A pesar de su pomposo y paradisiaco nombre, aun con la idea subconsciente que su romántica denominación pudiera dejar en la mente de quienes lo desconocen, Baños de Tajo -ni baños ni río- es un pueblo que se muere de sed.
-Y qué quiere usted que nosotros le hagamos. Pedimos, pero no se nos escucha.
Dos vendedores ambulantes, uno en la sombra de cada esquina, esperan con las cajas a punto y con las romanas de pesar colgadas bajo el toldo de la furgoneta, que vayan acudiendo las clientes. El olmo, mientras tanto, procura con su copa otoñal hacer las horas más llevaderas en esta mañana de un sol de justicia poner en el cuerpo y en el alma de los vivos un poco tan solo de optimismo, que buena falta hace.
-Eso sí. Cuando el sol achicharra aquí en el vallejo y te pones debajo del olmo, tan fresquito, parece que estás en otro mundo.
La iglesia parroquial, moderna, de piedra y cal como la de Taravilla, permanece impasible a los aconteceres, ajena al vivir de los hombres, al margen de las alegrías y de las penas de quienes bullen, y charlan, y vienen y van a estas horas por la plaza. La única campana que tiene la iglesia mira hacia el saliente, en tanto que la veleta, fiel a la dirección del viento, señala hacia donde el sol se esconde. La gente en tanto, como casi siempre ocurre, me mira con curiosidad, forjando opiniones acerca de mi persona que rara vez son ciertas.
-Pues no sabemos quién es usted; pero si viene a traernos algo bueno, bienvenido sea.
En la calle larga que sale desde la misma plaza, las casas de Baños comparten su rural estampa unas con otras, las de piedra caliza patinada de gris, con las más modernas que poco a poco van restaurando o levantando de nueva planta los que viven fuera.
-Algunas las han arreglado los que viven aquí; otras, los veraneantes. Eso depende.
La señora Encarna está sentada a la sombra frente a la antigua escuela de niños. Tiene frente a sí algunas casas nuevas, casi recién construidas. Más lejos la cota montuna del cerro Picozo, que sirve al pueblo de Baños como parapeto y algo también como cabecera.
-¿Tan mal anda la cosa del agua?
-Sí, señor. Muy mal. La dan media hora al día, y al que vivimos un poco lejos del depósito, ni nos llega.
-¿Cómo es posible que en un pueblo de sierra ocurra esto?
-No lo sabemos. Van ya unos cuantos años que llueve muy poco.
-La escuela, sin niños, por lo que veo.
-Sí, señor, sin niños, muerta como el pueblo. Cuando falta la escuela falta todo.
-¿A qué distancia les coge el río?
-Muy lejos. A más de tres horas de camino andando.
Cuando la señora Encarna me cuenta todo esto, sin demasiada precisión como cuando las conversaciones surgen sobre la marcha, un señor de la calle le rectifica en el sentido de que la distancia hasta el Tajo no es tanta. Intervienen algunas vecinas más y al cabo compruebo que no hay acuerdo.
- Es que también depende, sabe usted, de la prisa que uno se dé al andar. De todas formas el río pilla bastante retirado de aquí.
Me asomo luego a los huertos llanos de la vega. Pequeñas heredades condenadas a fenecer por falta de riego. Después regreso hasta la plaza. Al avanzar por la Plaza Mayor el olmo me produce una sensación de sosiego, de promesa al menos en medio de tanta tragedia en torno a un tema común: la falta de agua. Un hombre de aspecto enteradillo me pregunta el porqué de mi estancia en el pueblo, si he ido por mi propia cuenta o por "mandato de alguna superioridad.
-No señor, yo he venido a Baños porque tenía que venir, sin que me mande nadie. Con libertad absoluta. Puede usted quedar tranquilo.
-Ah, bueno -me responde-. Siendo así, la cosa cambia.
Por detrás de la iglesia el pueblo se acaba muy pronto. Baños de Tajo es quizá más pequeño de lo que yo me imaginé. Cuando uno se encuentra con el terrible dilema de querer hacer, sin que pueda hacerlo; algo en favor de estos pequeños lugarejos sin futuro, algo que les pudiera beneficiar, que les saque de la abulia que a veces les consume, a modo de depresión colectiva que cunde como las plagas, debo confesar que me contagio de su mal inmediatamente. Pero si cierto es que la vida, igual que el arte, no es otra cosa que un hábil juego de contrastes, buena cosa será buscar a propio intento el imperio de la luz que no debe andar lejos.
-La verdad es que el peor mal de estos pueblos ha sido la falta de habitantes, y dejémonos de historias. Al no haber gente, las cosas deben ir mal a la fuerza; de malo en peor. ¿No le parece?
-Quizá tenga usted razón, señora.
