lunes, 30 de noviembre de 2009

VALDEAVERUELO



Nada más regresar de Valdeaveruelo me he puesto a leer aquel primer trabajo que sobre este pueblecito campiñés escribí hace una docena de años. No parece éste el mismo Valdeaveruelo que conocí en aquella ocasión; desde entonces a hoy el pueblo ha cambiado radicalmente. Continúa, eso sí, extendido en la solana de aquel altozano de baldíos que se corona con unos cuantos olivos y con una plantación de almendros que ya han perdido la hoja.
A la altura del arroyo seco donde estaba la fuente, ahora andan en obras. En Valdeaveruelo siempre están en obras. Creo que durante la última década en el pueblo no han dejado de edificar. Todavía quedan en pie algunas de aquellas viejas casas de adobe, con rudas portonas de madera de las que estuvieron en uso cuando los tiempos de las caballerías para trabajar el campo, pero muy pocas; predomina lo nuevo, lo limpio, lo elegante, lo conforta­ble, lo que en nuestro haber, y aun tratándose de uno de los pueblos más pequeños de la Campiña, aportamos a esta Guadalajara diferente que no dudamos habrá de entrar con pie derecho en el año 2000.
Es la hora de la sobremesa o un poco después. El reloj del ayuntamiento señala las cuatro. Las banderas de España y de la región ondean sobre largos mástiles amarrados a las columnas del Ayuntamiento. El bar de Judit está cerrado; un papel sujeto al cristal de la puerta dice que por vacaciones. El bar de Judit -supongo- sirve para cubrir con creces las necesidades de Valdeave­ruelo en un día cualquiera. Los fines de semana, la escasa juventud del pueblo se marcha a las discotecas vecinas de El Casar, a los bares de Torrejón y a los pubes de Guadalajara a pasar la velada. Sus padres -sigo suponiendo- no acostumbraban salir de sus lares, mataban la trasnochada valiéndose del poco de taberna o del barecillo de entonces; y sus abuelos echaban la noche a ronda. Es la consabida historia generacional que distingue, en cada época de la vida, a unos de otros.
Valdeaveruelo a estas horas, en un día cualquiera del otoño, está casi desierto. En la esquina de la calle Mayor con la calle de la Hermosura, dudo entre subir con dirección norte hacia los arcos de la iglesia o seguir adelante hasta la ermita de las Angustias. Al final me inclino por la primera opción.
La iglesia en alto la encuentro precedida por una pendiente sembrada de un césped finísimo. La puerta de la iglesia está abierta. La conocí medio en ruinas cuando mi primer viaje y hoy es un ejemplo de eficiente restaura­ción. Hay una señora en el interior. El retablo es para mí lo más sobresaliente del templo; de brillantes dorados, con una pequeña talla del Calvario en la hornacina y algunas láminas piadosas de sobrea­dorno. El Vía Crucis lo han puesto de azulejos, muy llamativo y original. Terminados sus rezos, las señora espera de pie para cerrar la puerta.
-Bonita iglesia les quedó, después de las obras.
-Sí, señor; ha quedado muy bien. Si baja a ver la ermita, seguro que le va a gustar. La arreglaron un poco y está como si fuera nueva.
Bajo en un instante. La puerta de la ermita está cerrada. Por la cristalera de uno de los ventanucos de la ermita, distingo en la penumbra la seria imagen de la Virgen de las Angustias, la Patrona de Valdeaveruelo, cuya fiesta mayor celebran la segunda semana del mes de septiembre. En el sombrío jardín de junto a la ermita hay un par de mujeres sentadas sobre uno de los bancos. Pienso al pasar que estas señoras jamás pudieron soñar con tanta placidez, con tanto acomodo en las orillas del pueblo. Hacia adelante sigue una pista, sombreada con arbolillos y adornada con rosales y plantas de jardín en ambos lados.
Chopos, acacias, rosales..., Valdeaveruelo en las afueras es un vergel. Sus calles el visible escaparate de un pueblo en renovación constante: calle de la Hermosura, de la Hera, de San Antonio, plaza de San Juan. La plaza de San Juan es la plaza del ayuntamiento, la del nuevo ayuntamiento de Valdeaveruelo, un edificio mayestático, de fino corte, en el que usaron para su construcción el típico ladrillo campiñés adaptado a los modernos sistemas. Y no lejos, semiescondido entre la tupida masa de encinas del saliente, el otro Valdeaveruelo, la urbanización Sotolargo, como contrapunto a la recoleta estampa del pueblo al que tienen por vecino. Por la plaza suena el claxon en la camioneta de un vendedor ambulante.

1 comentario:

Fallen Angel dijo...

Me encanta su blog. Tiene mérito su viaje por cada uno de los pueblos de la hermosa provincia de Guadalajara.
Soy una gran amante de la misma, y de hecho acabo de llegar de realizar tramos del GR10 por ésta silente mas inigualable tierra.

Vas a mis listas, he de seguirte la pista :)

Un abrazo, José. Hasta pronto.