Era toda una delicia la mañana de invierno en las tierras de la Alcarria. Los pimpollos de la repoblación, los tomillos y las aliagas, pintaban en variadísimos tonos de un gris verdinegro las viejas colinas entre las que nos vamos acercando al pueblo pasada la Venta. Ni una brizna de aire que moviese siquiera las palmas suaves del carrizal que crece entre la maleza de los terraplenes por los que la carretera se abre paso.
Según atraviesa al pueblo la carretera por Tendilla, da lugar a lo largo de toda su calle Mayor a uno de los espectáculos urbanos más bellos e insólitos de la provincia. Centenares de columnas sin otra pretensión que su antigüedad, su sencillez y su número, van cubriendo carrera durante un buen tramo y sirven de sostén en ambos lados a los salientes de las viejas viviendas en su parte alta, por debajo de los cuales la calle Mayor se adorna en soportales toda ella desde tiempo inmemorial. Desde la acera en sombra, que aún conserva junto a los muros de la iglesia en el jardinillo la escarcha de la noche anterior, se destacan rítmicas, iluminadas por el sol, las columnas de enfrente. Cerca del medio día, los hombres pasean entre sol y sombra fumando cigarrillos bajo los soportales del ayuntamiento. Sale de los bares próximos el sonido de las cafeteras a presión y se ve, detrás de los cristales empañados, el hilito de vapor que sube de los vasos de café con leche.
De cara a la solana de Los Baldíos, a cuyo pie se asienta el pueblo, uno llega a la encrucijada de callejas donde los más ancianos acostumbran a tomar el sol. En la antigua calle de la Ropería Vieja, un par de docenas de gallinas picotean los granos de cebada que les acaba de echar una buena mujer. Son unas gallinas paliduchas, desplumadas, con cara de poca salud.
- ¿Le ponen mucho?
-N o, nada; en este tiempo no ponen casi nada.
-¿Es que están enfermas?
-No señor. Lo que pasa es que cuando se despluman y se les pone la cresta blanca, no ponen. Luego a luego se les va volviendo roja otra vez y empiezan a poner. Eso depende del tiempo.
-Pues ya ve usted; yo no lo sabía. ¿Cuántas gallinas tiene?
-Tengo veinticinco y ponen huevos de los de verdad, naturales, porque los de por ahí no son naturales.
-Ya. Y esa mesa es para la matanza, ¿No?
-Claro; para la matanza del cerdo. Pero ya sabe usted lo que pasa: que esas cosas se van perdiendo. En todo el pueblo seguro que no se hacen ya ni media docena de matanzas.
La señora Angelines es una buena mujer; una más de esa valiosísima reserva de gente honesta que todavía queda en nuestros pueblos. La señora Angelines es una mujer feliz con su corral y con sus cuatro bichos a los que cuida con el esmero y con la sabiduría que le da toda una vida en el pueblo.
Barranquillo arriba hay un señor de mediana edad que trocea con una sierra las ramas secas de roble en pequeños pedazos.
-Esto es del monte, ¿Sabe usted? Son del año pasado y para la cocina alta van muy bien.
El Barranquillo es una calle en cuesta que va a morir a los mismos pies del cerro. Por el Barranquillo, cuando hay temporal de lluvia, baja la calle en banda arrastrando las tierras y los pedruscos de Los Baldíos. En uno de los bares de la calle Mayor conocí al alcalde de Tendilla. Se llama Juan Antonio Nuevo y es un joven maestro hijo del pueblo. Juan Antonio, a quien celebré encontrar de forma inesperada, fue desde aquel momento mi guía y compañero de conversación.
De paseo por la carretera, Juan Antonio me habló de lo que Tendilla había sido hasta hace muy poco. La eterna cantinela que con toda verdad, y eso es lo más triste, uno ha podido escuchar a gentes de los cuatro puntos de la provincia.
-Mira: todos estos soportales se llenaban de vendedores de aperos, de instrumental de labranza y de gente que compraba y que vendía cosas. A pesar de que la fecha era francamente mala, el 24 de febrero, en la plaza no se cabía de quincallas y de puestos de chucherías, a veces con buenas nevadas. Pero, de diez años a esta parte, aquí no queda nada de todo aquello.
-Y la causa, como casi siempre, la emigración, ¿verdad?
-No, no. La causa ha sido el progreso, la desaparición de las mulas, que era lo que daba vida a la feria. Se tienen noticias de que en tiempos de Felipe II ya venían gentes a comprar y vender de toda la península, incluso de Portugal.
-¿Cuál es, entonces, el medio normal de vida en el pueblo?
-La agricultura, desde luego, no. Puede haber media docena de agricultores. Tenemos una constructora que sujeta a quince o veinte familias y, luego, los bares, tiendas, pequeñas industrias y la jubilación.