Don Emilio Sánchez, vecino de Madrid y natural de Setiles, en Sierra Menera, me pone en contacto con la señora Adoración, para que me hable un poquito de las fiestas y me enseñe la iglesia por dentro, si es su voluntad. La buena mujer es pronta para ir hasta su casa a buscar la llave, y lo primero que me dice es que el Patrón de Baños se celebra el 14 de septiembre.
-Por la fecha, debe ser el Cristo.
-Sí, señor; el Santo Cristo de la Esperanza. Pocos somos, pero aún celebramos nuestra buena fiesta.
-Pues sí señora, muy bien, como debe ser.
-La cosa es que si cae en fin de semana vienen muchos de fuera, y si no, nos quedamos solos. Pero aun así, tenemos nuestra procesión, dos días de fiesta, y todo muy bien, haya gente o no.
-Un poco antes hubiera sido mejor, ¿no?
-Ya; pero es que en agosto tenemos la fiesta del Sagrado Corazón, y con rifas vamos consiguiendo todo lo que hay en la iglesia, que no es mucho, pero está todo tan bonito.
El presbiterio, a falta de retablo, tiene como fondo un paño de color de púrpura, y delante, en el mismo centro, la imagen del Santísimo Cristo de la Esperanza, con las de los Sagrados Corazones, una a cada lado.
-Antes había otra iglesia, pero se hundió por falta de un retejo a tiempo. Luego nos hicieron ésta. Las campanas y la pila del bautismo son de la iglesia antigua.
-¿Cómo es que una de las campanas la tienen dentro de la iglesia?
-Claro; era de la iglesia vieja que tenía dos. Como ésta la hicieron para una campana sóla, pues la otra que sobra la tenemos ahí.
-La pila del bautismo es muy bonita. Hay varias en la provincia parecidas a ésta.
-A todo el que la ve, le gusta. Dicen que tiene mucho valor.
La nueva nave del templo es a modo de un salón grande, pintado de blanco, con nueve bancos donde los fieles se sientan durante las ceremonias. Una imagen ennegrecida de San Miguel aparece sobre su peana venciendo al diablo.
-Tienen -le digo- un ramo muy bonito delante del altar.
-Sí, parece un ramo de verdad, pero no son naturales; son flores de tela. El ramo que hay más arriba lo he puesto yo.
-Pues muy bien. Tienen pocas cosas; pero está todo muy bonito y muy limpio. El pueblo tampoco se merece menos.
Al cabo de un rato, me doy cuenta de que lo he visto todo, de que la casualidad me ha puesto delante de una nueva experiencia viajera nada despreciable, y de que estas tierras, por muy mal que le vengan las cosas, tienen por ellas mismas una enorme dosis de encanto.
Una fuente de corrido muro de sillería dieciochesca, sin agua, claro está, poco más adelante del olmo y perdida en mitad de la maleza, es motivo bastante para apuntar el dato en mi cuaderno de notas. En Baños de Tajo todavía se ve, y se vive bien, a pesar de los transitorios pesares y de que la gente se empeñe en querer demostrar lo contrario.
-Ya ve usted, vivimos de la nada, del aire, que se lo digo yo. De cosa de labor no hay casi nada. En el pueblo no quedan más que jubilados, y no crea que tantos.
Tampoco tienen un poco de bar, y uno se ve obligado a salir sin perder paso porque la hora del medio día le echa de allí. La capital del Señorío, Molina, no esta muy lejos, pero tampoco tan cerca como para que el pueblo pudiera utilizarla en determinadas ocasiones como tabla de salvamento. Las cuatro mulillas que pastaban en las afueras se han buscando una sombra para descansar, y reposan postradas dejando que las horas pasen. Dado su caso, tampoco es mala filosofía.
Desde Taravilla -el pueblo de la famosa laguna- l campo se hace áspero y solitario. Un helicóptero del ICONA anda de la ceca a la meca sobrevolando los cerros de blancal y los sucesivos barrancos en donde se da la sabina; oteando incendios, quizá, o qué se yo qué. Baños de Tajo llegará poco más adelante; aparecerá como escondido en el fondo de una vega, tras unas choperas amarillas a punto de perder la hoja. Una serie de pajares con tejado rojo sirven de entrada y de límite al pueblo con las primeras casas. Junto a los muros pastan dos o tres mulos negros. Baños, sin haber puesto sobre él los pies de hecho, me parece un pueblo típicamente serrano, como Beteta o como Peralejos, de temperaturas frescas y abundosa vegetación al amparo en otro tiempo de su arroyo.
En la plaza, tal vez por tratarse de un prolongado fin de semana y de que los prolongados coletazos del verano todavía cuentan, hay cierto ambiente de niños montados en bicicleta y de mujeres que llegaron de la capital. La plaza es de las que dan lugar a cuatro esquinas con su cruce de calles, que en Baños coincide con los bajos del campanario de su iglesia renovada, sin estilo alguno y sin arte aparente.
