viernes, 27 de noviembre de 2009

URES



El pueblecito de Ures queda encajado en uno de los vallejos que descienden frondosos en las tierras seguntinas a llanear en la fecun­da vega de Palazuelos. Ahora, a principios de verano, el pueblo de Ures no se deja ver a menos que te encuentres dentro de sus calles; lo ocultan los pomposos verdizales de las nogueras, de los perales, de los melocotoneros, de los chopos apretados y de las alamedas. Un paraíso sombrío por el que se filtra el sol, señalando en el suelo bajo las fron­das el oro en moneditas redondas del astro rey.
Cuando subo a Ures no son todavía las cinco de la tarde, pesa el calor, las chicharras de los olmos se adueñan de la situación y uno nota dentro de sí que llega malamente, dando traspiés, con el alma arrastra.
Nada más entrar, las sombras oscuras de los árboles y el rumor solitario de un caño en la fuente pública aligeran los ánimos de tanto ahogo. El señor Juan Contreras, Jubilado él, pasa la tarde sin compañía, como los patriarcas de los viejos tiempos sentado a la sombra de un tilo. El tilo, dicho sea en honor suyo, goza desde siempre con la admiración incondicional de quien esto escribe. El señor Juan Con­treras y yo nos vamos haciendo amigos poco a poco, en lo que se dice un mínimo de tiempo y sin intermediarios.
- Algunos, sabe usted, sue1en coger la tila cuando llega su tiempo, ya casi, lo suyo es entre San Juan y San Pedro.
- Usted no tiene aspecto de vivir aquí continuamente, ¿verdad?
- No, yo sólo vengo a temporadas. De fijo aquí en Ures son unas quince personas en invierno. Ya en este tiempo la población empieza a subir y por agosto se pone en los cien. Para pasar el verano este pueblo es extraordinario, no hay otro mejor.
- Me parece muy pequeño. De los pueblos más pequeños que yo conoz­co. Sin casas apenas.
- Muy pocas; unas veinticinco acometidas de agua nada más. Este pueblo ha pertenecido siempre como municipio a Pozancos, y ahora somos de Sigüenza. Mire, ese que viene por ahí es mi hermano Eusebio, segu­ro que sabe más cosas que yo para contarle.
- No deja de ser curioso el nombre de Ures, pregunto ahora al que más sabe. La impresión que da es la de ser de origen judío.
Don Eusebio Contreras, más pequeño en estatura que su hermano Juan, es residente perpetuo, y hombre inteligente al que le gusta sa­ber y dar explicaciones acertadas a quien se las pide. A mi me saca de dudas inmediatamente.
- No señor, este pueblo no tiene nada que ver con los judíos. Cuando la guerra, que estaban por aquí algunos vascos, nos dijeron que "ures" en vascuence significa aguas, y yo creo que el hilo al asunto le debe venir por ese camino.
- Quien sabe si el nombre se lo pondrían los pastores, como ocurrió con Amayas, allá por tierras de Molina.
- No, pastores no. Yo tengo entendido que fueron frailes.
- ¿Ah sí? ¿Y cómo?
- Pues muy sencillo, por que todo esto antes de ser pueblo fue una finca donde vivían los frailes. Después de la desamortización de Mendizábal, la finca se la quedaron los Gamboa de Sigüenza. Hace po­co que los del pueblo se lo hemos ido comprando a esa familia.
- Tendrán río, o algún arroyo para regar, ¿no?
- ¡Pero qué cosas tiene, cómo no! -responde extrañado de que quien le pregunta tenga la osadía de ponerlo en duda.
- ¿No será el Ebro?
- ¡El Vaderas, hombre, el Vaderas! Viene desde Pozancos y se junta con el Salado por allá abajo, por El Atance.
Juan y Eusebio Contreras me enseñan el caz por el camino del Moli­no. Estamos ahora entre verdizales tiernos de la vega, alamedas tupidas, frutales y lirios muy lozanos de flores amarillas. Huele a huer­to y a tierras de regadío. Cuando bajo el cerro del Picozo puntea el cuclillo, me aclara Juan que es el mochuelo. El canal baja rumoroso junto al paredón de la huerta buscando cañada abajo su cauce defini­tivo.
- Tenemos mucha agua. Esa que ve usted ahí es la huerta que tuvieron los frailes en tiempos.
- Yo pienso que al ser tan pocos vecinos tendrán el término medio abandonado, ¿no?
- Le advierto que no es así. El término de aquí es muy pequeño, unas 283 hectáreas solamente. Tenemos la Concentración a punto de empezar; la clasificación del terreno ya está hecha y eso creo yo que nos beneficiará bastante. ­Por el sendero del Molino bajan en tropel un ciento o dos de ove­jas blancas y otros tantos corderillos que casi nos llevan por delan­te. Faustino baja al final silbando a las reses y alzando el cayado la más de feliz. El perro de Faustino es un caniche malencarado que, lejos de toda buena intención, se me arroja a los bajos del pantalón sin pedir permiso ni encomendarse a nadie. El dueño le quita importancia al incidente sobre la marcha.
- No tenga miedo. Le gusta jugar, pero no hace nada.