-¿Te crea problemas la administración del municipio?
-Nada. Los anteriores ayuntamientos lo hicieron muy bien y no hay problemas graves de tipo municipal. Queremos repoblar de pinos todos los cerros de Los Baldíos. Yo espero que podamos ver esa parte verde y con vida lo antes que se pueda.
Ya en las afueras del pueblo, sin salir de la carretera, está la fábrica de dulces donde desde hace medio siglo viene trabajando sin apenas interrupción don Eugenio Doncel. La fama de esta modesta industria familiar sobrepasó hace tiempo los límites de la provincia, y hoy su dueño y fundador, que sigue por allí, ni siquiera sabe quiénes son sus clientes.
-¡Vaya usted a saber! Aquí viene la gente, compra, se va y a otra cosa. Es de suponer que serán gentes de Madrid y de Guadalajara que van o vienen para los pantanos, pero que no los solemos conocer.
-¿Y dice usted que vienen de muchos sitios a comprar dulces?
-Claro. Mire: a comprar mazapán del que hacemos nosotros han venido de Toledo. Creo que ya es decir bastante. Y luego, personajes, muchos. Aquí hemos tenido, y seguimos teniendo, a ministros que nos vienen a comprar en persona con su familia.
- ¿Qué es lo que más se trabaja?
-En tiempo de invierno, por la cosa de las Navidades, lo que más se hace es mazapán y turrón. En otro tiempo hacemos muchos bizcochos borrachos, rosquillas, madalenas... de todo un poco.
-¿Emplean ese horno de la pared para cocer?
-Pues, hombre, ya no; pero lo hemos estado empleando hasta hace tres meses y nos salía todo tan bueno como ahora. Todo esto lo cocemos ya en ese moderno de gas-oil y corriente eléctrica.
Ángel Doncel, hijo y sucesor en la industria de don Eugenio, atiende una antigua maquinaria de pelar almendras. Al lado hay otra que muele conjuntamente la almendra ya pelada y el azúcar a la vez, echando por su parte baja una pasta dulzarrona que es el mismo mazapán sin elaborar.
-Todo esto se molía antes con una piedra que aún tenemos por ahí.
-¿Solamente esto lleva el mazapán?
-Eso es lo principal que lleva. ¿Le parece poco? Aquí no verá usted otra cosa, porque hoy es una vergüenza: hay turrones que sólo llevan patata.
-¿De dónde traen tanta almendra?
-De Reus; la almendra viene toda de Reus.
Paralela a la carretera, y marcando a escasa distancia su misma dirección, está la calle del Río. Es, más que una calle, un paseo de acera única, que va siguiendo el curso de un arroyuelo que, con el nombre de Pra y muy poca agua, baja encajonado por un canal que sirve de límite a la calle por el otro lado. Al frente, sobre un leve altozano que la ladera del cerro deja entre los pinos, se alzan, como evocación o como muestra y señal de pasadas grandezas, simplemente, los cuatro muros del convento jerónimo de Santa Ana, fundado hace poco más de cinco siglos por el primer conde de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza. La fría soledad con que los paredones del viejo cenobio duermen para siempre el sueño del olvido contrasta con su repercusión pasada en la vida de la zona, y más todavía con su rango secular de centro de peregrinaciones que fue, al que acudían en otro tiempo penitentes y peregrinos de toda España.
-¿Y los actuales condes de Tendilla?
-El actual conde de Tendilla es el marqués de Mondéjar, que aquí nadie conocemos. A raíz de la conquista de Granada, ayer mismo, parece ser que toda esta familia perdió el contacto con el pueblo.
En la misma calle del Río está la herrería de los hermanos Pastor. Los herreros de Tendilla han descubierto un nuevo sistema de cultivadores que han venido a ser toda una revolución para los hombres del agro.
-Esto tiene la particularidad de llevar unos amortiguadores que, cuando la reja choca con una piedra demasiado fuerte, se levanta y se evita que se rompa. Lo hemos patentado y todo, a ver qué pasa.
-¿Se interesan los agricultores por el sistema?
-Sí, sí. Tenemos muchas peticiones. Se han impuesto en toda la zona y esto ya no hay quien lo corte. Ahora, si cualquier día alguna fábrica grande le da por sacar algún modelo parecido, aunque no sea exactamente igual, ya podemos ir pensando en otra cosa.
Tendilla, después de haberse asomado sólo un poquito a su fondo, uno se da cuenta de que tiene algo más que el encanto impresionante de su calle Mayor. Abriendo las puertas de la Alcarria hay un pueblo vivo que continúa, y lo seguirá haciendo mientras tanto quede un solo ciudadano de a pie de su vieja estirpe, siendo señora y dueña de un pasado que en nada desmerece su vivir de hoy.