Un olmo aún vivo ocupa los mayores volúmenes aéreos de la Plaza Mayor. Es un olmo cargado de años, de corteza rugosa y de raíz clavada bajo el poyo o barbacana donde los más viejos del lugar acuden a pasar el rato durante las largas mañanas del verano. No lejos está la fuente de la plaza. Fuente castigada por la sequía a no manar, y que sostiene sobre los bordes del piloncillo unos cuantos bidones que la gente dejó, para llenarlos cuando venga la cisterna de la Diputación y descargue el depósito. A pesar de su pomposo y paradisiaco nombre, aun con la idea subconsciente que su romántica denominación pudiera dejar en la mente de quienes lo desconocen, Baños de Tajo -ni baños ni río- es un pueblo que se muere de sed.
-Y qué quiere usted que nosotros le hagamos. Pedimos, pero no se nos escucha.
Dos vendedores ambulantes, uno en la sombra de cada esquina, esperan con las cajas a punto y con las romanas de pesar colgadas bajo el toldo de la furgoneta, que vayan acudiendo las clientes. El olmo, mientras tanto, procura con su copa otoñal hacer las horas más llevaderas en esta mañana de un sol de justicia poner en el cuerpo y en el alma de los vivos un poco tan solo de optimismo, que buena falta hace.
-Eso sí. Cuando el sol achicharra aquí en el vallejo y te pones debajo del olmo, tan fresquito, parece que estás en otro mundo.
La iglesia parroquial, moderna, de piedra y cal como la de Taravilla, permanece impasible a los aconteceres, ajena al vivir de los hombres, al margen de las alegrías y de las penas de quienes bullen, y charlan, y vienen y van a estas horas por la plaza. La única campana que tiene la iglesia mira hacia el saliente, en tanto que la veleta, fiel a la dirección del viento, señala hacia donde el sol se esconde. La gente en tanto, como casi siempre ocurre, me mira con curiosidad, forjando opiniones acerca de mi persona que rara vez son ciertas.
-Pues no sabemos quién es usted; pero si viene a traernos algo bueno, bienvenido sea.
En la calle larga que sale desde la misma plaza, las casas de Baños comparten su rural estampa unas con otras, las de piedra caliza patinada de gris, con las más modernas que poco a poco van restaurando o levantando de nueva planta los que viven fuera.
-Algunas las han arreglado los que viven aquí; otras, los veraneantes. Eso depende.
La señora Encarna está sentada a la sombra frente a la antigua escuela de niños. Tiene frente a sí algunas casas nuevas, casi recién construidas. Más lejos la cota montuna del cerro Picozo, que sirve al pueblo de Baños como parapeto y algo también como cabecera.
-¿Tan mal anda la cosa del agua?
-Sí, señor. Muy mal. La dan media hora al día, y al que vivimos un poco lejos del depósito, ni nos llega.
-¿Cómo es posible que en un pueblo de sierra ocurra esto?
-No lo sabemos. Van ya unos cuantos años que llueve muy poco.
-La escuela, sin niños, por lo que veo.
-Sí, señor, sin niños, muerta como el pueblo. Cuando falta la escuela falta todo.
-¿A qué distancia les coge el río?
-Muy lejos. A más de tres horas de camino andando.
Cuando la señora Encarna me cuenta todo esto, sin demasiada precisión como cuando las conversaciones surgen sobre la marcha, un señor de la calle le rectifica en el sentido de que la distancia hasta el Tajo no es tanta. Intervienen algunas vecinas más y al cabo compruebo que no hay acuerdo.
- Es que también depende, sabe usted, de la prisa que uno se dé al andar. De todas formas el río pilla bastante retirado de aquí.
Me asomo luego a los huertos llanos de la vega. Pequeñas heredades condenadas a fenecer por falta de riego. Después regreso hasta la plaza. Al avanzar por la Plaza Mayor el olmo me produce una sensación de sosiego, de promesa al menos en medio de tanta tragedia en torno a un tema común: la falta de agua. Un hombre de aspecto enteradillo me pregunta el porqué de mi estancia en el pueblo, si he ido por mi propia cuenta o por "mandato de alguna superioridad.
-No señor, yo he venido a Baños porque tenía que venir, sin que me mande nadie. Con libertad absoluta. Puede usted quedar tranquilo.
-Ah, bueno -me responde-. Siendo así, la cosa cambia.
Por detrás de la iglesia el pueblo se acaba muy pronto. Baños de Tajo es quizá más pequeño de lo que yo me imaginé. Cuando uno se encuentra con el terrible dilema de querer hacer, sin que pueda hacerlo; algo en favor de estos pequeños lugarejos sin futuro, algo que les pudiera beneficiar, que les saque de la abulia que a veces les consume, a modo de depresión colectiva que cunde como las plagas, debo confesar que me contagio de su mal inmediatamente. Pero si cierto es que la vida, igual que el arte, no es otra cosa que un hábil juego de contrastes, buena cosa será buscar a propio intento el imperio de la luz que no debe andar lejos.