Dentro de lo que en Ures es posible, dada su población escasa y su manifiesta escased de medios, posee unas calles dignas y bien arregladas. Mis amigos me explican cómo aquello se consiguió, entre otras­ cosas porque también ellos debieron de aportar con la correspondiente disposición personal su granito de arena.
- Se puso el pavimento hace ya unos años. Nos acogimos a una ley que salió sobre el paro obrero, y con la aportación personal de los hijos del pueblo -aquí trabajó todo el mundo-, las sacamos adelante. Se ve que no están hechas con mucha ciencia. Nos concedieron el ce­mento y los materiales, todo el trabajo lo hicimos nosotros.
En un momento de nuestro deambular por las calles y por los alre­dedores de Ures, Eusebio Contreras me contó de que en la Peña del Mediodía, doscientos metros no más al sur del pueblo, se encontraron utillajes prehistóricos que todavía salen, sobre todo puntas de fle­cha de sílex y algunas hachas de piedra. Me pidió que le acompañase a su casa, y al momento me saco para que las viera cuatro cabezas de hacha neolíticas y una punta de flecha, en vueltas en una bolsa de plástico.
- Estas han ido apareciendo por el campo con la cosa de la 1abranza. La flecha me la encontré ayer por donde la cueva.
- Lo que quiere decir que esto tuvo su población mucho antes de lo que a primera vista nos parece.
- Ya lo ve. Las hachas seguro que son de hace miles de años.
Debajo de los modillones desgastados que sostienen el alero del ábside, en la vecina iglesia románica de la localidad, el señor Euse­bio tiene un curiosísimo rinconcillo en donde florecen los alhelíes y las lilas, las rosas y las pálidas azulinas de jardín, mientras que inciensan el aire del verano acabado de nacer los aromas del sándalo y de la hierbabuena.
Las gentes de Ures rezan como patrón a San Martín, el virtuoso obispo de Tours titular de una docena o más de parroquias en nues­tra diócesis. Es el santo que cuando fue soldado partió con la espa­da su capa en dos, para dar la mitad a un pobre que le seguía desnu­do, imagen plástica que han recogido infinidad de artistas para re­presentar sobre el caballo a aquel húngaro ejemplar del siglo IV, cu­ya figura echó raíz profunda en la devoción popular de la cristiana Europa de aquellos tiempos. No obstante, a San Martín se le venera en Ures revestido de mitra y de traje talar, lo que, en este santo concretamente, no deja de resultar curioso. Uno piensa que con la misma imagen podría llamarse al culto a los devotos de San Agustín, de San Blas, de San Julián de Cuenca o de San Macario.
- Bueno, pues así como usted lo cuenta., monta do a caballo y con el pobre, está pintado en el estandarte que se saca en la procesión el día de la fiesta.
- Que seguramente habrán cambiado de fecha, como en todas partes; porque San Martín, si mal no recuerdo, es el día 11 de noviembre.
- Pues no, aquí se sigue celebrando en su día,
ya ve usted. El que tiene interés por venir a la fiesta, lo hace igual en un tiempo que en otro.
La iglesia tiene una espadaña triangular, románica, con dos campa­nas, y una puerta sencilla arqueada en dovelas, que pudo ser en tiempos la puerta del diezmo, ya que la principal, de medio punto también y en bocina que mira al río, aparece cegada de piedra y argamasa, ocultando bajo estos materiales sobrepuestos sus primitivas formas románicas que el visitante, necesariamente se ha de imaginar.
El interior nos ofrece una nave sencilla, digna y bien cuidada, con su coro y un retablo mayor sin demasiado interés que preside la imagen de su santo patrón.
- La arregló un poco don Leonardo Ciruelo, un canónigo de aquí que murió hace poco.
Juan Contreras me acompaña después a echar un vistazo a los cam­pos desde la Calle Alta. Ures tiene sus mejores viviendas en la Ca­lle Alta. Son casonas sólidas, seminuevas, de piedra vista que se alinean, una a continuación de otra, hasta llegar al campo. Por las formas y por el material empleado para levantarlas, todas ellas an­dan rayando el medio siglo de existencia.
- Sí, más o menos se hicieron sobre el año 1935. Nos esmeramos un poco en ellas para hacerlas bien. Los sillares labrados de las esqui­nas los trajimos con carros desde Riosalido, es mejor piedra.
El mínimo pueblecito de Ures tiene en sus afueras la tranquilidad y el paisaje sereno que le corresponde, como a tantas aldeas que conocemos de la comarca seguntina. Una carrasca descomunal, el cementerio erizado de cipreses, y el fondo amurallado de Palazuelos, con la etérea villa de Carabias al otro lado, son las constantes a destacar en este casual alto en el camino, que nunca debiera pasar desaperci­bido en el variopinto mosaico general de las tierras y de los pueblos de Guadalajara.

(N.A. Junio, 1986)

1 comentario:

Diego Contreras dijo...

soy de madrid y acabo de descubrir éste articulo en el que se habla de mis abuelos y tio abuelos. me encantaría sber si tiene más información de su viaje o fotos. gracias (d.contreraspolin@gmail.com)