Según atraviesa al pueblo la carretera por Tendilla, da lugar a lo largo de toda su calle Mayor a uno de los espectáculos urbanos más bellos e insólitos de la provincia. Centenares de columnas sin otra pretensión que su antigüedad, su sencillez y su número, van cubriendo carrera durante un buen tramo y sirven de sostén en ambos lados a los salientes de las viejas viviendas en su parte alta, por debajo de los cuales la calle Mayor se adorna en soportales toda ella desde tiempo inmemorial. Desde la acera en sombra, que aún conserva junto a los muros de la iglesia en el jardinillo la escarcha de la noche anterior, se destacan rítmicas, iluminadas por el sol, las columnas de enfrente. Cerca del medio día, los hombres pasean entre sol y sombra fumando cigarrillos bajo los soportales del ayuntamiento. Sale de los bares próximos el sonido de las cafeteras a presión y se ve, detrás de los cristales empañados, el hilito de vapor que sube de los vasos de café con leche.
De cara a la solana de Los Baldíos, a cuyo pie se asienta el pueblo, uno llega a la encrucijada de callejas donde los más ancianos acostumbran a tomar el sol. En la antigua calle de la Ropería Vieja, un par de docenas de gallinas picotean los granos de cebada que les acaba de echar una buena mujer. Son unas gallinas paliduchas, desplumadas, con cara de poca salud.
- ¿Le ponen mucho?
-N o, nada; en este tiempo no ponen casi nada.
-¿Es que están enfermas?
-No señor. Lo que pasa es que cuando se despluman y se les pone la cresta blanca, no ponen. Luego a luego se les va volviendo roja otra vez y empiezan a poner. Eso depende del tiempo.
-Pues ya ve usted; yo no lo sabía. ¿Cuántas gallinas tiene?
-Tengo veinticinco y ponen huevos de los de verdad, naturales, porque los de por ahí no son naturales.
-Ya. Y esa mesa es para la matanza, ¿No?
-Claro; para la matanza del cerdo. Pero ya sabe usted lo que pasa: que esas cosas se van perdiendo. En todo el pueblo seguro que no se hacen ya ni media docena de matanzas.
La señora Angelines es una buena mujer; una más de esa valiosísima reserva de gente honesta que todavía queda en nuestros pueblos. La señora Angelines es una mujer feliz con su corral y con sus cuatro bichos a los que cuida con el esmero y con la sabiduría que le da toda una vida en el pueblo.
Barranquillo arriba hay un señor de mediana edad que trocea con una sierra las ramas secas de roble en pequeños pedazos.
-Esto es del monte, ¿Sabe usted? Son del año pasado y para la cocina alta van muy bien.
El Barranquillo es una calle en cuesta que va a morir a los mismos pies del cerro. Por el Barranquillo, cuando hay temporal de lluvia, baja la calle en banda arrastrando las tierras y los pedruscos de Los Baldíos. En uno de los bares de la calle Mayor conocí al alcalde de Tendilla. Se llama Juan Antonio Nuevo y es un joven maestro hijo del pueblo. Juan Antonio, a quien celebré encontrar de forma inesperada, fue desde aquel momento mi guía y compañero de conversación.
De paseo por la carretera, Juan Antonio me habló de lo que Tendilla había sido hasta hace muy poco. La eterna cantinela que con toda verdad, y eso es lo más triste, uno ha podido escuchar a gentes de los cuatro puntos de la provincia.
-Mira: todos estos soportales se llenaban de vendedores de aperos, de instrumental de labranza y de gente que compraba y que vendía cosas. A pesar de que la fecha era francamente mala, el 24 de febrero, en la plaza no se cabía de quincallas y de puestos de chucherías, a veces con buenas nevadas. Pero, de diez años a esta parte, aquí no queda nada de todo aquello.
-Y la causa, como casi siempre, la emigración, ¿verdad?
-No, no. La causa ha sido el progreso, la desaparición de las mulas, que era lo que daba vida a la feria. Se tienen noticias de que en tiempos de Felipe II ya venían gentes a comprar y vender de toda la península, incluso de Portugal.
-¿Cuál es, entonces, el medio normal de vida en el pueblo?
-La agricultura, desde luego, no. Puede haber media docena de agricultores. Tenemos una constructora que sujeta a quince o veinte familias y, luego, los bares, tiendas, pequeñas industrias y la jubilación.
-¿Te crea problemas la administración del municipio?
-Nada. Los anteriores ayuntamientos lo hicieron muy bien y no hay problemas graves de tipo municipal. Queremos repoblar de pinos todos los cerros de Los Baldíos. Yo espero que podamos ver esa parte verde y con vida lo antes que se pueda.