-La verdad es que el peor mal de estos pueblos ha sido la falta de habitantes, y dejémonos de historias. Al no haber gente, las cosas deben ir mal a la fuerza; de malo en peor. ¿No le parece?
-Quizá tenga usted razón, señora.
Don Emilio Sánchez, vecino de Madrid y natural de Setiles, en Sierra Menera, me pone en contacto con la señora Adoración, para que me hable un poquito de las fiestas y me enseñe la iglesia por dentro, si es su voluntad. La buena mujer es pronta para ir hasta su casa a buscar la llave, y lo primero que me dice es que el Patrón de Baños se celebra el 14 de septiembre.
-Por la fecha, debe ser el Cristo.
-Sí, señor; el Santo Cristo de la Esperanza. Pocos somos, pero aún celebramos nuestra buena fiesta.
-Pues sí señora, muy bien, como debe ser.
-La cosa es que si cae en fin de semana vienen muchos de fuera, y si no, nos quedamos solos. Pero aun así, tenemos nuestra procesión, dos días de fiesta, y todo muy bien, haya gente o no.
-Un poco antes hubiera sido mejor, ¿no?
-Ya; pero es que en agosto tenemos la fiesta del Sagrado Corazón, y con rifas vamos consiguiendo todo lo que hay en la iglesia, que no es mucho, pero está todo tan bonito.
El presbiterio, a falta de retablo, tiene como fondo un paño de color de púrpura, y delante, en el mismo centro, la imagen del Santísimo Cristo de la Esperanza, con las de los Sagrados Corazones, una a cada lado.
-Antes había otra iglesia, pero se hundió por falta de un retejo a tiempo. Luego nos hicieron ésta. Las campanas y la pila del bautismo son de la iglesia antigua.
-¿Cómo es que una de las campanas la tienen dentro de la iglesia?
-Claro; era de la iglesia vieja que tenía dos. Como ésta la hicieron para una campana sóla, pues la otra que sobra la tenemos ahí.
-La pila del bautismo es muy bonita. Hay varias en la provincia parecidas a ésta.
-A todo el que la ve, le gusta. Dicen que tiene mucho valor.
La nueva nave del templo es a modo de un salón grande, pintado de blanco, con nueve bancos donde los fieles se sientan durante las ceremonias. Una imagen ennegrecida de San Miguel aparece sobre su peana venciendo al diablo.
-Tienen -le digo- un ramo muy bonito delante del altar.
-Sí, parece un ramo de verdad, pero no son naturales; son flores de tela. El ramo que hay más arriba lo he puesto yo.
-Pues muy bien. Tienen pocas cosas; pero está todo muy bonito y muy limpio. El pueblo tampoco se merece menos.
Al cabo de un rato, me doy cuenta de que lo he visto todo, de que la casualidad me ha puesto delante de una nueva experiencia viajera nada despreciable, y de que estas tierras, por muy mal que le vengan las cosas, tienen por ellas mismas una enorme dosis de encanto.
Una fuente de corrido muro de sillería dieciochesca, sin agua, claro está, poco más adelante del olmo y perdida en mitad de la maleza, es motivo bastante para apuntar el dato en mi cuaderno de notas. En Baños de Tajo todavía se ve, y se vive bien, a pesar de los transitorios pesares y de que la gente se empeñe en querer demostrar lo contrario.
-Ya ve usted, vivimos de la nada, del aire, que se lo digo yo. De cosa de labor no hay casi nada. En el pueblo no quedan más que jubilados, y no crea que tantos.
Tampoco tienen un poco de bar, y uno se ve obligado a salir sin perder paso porque la hora del medio día le echa de allí. La capital del Señorío, Molina, no esta muy lejos, pero tampoco tan cerca como para que el pueblo pudiera utilizarla en determinadas ocasiones como tabla de salvamento. Las cuatro mulillas que pastaban en las afueras se han buscando una sombra para descansar, y reposan postradas dejando que las horas pasen. Dado su caso, tampoco es mala filosofía.
2 comentarios:
Para el Sr. alcalde:
LLAMEN AL SIGUIENTE NUMERO DE TELEFONO (00598 095 539 839), POR FAVOR, ES MUY IMPORTANTE Y MUY URGENTE, GRACIAS.
Para el Sr. alcalde:
LLAMEN AL SIGUIENTE NUMERO DE TELEFONO (00598 095 539 839), POR FAVOR, ES MUY IMPORTANTE Y MUY URGENTE, GRACIAS.
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