Ya en las afueras del pueblo, sin salir de la carretera, está la fábrica de dulces donde desde hace medio siglo viene trabajando sin apenas interrupción don Eugenio Doncel. La fama de esta modesta industria familiar sobrepasó hace tiempo los límites de la provincia, y hoy su dueño y fundador, que sigue por allí, ni siquiera sabe quiénes son sus clientes.
-¡Vaya usted a saber! Aquí viene la gente, compra, se va y a otra cosa. Es de suponer que serán gentes de Madrid y de Guadalajara que van o vienen para los pantanos, pero que no los solemos conocer.
-¿Y dice usted que vienen de muchos sitios a comprar dulces?
-Claro. Mire: a comprar mazapán del que hacemos nosotros han venido de Toledo. Creo que ya es decir bastante. Y luego, personajes, muchos. Aquí hemos tenido, y seguimos teniendo, a ministros que nos vienen a comprar en persona con su familia.
- ¿Qué es lo que más se trabaja?
-En tiempo de invierno, por la cosa de las Navidades, lo que más se hace es mazapán y turrón. En otro tiempo hacemos muchos bizcochos borrachos, rosquillas, madalenas... de todo un poco.
-¿Emplean ese horno de la pared para cocer?
-Pues, hombre, ya no; pero lo hemos estado empleando hasta hace tres meses y nos salía todo tan bueno como ahora. Todo esto lo cocemos ya en ese moderno de gas-oil y corriente eléctrica.
Ángel Doncel, hijo y sucesor en la industria de don Eugenio, atiende una antigua maquinaria de pelar almendras. Al lado hay otra que muele conjuntamente la almendra ya pelada y el azúcar a la vez, echando por su parte baja una pasta dulzarrona que es el mismo mazapán sin elaborar.
-Todo esto se molía antes con una piedra que aún tenemos por ahí.
-¿Solamente esto lleva el mazapán?
-Eso es lo principal que lleva. ¿Le parece poco? Aquí no verá usted otra cosa, porque hoy es una vergüenza: hay turrones que sólo llevan patata.
-¿De dónde traen tanta almendra?
-De Reus; la almendra viene toda de Reus.
Paralela a la carretera, y marcando a escasa distancia su misma dirección, está la calle del Río. Es, más que una calle, un paseo de acera única, que va siguiendo el curso de un arroyuelo que, con el nombre de Pra y muy poca agua, baja encajonado por un canal que sirve de límite a la calle por el otro lado. Al frente, sobre un leve altozano que la ladera del cerro deja entre los pinos, se alzan, como evocación o como muestra y señal de pasadas grandezas, simplemente, los cuatro muros del convento jerónimo de Santa Ana, fundado hace poco más de cinco siglos por el primer conde de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza. La fría soledad con que los paredones del viejo cenobio duermen para siempre el sueño del olvido contrasta con su repercusión pasada en la vida de la zona, y más todavía con su rango secular de centro de peregrinaciones que fue, al que acudían en otro tiempo penitentes y peregrinos de toda España.
-¿Y los actuales condes de Tendilla?
-El actual conde de Tendilla es el marqués de Mondéjar, que aquí nadie conocemos. A raíz de la conquista de Granada, ayer mismo, parece ser que toda esta familia perdió el contacto con el pueblo.
En la misma calle del Río está la herrería de los hermanos Pastor. Los herreros de Tendilla han descubierto un nuevo sistema de cultivadores que han venido a ser toda una revolución para los hombres del agro.
-Esto tiene la particularidad de llevar unos amortiguadores que, cuando la reja choca con una piedra demasiado fuerte, se levanta y se evita que se rompa. Lo hemos patentado y todo, a ver qué pasa.
-¿Se interesan los agricultores por el sistema?
-Sí, sí. Tenemos muchas peticiones. Se han impuesto en toda la zona y esto ya no hay quien lo corte. Ahora, si cualquier día alguna fábrica grande le da por sacar algún modelo parecido, aunque no sea exactamente igual, ya podemos ir pensando en otra cosa.
Tendilla, después de haberse asomado sólo un poquito a su fondo, uno se da cuenta de que tiene algo más que el encanto impresionante de su calle Mayor. Abriendo las puertas de la Alcarria hay un pueblo vivo que continúa, y lo seguirá haciendo mientras tanto quede un solo ciudadano de a pie de su vieja estirpe, siendo señora y dueña de un pasado que en nada desmerece su vivir de hoy.
(N.A. Enero, 1981)
1 comentario:
Qué gran obra, amigo Serrano, esta que nos ofreces. Un fuerte aplauso a tu interés, tu trabajo, y tu trayectoria.
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